La leyenda de Lopera y Génova 13

Don Manuel jamás ha sido propietario de la sede actual del PP, pero siempre se ha dado por hecho

La leyenda  de Lopera y Génova 13
La leyenda de Lopera y Génova 13 / M. G.

Sevilla/Esta ciudad asume y difunde ciertas hechos que se toman como probados e irrefutables con una fuerza e intensidad verdaderamente llamativas. Nadie se molesta en comprobar la veracidad de algunas afirmaciones. Las repetimos como loros en las tertulias. Una de ellas es que el ex mandatario verdiblanco Manuel Ruiz de Lopera es el dueño del edificio donde el PP todavía tiene su sede, el del número 13 de la madrileña calle Génova. Es absolutamente falso. Tan falso como decir que Lopera es el dueño del restaurante La Isla, ahora en reforma por cierto para su reapertura. Don Manuel jamás ha sido propietario de la sede nacional del partido de la gaviota.

¿Dónde puede estar el origen del error que llevamos repitiendo décadas? En que Lopera sí era el dueño de las instalaciones del Centro Colón de Madrid, donde la formación de centro-derecha tuvo su sede antes de la mudanza a Génova 13. A Lopera sí le ofreció entonces comprar el edificio como ahora, por cierto, se lo han vuelto a ofrecer.

El PP se llevó muchos años en aquellas oficinas del Centro Colón, donde Manuel Fraga Iribarne, patrón de la derecha española, tuvo su despacho. Hoy esas oficinas están alquiladas por don Manuel a una multinacional deportiva. ¿Y llegará a Lopera a ser de verdad el dueño de Génova 13, ahora que el inquilino se marcha y la propiedad busca colocar el inmueble? “Ya veremos”, es la respuesta que se obtiene.

La derecha busca posada en Madrid, mientras aquí alimentamos una leyenda detrás de otra. ¿Quieren más ejemplos? Había un notario del que todo el mundo te hablaba maravillas hasta que dejaron de hacerlo. Y cada vez que se oía su nombre, alguien solía afirmar: “Fue el número uno de su promoción. Sí, sí, sí... El número uno”. Hasta que alguien buscó la fecha de aquellas oposiciones en el BOE, donde aparece el listado de aprobados y, como era de esperar, el número uno era otro. Pero daba igual, la gente pontificaba como con lo de Lopera de Génova y la Isla. Que, por cierto, sí era asiduo del restaurante. Siempre se le veía en la mesa que había debajo de la escalera, reservada “por si acaso aparece don Manuel”.

¿Y qué me dicen de la supuesta desaparición de la grapa de los periódicos, los supuestos vetos a pregoneros porque no creían en Dios y otras gaitas repetidas y asumidas? Hubo uno del que se decía que no era nombrado porque había hecho apostasía. Y hasta se aseguraba que si era designado no habría presidencia eclesiástica en el acto. ¡Qué barbaridad! Con el paso de los años terminó siendo pregonero. Ni apostasías ni otras estupideces.

En el fondo la única gran verdad de Sevilla es su silencio frío y cruel cuando quiere censurar algo. Esta ciudad nunca es de ataque directo, sino de pasividad y desprecio. Más leyendas. ¿A qué han oído hablar de don Julio Cuesta como espía nada menos que de los Estados Unidos? Ay, Señor... A veces ser de los primeros en hablar el inglés tiene sus ventajas... pero también genera sus leyendas. He oído hablar hasta de un manual de espías donde aparecería su nombre pero, claro, lógicamente nunca ha llegado a mis manos. ¡Hay que ser bobo para creer que existe un libro con los nombres de los espías de una potencia mundial! Lo que espero que sí me llegue pronto es la edición de su pregón de la Semana Santa. Sería la mejor señal después del año negro que llevamos soportado.

Aquí cualquier día alguien afirma que el Consejo de Cofradías tiene el secreto de la Coca-Cola y nos lo creemos. Por cierto, ¿y las leyendas sobre el número de palcos que tienen ciertos cofrades? Hay uno al que le atribuyen veinte. Con lo incómodos que son los palcos, que ponen seis sillas pero en realidad caben cuatro personas. Los palcos buenos eran los de los años 30, como se aprecia en la película que se proyectará la próxima Semana Santa. ¡Se ven hasta los camareros!

Los túneles...

¿Y la leyenda del túnel que nace en el Alcázar y que alcanzaría hasta cerca del río? ¿Y el que comunicaría el templo metropolitano con la Trinidad? Es que hay sevillanos que te aseguran que conocen esos túneles, te lo cuentan con todo detalle con el mismo tono de pontificadores con el que te resumen y destrozan trayectorias profesionales ejemplares. O encumbran a personajes que después caen en desgracia y parece que nadie los conocía, como aquel promotor inmobiliario que fue rey mago, se murió y nadie se enteró. Esto último, por desgracia, no es leyenda, sino realidad pura y... dura.

Ciertas leyendas de Sevilla pueden ser muy rentables para determinados sujetos, sobre todo cuando se trata de meter miedo. Leyendas sobre el poder que tenía en tiempos Alfonso Guerra, al que se atribuía que decidía desde su despacho de la Moncloa hasta el cambio de ubicación del kiosko de prensa de la Campana. Leyendas sobre los poderes de ciertos arzobispos que cobraban por recibir en audiencia a los cofrades. Mentira pura. Pero se decía, se mantenía en las tertulias y daba exactamente igual. Por cierto, con los estipendios del alto clero hay también muchísimas leyendas.

No habría que hacer más caso que a las leyendas becquerianas, pero somos consumidores y propagadores de esas mentiras que trufan nuestra vida cotidiana. Recuerden que viven en una ciudad llena de números uno, espías y vetos. En el fondo qué más da. Hasta nos gustaba que un sevillano fuera dueño de la sede del PP. Somos así de tontos. O presumir de un amigo espía. Cuando la fuerza (enorme) de Julio Cuesta estaba en su trabajo, vinculado al tirador de la Cruzcampo. ¿O no? Y eso sí que no ha sido una leyenda nunca. Leyendas como espumas.

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