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Sevilla/NO se crea nada de lo que vea en la Feria. La Feria es la más bella mentira. La gran verdad de esta fiesta es que todo es una hermosa mentira. La mentira acaso más perfecta, más previsible y menos sujeta a control previo. Una mentira fugaz, efímera, que no encuentra asideros en la memoria colectiva. Todo ocurre y nada sucede.
Primera. Los sevillanos se desnudan en Semana Santa. El sevillano no suele mentir en la fiesta religiosa. Sus devociones son sinceras, acaso exageradas. Son hondas, tal vez llevadas al extremo. Son auténticas, a veces llevadas con una discreción monacal. Un sevillano mira a un Cristo o a una Virgen y se reencuentra consigo mismo, se cita con sus antepasados o se le va la mente a algún sitio recóndito hasta el punto de que él mismo se sorprende. Un sevillano confiesa que no es creyente, pero que le gusta salir de nazareno. Un sevillano en Feria navega entre dos extremos: la relajación o la tensión. ¿De qué depende? De las circunstancias. El sevillano dice que no va a la Feria y después acude. Miente. Confiesa que se recogerá pronto y le sorprende el alba buscando la parada de taxis del globo de Ecovol que hace años que no se instala. Ha mentido. El peor sevillano es el que anuncia que irá todos los días a la Feria. Suele salir bravo al ruedo y acaba derrotando en las tablas a la primer ocasión. No hay cosa más falsa que la declaración de intenciones de un sevillano sobre sus planes de Feria.
Segunda. La Feria no es cerrada. Eso es mala fama. Caseta viene de casa y a la casa de cada uno entra quien la propiedad considera oportuno. ¿O no? Las casetas se pagan durante todo el año, normalmente por medio de cuotas. El sevillano no suele contar el escozor que le produce pagar una cuota de la caseta en junio o en septiembre. Pero las paga. Y todo para que acuda a su caseta a media tarde y se la encuentre invadida por invitados, para que luego digan que es una fiesta cerrada. Peor aún es cuando decide acudir a su caseta de noche y el tío de la barra se ha compinchado con el de la puerta para que abra la mano y deje entrar a una pandilla con ganas de consumir. No todo es belleza en la Feria. Sea comprensivo con el sevillano. Con sus cuotas, pagadas con mucho esfuerzo, se levantan las casetas que dan vida al real.
Tercera. No dejen nada apuntado en la caseta. No se fíen. No ya porque el encargado de la barra aumente la factura en función de que su lengua vaya engordando, es que siempre hay un listo de media tarde que se orienta, se confunde entre los corrillos de socios en la trastienda y sabe a cuál se le puede meter el puyazo. Es mejor ir pagando las consumiciones según se vayan solicitando. A los camareros hay que dejarles claro desde el primer día qué tipo de cliente es usted: impaciente, exigente, agradaor, serio, dadivoso, malaje, presumido, reservado... Lo importante es no confundir. No pegar volantazos en la conducta marcada desde el primer día.
Cuarta. Si en la noche del alumbrao comete el gran error debe recurrir al almax forte. ¿Cuál es esa desaplicación, que diría Cantatore? Probar el cava al que suele invitar el encargado de la barra. Por cierto, nunca es una invitación real, porque las cuatro botellas del Carta Nevada descorchadas con gran exhibición son de la Navidad pasada, o el tío del bar se las ha sacado al proveedor de los vinos. Un buen encargado de barra sabe como agradar al socio que considera principal, hacerle sentir importante, reconocer al primus inter pares, para que a su vez ese socio presuma ante los demás de que este año, además, hay cava a costa del “cáterin”, término horripilante donde los haya. Una de las mayores mentiras en la Feria es la relación del responsable del bar con el socio directivo. Evite el cava en Feria, siempre, máxime si es champán. El champán es cosa de neocatetos venidos arriba en los años del boom inmobiliario. Deje el Möet para la Nochebuena.
