El eurito del alcalde de Sevilla, una iniciativa ejemplar

La Caja Negra

El modelo de Sanz con el 'mapping' sería muy recomendable en la sanidad pública, donde cada día se pierden cientos de consultas por incomparecencia de los pacientes

Los duendes de la Feria están de luto

Los calentitos son economía productiva

José Luis Sanz, en una imagen reciente
José Luis Sanz, en una imagen reciente / Juan Carlos Muñoz

Como los añorados monaguillos limosneros de Olot. Así veo con todo acierto a nuestro alcalde en el acceso a las tribunas del mapping de las próximas pascuas. Sanz ha anunciado personalmente una medida muy conveniente: cobrar un euro por la reserva de localidad para asistir al espectáculo navideño que se proyectará sobre la dársena del río. Es la tasa del mapping. No se puede amar lo que no se conoce, no se puede valorar lo que es gratis. Está demostrado que el personal deja los asientos vacíos después de haber bloqueado las localidades. Como en las consultas del Servicio Andaluz de Salud (SAS), que salen los médicos del despacho, vocean los nombres (¿Manuela? ¿Dolores? ¿Jonhattan?) y hay menos gente en el pasillo que socios en sus casetas un sábado final de Feria. Oseluí ha aplicado un buen criterio: el de los carritos de la compra de las grandes superficies. Hay que meter la monedita para sacar el carro y, al final de la compra, una vez cargado el coche de bolsas y del molesto paquete de rollos de papel higiénico, se devuelve el carro y, en este caso, se recupera la moneda. Así se asegura la empresa que los carros no acaben donde no deben. La consejera de Salud podría inspirarse en la tasa navideña de Sanz, pero devolviendo el euro cuando el paciente termine de ser atendido por el sufrido médico de Atención Primaria. El que deje plantado al galeno que pierda el euro, como hacen ya algunos restaurantes que piden 15 euros por cabeza para asegurar las reservas. Y al que haga uso de la consulta que se le reintegre el euro. La cultura de la gratuidad hace florecer la mala educación. Más de 1.600 sevillanos dejan plantado al médico cada día, según el último balance oficial. Piden una cita, no acuden y no se molestan en anularla ni siquiera cuando se puede hacer de forma rápida y cómoda por la vía digital. Después muchos se quejan del colapso de la Atención Primaria, cuando también se debería abordar la necesidad de que los usuarios tengan una mínima educación. Exijamos a los políticos una mejor gestión, claro que sí, pero seamos ciudadanos responsables.

Siempre habrá quien pondrá pegas, soltará alaridos y vomitará por las redes sociales, pero fíjense que la cosa cambia en función de lo que se trata. El pasado jueves hubo 250.000 peticiones de sillas para la Magna del 8 de diciembre a 35 euros por silla. ¡Ni que fueran las colas de espera para casarse en la Magdalena! Y la inmensa mayoría solicitó un mínimo de dos. El euro del mapping lo soltarán sin protestar, ya lo verán ustedes. Pero la sanidad, no, la sanidad no genera ese respeto porque debe ser gratis, que realmente no lo es porque se paga por medio de los impuestos.

Dice Sanz que el cobro de esta entrada es “simbólico”, que el Ayuntamiento pretende evitar la reserva “indiscriminada” que el año pasado provocó que muchas localidades se quedaran vacías en cada pase. Mala educación se llama. El aforo es de 1.900 espectadores. Muy bien por hecho por Sanz. Y quien dice de extrapolar la medida en la sanidad pública, también se podría aplicar en las redes sociales. Que cada tuit o post costara cinco céntimos. ¡La de chorradas que nos evitaríamos! La de estupideces que no nos robarían minutos de lectura, la de estímulos que evitaríamos y la de políticos, por ejemplo, que no meterían la pata contándonos banalidades. Las enhorabuenas y las exaltaciones de la amistad redactadas con lenguaje afectado o cargado de almíbar que nos ahorraríamos. ¡Con sólo cinco céntimos! Urge una cultura de pagos simbólicos, como dice nuestro alcalde. No se trata de una voracidad recaudatoria, sino de generar respeto, garantizar un orden y asegurar que no haya plantones. O, en el caso de las redes, reducir la inflación de sandeces.

Y debate aparte es si los ayuntamientos están obligados a elaborar una oferta navideña por narices. Oferta por supuesto descaradamente laica a rabiar, donde Dios ni está ni se le espera, salvo en el Nacimiento del Arquillo del Ayuntamiento y con riesgo de que roben un borrego, que ya ha pasado varias veces. Aquí la entidad privada que pone un Nacimiento que suele ser de gran categoría y calidad es la Fundación Cajasol que preside Antonio Pulido, que hace años que convoca con éxito la PuliNavidad, que le dio tres mil vueltas a la ZoidoNavidad que comenzó en 2012 y que puso de moda los espectáculos de luces. Al menos en los primeros años se veía al Niño Jesús, pero ya después ha ido todo derivando en el laicismo majadero. ¿Ustedes se acuerdan cómo era la Navidad en Sevilla antes de 2012, antes de que se desbordara con gente yendo y viniendo por las calles del centro a ninguna parte, o acudiendo a reclamos tan navideños (por las que hilan) como un pinchadiscos pegando la barrila con el Waka-Waka? Hasta entonces se seguían las guías de los belenes, se montaban luces de Navidad en las calles principales, y se podían hacer las compras sin bullas imposibles... Asumimos una Navidad no ya laica, sino absolutamente excesiva, como precedente de cuanto ha ocurrido con el turismo o la Semana Santa. ¡A la calle de cualquier manera que todo es gratis! Es tremendo el daño que ha hecho a las pascuas el absurdo alcalde de Vigo que pega la matraca con el cuento de las luces desde agosto. Hemos normalizado que los ayuntamientos tengan que entretenernos las tardes de Navidad, como monitores de ocio en los hoteles de playa. ¿No sabemos entretenernos por nuestra cuenta? ¿No somos capaces de crearnos una agenda de Navidad propia en una ciudad como Sevilla? En el fondo se ha impuesto la cultura de darle al público de masas todo absolutamente hecho. Y de bajo nivel. Basta con que haya luces que se muevan. Se trata de que la cosa sea gratis y masiva, de caminar muchas veces con el criterio de Vicente, que ya se sabe que siempre va donde va la gente. Intentar merendar en la calle esos días es pagar para estar en condiciones muchas veces muy discutibles. Pero hasta eso nos tragamos. En la calle como sea. Y a la calle en cualquier circunstancia. Con esos criterios hace muy bien nuestro alcalde en cobrar el eurito. A revestirse de monaguillo de Olot que es lo que toca. Y que cunda el ejemplo.

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