La gran carencia de Sevilla, Europa nos saca los colores

La Caja Negra

Nos han dejado en evidencia al obligarnos a conectar el aeropuerto con la estación ferroviaria mientras nos distraemos con asuntos secundarios o polémicas estériles

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El aeropuerto y la estación ferroviaria de Sevilla / M. G.

Nos han sacado los colores. Nos ha puesto la cara de la tonalidad de la manteca que algunos se jaman en los desayunos, cuando enfoscan la viena más que untar el pan. El nuevo reglamento de transportes de la Unión Europea canta las verdades del barquero por la ría de la Plaza de España como en una dolorosa letra de Perales. Las conclusiones para Sevilla provocan sonrojo, pues hace tiempo que tendríamos que tener ejecutada y en uso una infraestructura fundamental para el desarrollo de una gran ciudad: la conexión ferroviaria entre el aeropuerto de San Pablo y la estación de Santa Justa. Aquí lo importante ha sido si se cambia el nombre al aeródromo (una estupidez para distraer al gran público), el debate con más eco sobre un aeropuerto consagrado a las líneas de bajo coste, idóneo para el destino barato que es Sevilla. Europa nos dice la verdad, nos mete el dedo en el ojo, señala quizás uno de los principalísimos déficits de la Sevilla moderna, el objetivo en el que tendríamos que haber centrado los esfuerzos desde la terminación de la Exposición de 1992. Resulta revelador que casi a la misma hora que estallaba la polémica sobre el recorrido de la procesión magna del próximo 8 de diciembre, trascendía el contenido de un reglamento que obliga a instalar un tren entre dos infraestructuras solo conectadas por el coche particular, el taxi (basta aludir a este servicio en el aeropuerto de Sevilla para echarse a temblar y evocar algunos pronunciamientos de la Fiscalía) y la línea de autobuses de Tussam.

Europa obliga a tener tren a los aeropuertos con entre cuatro y doce millones de viajeros al año. En 2023 superamos nada menos que los ocho millones de viajeros, luego el tirón de orejas nos llega con intensidad. Una bofetada en toda regla. No hemos tenido alcaldes que defiendan esta infraestructura. Incluso alguno tuvimos que dijo que esa carencia se podía suplir con una buena red de autobuses eléctricos. ¡Toma del frasco! Como siempre, la tentación de darnos gato por liebre es muy elevada. Hemos preferido deslumbrarnos con hitos cortoplacistas, de resultado rápido, eco garantizado e impacto económico fácilmente vendible. Somos más de proyectos de un día que de largo recorrido que generen economías productivas. Tenemos un estadio inútil al que hay que inyectar vida a base de dinero público, pero no un tren entre el aeropuerto y una estación con alta velocidad. Nos tragamos las setas como elemento revitalizador de la zona norte del centro histórico, como si no se pudiera haber logrado ese objetivo de otras muchas maneras. Nos hemos tragado la recalificación a la baja de terrenos de la Cartuja que eran para empresas de I-D+i que ahora serán para bares y residencias de estudiantes. Hemos tardado 17 años en hacer tres kilómetros de un tranvía que todavía está lejos de alcanzar la estación de Santa Justa, cuando verdaderamente será útil, porque la mitad del trazado actual coincide con la única línea de Metro.

La ciudad es víctima de los efectos del gran fenómeno de la pos-pandemia, el turismo masivo, pero nadie proyecta un plan global de respuesta que nos permita mantener con vigor el sector terciario del que vivimos en buena medida, pero que sea posible guardar el equilibrio entre vecinos y visitantes. Seguimos perdidos con el debate sobre la tasa turística, gastamos energías en si se debe cobrar o no en un monumento en particular y en unas ordenanzas para que en unos cuantos bares se pueda beber cerveza en la calle. Nadie habla de un plan integral como los que han aprobado las ciudades que van muy por delante de nosotros a la hora de afrontar este problema.

El reglamento europeo permite que la conexión del aeropuerto con la estación se haga incluso por teleférico o tranvía ligero. ¡Pero que se haga! Lo inconcebible es que no se disponga de esa conexión con una cifra tan elevada de viajeros. La ciudad va tarde en su adaptación al grado de uso cada vez mayor que se hace de los espacios públicos. Todavía hay quienes van fotografiando las bolsas de basura que aparecen depositadas en cualquier rincón del casco antiguo por la combinación entre la mala educación y la falta de suficientes contenedores. La impresión es que en Lipasam se lucha más con voluntarismo que con medios contra el problema de la limpieza. Sevilla ha crecido por dos vías en lo que llevamos del siglo XXI: hacia el área metropolitana, dando pie al concepto de la Gran Sevilla, hasta que se produjo la crisis económica financiera de 2008, y en el número de visitantes, que ha convertido el turismo en un fenómeno que dura todo el año y que ha generado el uso de una expresión consarada por el propio alcalde: la Sevilla de los excesos. Se alude así para al desbordamiento que se sufre en acontecimientos de todo tipo. Y es cierto: todo es un exceso desde la crisis del coronavirus, porque nos hemos echado a la calle en todos los sentidos. Pero hecho el diagnóstico, hay que aplicar el tratamiento. Y ponernos al día en las tareas en las que arrastramos un vergonzoso retraso, como es la conexióm que nos demanda Europa.

El boom del turismo nos pilló sin ciertas obligaciones cumplidas. Tenemos problemas muy parecidos a los de las grandes capitales, pero jugamos con desventaja porque nos faltan infraestructuras básicas. Hasta Jerez de la Frontera cuenta con un tren que conecta su aeropuerto con la estación ferroviaria. Pero, oh ironía, seamos felices, pues hay tabernas donde podemos beber cerveza de pie, en breve habrá una solución para el itinerario de la magnísima, atrás quedan los tiempos en que la ciudad era un desierto cada agosto... y nos sobra nada menos que un estadio en la Cartuja. Nos han dejado en evidencia, pero disfrutamos del blindaje de nuestra indolencia. Somos la ciudad en que una mañana desmontan el Giraldillo y no nos damos cuenta. Y ahora, por cierto, ni funciona al cien por cien. ¿Cuánto tardaremos en tener el tren al que nos obliga Europa? Echen manteca colorá al bollo. Y pueden estar muy tranquilos los cabecillas del taxi del aeropuerto, pues seguro que lo del tren va para largo. Pronto reavivaremos el absurdo debate sobre el nombre del aeropuerto. Ahí, ahí está nuestra especialidad. ¿Churros o calentitos? ¿Europa? Suena a éxitos en el fútbol. Y a bar de la calle Alcaicería. Llena ahí.

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