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La evolución de los debates en España: de los monólogos al ruido

La Caja Negra

Sánchez sorprende con una estrategia basada en las interrupciones que condiciona el cara a cara con Feijóo

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijoo. / Juanjo Martín, Efe

Del corsé y la sucesión de monólogos al ruido, el efecto gallinero o jaula de grillos. Treinta años después del primer debate en la historia de la democracia se puede afirmar que la evolución de estos cara a cara entre candidatos es... muy española. Es la propia del pendulazo. Aquí pasamos de la calvicie a las tres pelucas. El debate fue por momentos imposible de seguir por la radio tal era la cantidad de veces que Pedro Sánchez interrumpió a Feijóo y obligó al gallego a buscar su tiempo de intervención por medio de sus propias interrupciones.

El efecto fue lamentable para el telespectador durante muchísimos minutos. Fue la gran sorpresa del debate: la estrategia de Sánchez consistió en salir a pelear todos los balones metiendo el pie como si se tratara de una guadaña, valga el símil futbolístico. Sánchez condicionó el debate con un plan de salida que mantuvo en todo momento. No cesó de interrumpir, hacer apostillas, cortar, susurrar, comentar en voz baja... Vicente Vallés le solicitó hasta en tres ocasiones que dejara de hablar y él seguía y seguía como si estuviera solo en la sala.

Llamó la atención que el presidente del Gobierno no basara más su discurso en el juego creativo, en vender más, mucho más, los que él considera los grandes logros de su gestión, como la subida del salario mínimo interprofesional o la revalorización de las pensiones, pero pareció más decidido a contestar todo cuanto decía su rival. Juego destructivo se llama. Vehemente, hipermotivado, yendo a por todas... No guardó silencio ni cuando Feijóo recordaba el aniversario del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco. Se perjudicó a sí mismo. Increíble. Permitió ganar a Feijóo desde el principio. Y el gallego ganó.

No se vio a Sánchez tranquilo en ningún momento, salvo al final, cuando hasta sonrió al dirigirse a la cámara en el denominado minuto de oro. Un minuto en el que, por cierto, Feijóo debió confundir la cámara porque no miró directamente a los telespectadores. Al menos ninguno de los dos sufrió ninguna interferencia.

El precio de la indiscutida intensidad del debate fue lisa y llanamente el ruido. No sabemos qué estrategia hubiera seguido Feijóo si el debate hubiera discurrido como los anteriores, porque desde el principio quedó claro que Sanchez trataría de no dejarle desarrollar su plan al líder del PP. En cualquier caso el candidato del PP fue sin duda el que menos sorprendió, el que más se pareció al que esperábamos.

Sería curioso conocer los criterios de medición del tiempo de intervención de los candidatos que han seguido los árbitros de baloncesto a los que se confía esta tarea, pues fueron incontables los momentos en que los dos hablaban a la vez. Los moderadores apostaron por el "dejar jugar" que se predica de los árbitros que pitan pocas faltas. Tanto tiempo de solapamiento entre uno y otro provoca rechazo. Y el alivio es que no habrá seis debates...

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