La Caja Negra
Los duendes de la Feria de Sevilla están de luto
Sevilla/La libretilla de los gastos siempre aguarda al sevillano cada final de Feria. La ciudad se está jugando en mes y medio las dos fiestas mayores que sustentan su marca en grandísima medida y unas elecciones municipales de las que saldrá el gobierno que establecerá las prioridades para el futuro. Las grandes celebraciones se han acabado con sus carareados impactos económicos: 930 millones la Feria y 415 millones la Semana Santa, o eso es lo que nos cuentan los gurús de la economía. La ciudad como tal ha disfrutado de esos días de asueto, de desconexión de la vida cotidiana, de destensión de los problemas que marcan la agenda política e institucional. Ahora se aproximan unas elecciones muy importantes en un contexto de inflación, sequía y riesgo alto de turismofobia, el gran fenómeno al que habrá que hacer frente en los próximos meses. Ninguno de los grandes partidos obtendrá la mayoría suficiente para gobernar en solitario, lo que quiere decir que la tercera formación política decidirá si la Alcaldía sigue en manos de Antonio Muñoz (PSOE) o pasa a José Luis Sanz (PP).
Las listas electorales no llaman la atención en nada más allá de los propios cabezas de cartel. No ha habido esfuerzos especiales para atraer a la vida municipal a profesionales reconocidos de la sociedad civil. Quizás esta carencia llama más la atención en el caso del PP, del que se esperaba una apuesta más sonada.
En cualquier caso, el debate no puede ni debe ser si el candidato del PP sonríe más o menos. Cada cual tiene derecho al libre desarrollo de su personalidad. Nada peor que forzar la manera de ser de cada uno y hacer el indio. Cuanto se debe exigir de un político, sea del partido que fuere, es capacidad de gestión, resultados y dejar una ciudad mejor de lo que se la encontró cuando accedió a sus responsabilidades públicas.
Acaban las fiestas mayores y llega la cita con las urnas. Es la hora de presentar la cuenta a los candidatos. Están muy bien los grandes hitos que fortalecen el nombre de Sevilla más allá del casco antiguo. Los Goya, los Grammy, las finales de fútbol, etcétera. Pero al fin son fuegos de artificio necesariamente efímeros. Tenemos que cuidar nuestros valores principales y no centrarnos tantísimo en los valores añadidos. Nuestros problemas reales derivan de seguir siendo una ciudad castigada en todos los presupuestos públicos por haber acogido la Exposición Universal de 1992, el excesivo tiempo que nos cuesta todo (desde una línea de Metro a cerrar una ronda de circunvalación) y los problemas propios de toda gran capital (desde la falta de taxis cada vez más palmaria a la mutación del casco histórico para ser dedicado única y exclusivamente a un turismo con vocación depredadora).
Hemos hecho relativamente bien las dos grandes fiestas. Paradójicamente la Feria se conserva mejor que una Semana Santa en la que el criterio y el buen gusto lo mantienen la mayoría de la hermandades en contraste con un público sedente, maleducado y crispado. La Feria mantiene sus cánones, salvo en la duración (que provoca un real despoblado a muchas horas salvo la noche del alumbrado y el domingo) y en un paseo de carruajes donde la elegancia de los cocheros y de los enganches contrasta con el desaliño de ocupantes desarrapados. Con mil casetas despachando alcohol durante siete días en horario de mañana y tarde, esta celebración en otro lugar del mundo se saldaría con heridos, muertos y otros sucesos. Podemos estar orgullosos un año más y valorar el grado de buena convivencia que se aprecia en las calles del real, aunque hay que mirar al futuro, en este caso centrado en un 28-M de vital importancia. Dos fiestas mayores plenas, fundamentalmente por la sequía que nos amenaza, no pueden ser el sonajero que nos distraiga de cuando nos jugamos en los comicios.
Anoten una ristra de temas de los que conviene pedir cuentas a las candidatos, unos asuntos que no deben quedar olvidados como los farolillos en el suelo a partir de hoy. La población que perdemos en beneficio de la corona del Aljarafe (recuerden que pasamos de 33 a 31 concejales en las elecciones de 2015), esa Gran Sevilla como le gustaba llamarla al alcalde Monteseirín; los abusos de la hostelería en la vía pública, la carencia de agentes de la Línea Verde y de inspectores de Urbanismo en una ciudad aficionada a vivir el ocio en la calle, la necesidad de sombra en los espacios públicos y, por consiguiente, la reducción del urbanismo duro; una oferta real y pronta de comunicación entre Santa Justa y el aeropuerto que no se haga eterna en su ejecución, la lenta pero inexorable desaparición de los caseríos históricos, la despoblación de un centro que se queda sin vecinos porque cada día se parece más a una inhóspita Venecia sin góndolas... Y habrá que estar atentos al resultado del proyecto urbanístico que se ejecuta en los terrenos del antiguo P-3 de la Feria, a la puesta en marcha de la Agencia Española del Espacio, al uso o abuso de monumentos como la Plaza de España, la potenciación del Alcázar con un esquema de funcionamiento que se asimile cada día más al de la Alhambra, la conveniencia de acoger torneos de fútbol que nos dejan el casco histórico como una covacha en las horas previas sin que tengamos un plan o protocolo especial, la evolución de Sevilla como destino de horteras despedidas de soltero o la de Avenida de la Palmera, destrozada con mamotretos cuando nos acercamos al centenario de la Exposición Iberoamericana que supuso el crecimiento de la ciudad hacia el Sur.
La ciudad debe volver a ponerse en tensión tras las fiestas.
No queda otra porque hay mucho en juego. Inquieta que no haya el ambiente electoral necesario, tal vez porque la atención se ha centrado en las primeras fiestas plenas tras la pandemia. Hace un lustro nos preocupaban el carril bici y el tsunami de veladores. Hace un año, la convivencia entre los taxis y los VTC. Ahora afrontamos nuevos retos que aparecen a gran velocidad porque vivimos en un mundo globalizado en constante cambio.
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