Cuesta Maneli en la Puerta del Perdón de la Catedral de Sevilla

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¿Por qué ningún dirigente público alude a la verdadera causa de los problemas que genera el turismo masivo?

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Visitantes de la Catedral en sillas de playa en la Puerta del Perdón. / M. G.

Seamos realistas, no nos hagamos trampas al solitario. La lucha contra los efectos negativos del turismo masivo conduce a la frustración. No queremos reconocerlo, pero en nuestras manos no está la solución ni eficaz ni mucho menos rápida. Podemos y debemos exigir planes integrales, protocolos especiales para grandes eventos en las capitales y medidas de seguridad y de fomento de la buena convivencia, pero debemos tener claro que los resultados positivos serán insuficientes.

El Gobierno de Nueva Zelanda ha anunciado que aumentará hasta los 56 euros una tasa turística que ahora mismo está en 19,6 euros. Nueva Zelanda nos recuerda a una de las veinticuatro selecciones que participaron en el Mundial de 1982, al rugby de calidad con danzas previas incluidas (los siempre llamativos All Blacks) y a los kiwis verdes. Nos pilla lejos, pero los problemas que sufren los neozelandeses son similares a los que padecemos en el centro de Sevilla y en cada vez más barrios. La Sevilla AT se extiende ya mucho más allá del centro. Por eso cada vez es más difícil encontrar un piso de alquiler, máxime si los interesados son estudiantes. El turismo masivo ha relanzado las residencias universitarias a pesar de que la población juvenil baja y seguirá bajando.

El éxito se mide hoy por la cantidad, no por la calidad. Valorar la calidad exige conocimiento. Y el turismo masivo está dirigido al consumo, no a la búsqueda de la excelencia

Las tasas turísticas son una compensación por las molestias causadas. Venecia la tiene, de hecho la ha endurecido. La ciudad de los canales no deja de crecer en visitantes (que provocan reacciones hostiles en los lugareños) y de perder población, pero al menos recauda más perras. ¿Cuál es el verdadero problema del fenómeno del turismo masivo? La mala educación. Ocurre que ningún dirigente público alude a esta carencia generalizada. Queda mucho mejor referir la necesidad de buscar un "turismo de calidad". Una suerte de eufemismo. Nos lo apuntó en privado un experto en turismo con más de 90 países visitados: "Desengáñate, los planes no sirven para nada, se ha demostrado que son inútiles, acaso para que parezca que los políticos hacen algo, reaccionan ante un problema, pero el problema sigue. Esto es una cuestión de mala educación, no hay más". Por eso gana fuerza el concepto de tasa como compensación por los perjuicios causados, los negocios locales arruinados, los espacios invadidos, los usos cotidianos alterados, la despoblación de los cascos antiguos... Todo debemos aguantarlo por el dinero. Sostienen muchos defensores del modelo actual (masificado e incontrolado) que hay edificios que se restauran y que se mantienen en uso gracias a turismo. Uno de ellos es la Catedral, con un modelo eficaz de autofinanciacion desde 1993. ¿Pero compensa a la ciudad la actual situación que desborda los servicios municipales? La factura es muy elevada.

"Ahora hay que visitar el mercado, el cementerio y el aeropuerto para conocer bien una ciudad"

Solo cabría esperar. ¿A qué debemos esperar? Parece que debemos confiarlo todo al estallido de la burbuja del turismo. Es un problema global. Miren italianos, parisinos y neozelandeses. ¿No hay nada que pueda regular este fenómeno? La subida de precios. Encarecer el destino de tal forma que no se deje de recaudar, pero los turistas sean de un perfil más bien cultural para evitar el turismo de alcohol y de despedida de solteros. Pero una ciudad es barata o cara en función de sus aeropuertos. Antes para conocer una urbe había que visitar el cementerio y el mercado municipal. Ahora hay que fijarse en qué líneas operan en su aeródromo. Ahí está la respuesta. En Sevilla hay un cien por cien de compañías de bajo coste. Como diría aquel: "No hay más preguntas, señoría" .

Hace 50 años era la piqueta de la especulación la que largaba a los vecinos del centro o de los arrabales de Triana y San Bernardo a los pisos de los polígonos

Podemos seguir presumiendo de patrimonio, historia y belleza, pero tenemos clavada la vitola de destino barato hace muchos años. No hay más que comprobar cómo se ha degradado el tren, cómo la Alta Velocidad ha pasado de ser elegante, selecta y con cabida para todos los públicos con niveles mínimos de muy buena calidad (Club, Preferente y Turista) a sufrir una igualación por abajo con tal de vender más y más billetes. La cantidad por encima de la calidad. Y encima con retrasos o parones. Entre el turismo masivo y la mala gestión de nuestros gobernantes nos hemos cargado uno de los servicios que mejor funcionaban en España. Y eso que se supone que éramos una potencia en el sector del ocio y los servicios. Pero no hemos tenido capacidad de mantener la calidad cuando se ha disparado la cantidad. De la masa no se puede esperar nada bueno, la masa rebaja la calidad de todo, entraña riesgos y mata la excelencia. La duración de la burbuja es la gran duda. Mientras tanto seguimos distraídos con el debate sobre sobre si Málaga, Sevilla o Granada se lleva el vuelo directo a China. No hemos arreglado los problemas que provoca el turismo cuando no dejamos de vender el destino andaluz en Asia. Lo próximo será adelantar la Navidad como en Venezuela. Es fácil, pues los mantecados aparecerán en breve en los lineales de los supermercados. Nunca se trata de criminalizar el turismo sino de preservar ciertos valores de los patrimonios material e inmaterial. Reeducar es imposible y poco recomendable en una sociedad que confunde la autoridad con el autoritarismo. Por eso el que puede huye de los centros urbanos. Hace 50 años era la piqueta de la especulación la que largaba a los vecinos del centro o de los arrabales de Triana y San Bernardo a los pisos de los polígonos. Ahora es el turismo el que despide residentes de muy variados perfiles. Cómo hemos cambiado. Solo hay que fijarse en los visitantes que usan asientos de playa a las ocho de la mañana en la Puerta del Perdón. Sevilla es Cuesta Maneli sin mar. Y hace poco tiempo (jajajá) nos preocupaba que las señales de tráfico afearan una de las fachadas más antiguas del templo metropolitano. El éxito se mide hoy por la cantidad, no por la calidad. Valorar la calidad exige conocimiento. Y el turismo masivo está dirigido al consumo, no a la búsqueda de la excelencia. La oferta de sol y playa incluye hace tiempo a las grandes capitales. Por eso, al menos, hagamos caja para pagar la limpieza. Y que la burbuja explote, pero en una explosión controlada. Porque necesitamos el turismo. Siempre lo hemos necesitado.

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