Quinta. Ojo al socio perro de presa. Es aquel que vigila continuamente si las diez o doce mesas de la parte noble de la caseta están ocupadas por socios titulares o “por los hijos del de siempre que, además, las cogen de dos en dos”. La Feria del socio perro de presa consiste en controlar el uso de la caseta que hacen los demás. Calme al socio perro de presa desde el primer día con algún hueso en forma de ración de jamón o algún comentario cómplice sobre el guiso del día. Este socio, por cierto, tiene su equivalencia en Semana Santa en la figura del abonado helicóptero que ejerce un seguimiento exhaustivo del quién es quién en la parcela en cada momento. Se sabe los titulares de los abonos, quiénes son intrusos y a quiénes les han prestado las sillas para la Madrugada. Al socio perro de presa, como al abonado helicóptero se les van las fiestas poseídos por sus neuras. Pero son así. Quiéralos. Son útiles.
Sexta. La Feria, tan bella, contiene estampas de gran suciedad. ¿Hay algo más feo que la trasera de una caseta? Fíjense en alguna si tienen la oportunidad. ¿Y esas casetas pretenciosas que ponen toallas en el aseo como si fueran el servicio del Aeroclub o del Ritz de Madrid? Jamás las usen. En Feria siempre lleven sus propios pañuelos de papel. Y ojo: no observe mucho las cocinas mientras está en la cola de espera del retrete. Ojos que no ven, denuncia a Facua que se ahorra.
Séptima. Si usted es de los que viven la Feria con intensidad, tenga presente que algún día tendrá un conflicto. Por mera estadística de probabilidad. No hay Feria sin una discusión o momento de tensión. Salga del agujero negro cuanto antes. Puede sufrirlo al cerrar la cuenta, con la señora de un amigo o, mucho peor, con su cónyuge. El cansancio sumado a la ingesta de alcohol es una combinación letal. Recuerde que la Madrugada se ha salvado por la aplicación de la denominada Ley Seca. Salve su Feria a tiempo. Aplique, como en Semana Santa, sus propias medidas de aforamiento. Mañana será otro día. No prolongue la sesión con la bandeja de pastelitos que lleva en la nevera desde la pre-feria. Haga una retirada bien organizada. Sin prisa, pero sin pausa.
Octava. Si sale los fines de semana en coche, siempre conviene que haya un amigo que no beba para coger el volante al regreso. Entre sus amistades de Feria procure que haya un Florito, que es aquel que ejerce la complicada labor de sacar del fondo de la caseta a ese otro amigo denso, espeso, que no conoce el fin de la jornada, que no atiende a los requerimientos de su mujer y que dispara la probabilidad de que, efectivamente, usted se meta en su particular franja de Gaza con farolillos. Un buen Florito, con habilidad y tacto, es ese amigo que todos consideramos un tesoro y que salva el momento y la convivencia del grupo.
Novena. Cuidado con el amigo que no tiene caseta, disfruta de la de los demás y se pone pesado al exigir su derecho a corresponder con una convidá en una caseta de acceso libre. Debe convencerle con buenas palabras de que desista del intento, dígale que es mejor que invite en un bar cuando pase la fiesta. Si después de recorrer varias casetas particulares, de atravesar los cruces sorteando caballos de mala mirada y con grandes cantidades de baba, de pararse a saludar a quien usted no tiene ganas, se ve obligado a soportar el chunga-chunga de una caseta pública, su jornada habrá sufrido un bajonazo probablemente irreversible. Recibirá la puntilla cuando ese amigo de buenas intenciones, con la jarra de rebujito en la mano y media botella de una manzanilla de marca extraña, le pregunte: “¿De comer queréis algo?”.
Décima. Salga de la Feria con alegría, no se avinagre si no se han cumplido sus expectativas. Es mejor tomar el aire que un gofre. Piense que usted ha sido un valiente al apostar por vivir una Feria con intensidad. Ir a la Feria es asumir un riesgo, no ir puede ser un verdadero peligro. Haga examen de conciencia. Solo usted sabrá si le ha merecido la pena participar en la mentira. Y ahí encontrará su particular verdad.
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