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Sevilla es ciudad donde se destaca más por no revolotear en los saraos que por hacerlo. La ausencia se cotiza muy cara, porque el personal se suele pirrar por estar por el mero hecho de estar. Es como la ideología del que habita en la Moncloa. Ni socialismo ni gaitas. Se trata de mantener el poder por el poder. No hay más. Sobrevivir en la poltrona. Una noche más, una amanecida más. Ocurre que hay ausencias injustificadas o, cuando menos, que dan el cante por bulerías. ¿Recuerdan cuando el PSOE no invitó a Alfonso Guerra al acto de conmemoración de los 40 años de la victoria arrolladora de los socialistas en las generales de 1982, el denominado octubre rojo? Guerra confirmó que no le llegó el tarjetón: "A lo mejor es que yo no estuve allí", dijo irónica y socarronamente. Pues uno ve la fotografía de la constitución del Consejo de Sevilla 1929 y echa en falta nada menos que a un representante del Ejército de Tierra, la institución que suma más de ocho décadas mimando y dando ejemplo de conservación y uso de una grandísima parte del principal monumento de la Exposición Iberoamericana: la Plaza de España. ¿No podían haber invitado desde el principio al teniente general don Carlos Melero como jefe de la Fuerza Terrestre que tiene su sede en el edificio que tal vez mejor representa el legado de Aníbal González? Nunca ha dado el Ejército motivos de queja en el uso y mantenimiento de los salones, la cerámica, los patios, el precioso teatro, el patrimonio pictórico (hay hasta cuadros del Museo del Prado) y de la arquitectura en general de todos los espacios que gestiona y utiliza desde que abandonó el cuartel de la Gavidia.
En 1937 se trasladó el mando militar de la región al edificio central de la Plaza de España, por lo que pasó a ser conocido como Capitanía General, actualmente sede del Cuartel General de la Fuerza Terrestre (Futer). En diciembre de 1992, en el inicio de la depresión de la Exposición Universal, los militares abrieron el Museo Militar, que hoy continúa con éxito, sobre todo con las actividades que promueve la Cátedra General Castaños. ¿Hay o no motivos sobrados para tener en cuenta al Ejército en la principal comisión del centenario de la Sevilla de 1929? Además, seguro que el teniente general Melero hubiera asistido con chaqueta y corbata por cuatro motivos: era la sesión constitutiva, se elevaba la propuesta de nombramiento de Su Majestad el Rey como presidente de honor del centenario de la exposición que inauguró su bisabuelo, se celebraba la sesión en el Real Alcázar y, en cuarto lugar, don Carlos es sencillamente un señor. Al menos han debido cuidar la estética aunque fuera durante diez minutos, por aquello de la solemnidad debida y la preservación del perfil institucional, porque había asistentes que no estaban a la altura de la arquitectura del lugar por no meternos en más detalles. Una cosa es el alivio recomendado de la etiqueta por los fuertes calores y otra olvidar que se trataba del Rey, el centenario de 1929 y el Real Alcázar. ¡Que a las recepciones en las Ferias de calor, que haberlas haylas, no falta nadie con el cuello apretado!
Menos mal que al frehte del programa de los actos, de la parte académica, de los contenidos y del enfoque riguroso de la conmemoración, está la profesora doña Amparo Graciani, la comisaria que nos deja tranquilos porque asumirá el trabajo serio, el de verdad, con un equipo que lleva años estudiando la verdadera profundidad de cuanto ocurrió en aquella muestra que impulsó el Sur de la ciudad y fue un encuentro real de convivencia de culturas. Y esperemos que el Rey no mire mucho la foto de los descamisados cuando le sea mostrada la documentación que solicita su real respaldo. Y que cuando se la enseñe el jefe de la Casa Civil se oiga, al menos, un comentario benevolente: "Perdónelos, señor. No son tantos. En Sevilla hace mucho calor y hay que fomentar la guayabera... siempre que se pueda. Usted mismo la ha usado en la ciudad que tanto amaba su señora abuela, la condesa de Barcelona". ¿Y los militares? En el puesto, a la espera de órdenes claras y precisas. Quizás sufriendo en silencio el ninguneo. A lo mejor es que nunca han estado allí, en la Plaza de España, como Guerra en el octubre rojo. Algunos ilustres asistentes estaban para irse después al concurso de tiradores de la Velá, pero ya había terminado. Echamos en falta a un tío con sandalias y una botellita de agua en homenaje al turismo emergente.
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