La cerveza es un artículo esencial

La recogida de los contenedores revela que se ha disparado el consumo de cerveza. Confinados se bebe más y más. La basura nos delata como sociedad.

Fotografía tomada ayer lunes de un camión de basura
Fotografía tomada ayer lunes de un camión de basura / M. G.

Sevilla/La basura habla de nosotros, canta las verdades. En buena medida somos estos días de encierro cuanto se recoge de los contenedores. Hay zonas de la ciudad donde se baldea a diario y en las que la retirada de los contenedores se efectúa con alta frecuencia. Estos días se bebe mucho. Cada vez más. Nos lo avisaron a los pocos días del inicio del confinamiento: pasada la irrisoria obsesión por el papel higiénico pasamos a la de la cerveza. Los operarios de Lipasam se hartan de recoger envases de vidrio. Nos va tela la birra, tipo Pilsen por supuesto. Gana mayoritariamente la marca de siempre, la Cruzcampo de Julio Cuesta y Jorge Paradela.

Ya sabemos algo más de nosotros mismos: somos muy cerveceros cuando nos limitan la libertad. Nos gusta la espuma en esta suerte de cautiverio. No tenemos grifo, pero sí botellines. Y las siempre valoradas litronas. El estruendo de miles de botellines que se despeñan en el interior del camión de Lipasam es la banda sonora de quienes residen junto a esos contenedores siempre pringosos, con esa mugre que se extiende por el entorno y con la que te puedes resbalar y que alguien pite penalti desde un balcón. Bebemos mucho estos días según nos chiva la fotografía. Bebemos para olvidar, para sobrellevar, para hacer algo, por no estar sin hacer nada, mientras escribimos, mientras leemos, mientras discutimos o simplemente mientras existimos. Cada cuál que tache la casilla correspondiente.

Ayer mismo una señora trataba de meter en el carro dos packs de cerveza de ocho latas cada uno (a menos de siete euros el pack sin oferta). La buena mujer estaba pasándolas canutas porque era evidente su lucha contra el espacio y angustiada ante la posibilidad de que alguien el reprendiera por abusar de productos que no son de primera necesidad. O sí. Porque ya no sabemos. La señora metió algunos yogures para disimular, como cuando los quinceañeros de antes compraban dos fortunas sueltos en el quiosco y pedían pictolines para camuflar el tabaco. Con los años se acabó el tabaco suelto. Y los pictolines hay que comprarlos en bolsas desde hace tiempo.

Presencia policial

En los grandes cruces hay patrulleros de la Policía Nacional. Las avenidas están despejadas como para acoger la carrera final de una etapa de la Vuelta Ciclista. Las estampas del vacío de la ciudad son imposibles hasta en las tardes de un domingo de agosto, cuando al menos te tropiezas en el centro histórico con turistas de pieles blancas o enrojecidas como salmonetes a la búsqueda de la Carbonería o ese Museo del Flamenco que los sevillanos no saben donde está. La calle Águilas está para que Toni del Junco se harte de hacer fotos tumbado, como las que hace en la Catedral. Sin prisas, Antonio, enfoque usted bien.

Hay gente que da pregones por los balcones. Comienza a notarse cierto hastío, las bromas que circulan por los teléfonos móviles empiezan a cansar, el ingenio se agota o deriva en una pesada redundancia. Cuesta invertir el tiempo de ocio en negocio. Como advirtió un psiquiatra hace una semana, pasados los primeros quince días la gente comienza a hacer cosas raras. Mientras el personal se dedique a beber cerveza y a no asaltar supermercados no hay problema. Pero parece que demasiada gente hace el indio tratando de colocar su vídeo en el telediario. A lo mejor es que no bebe cerveza. O la liban más de la cuenta.

Cansados de tanto humor

El humor reiterativo es como las procesiones extraordinarias, que pierden el interés. Lo más interesante de muchos vídeos caseros es comprobar que los libros han desaparecido del mueble principal de los salones. Ya no están ni las enciclopedias de lomos con letras doradas que quedaban tan bonitas junto al televisor. Debe ser que el papel ha muerto. ¡Viva la cerveza!

El Algarrobo del Gobierno, señor Ábalos, comparece por las tardes. El rey de la mañana es monseñor Aguirre desde el Palacio de San Telmo. El consejero de Salud continúa con su estilo propio, campechano y que parece que está a punto de preguntar a un camarero si tiene a mano un palillo. Aguirre rescata además una muletilla muy de los años noventa. “El tema de la luz”. “El tema del agua”. “El tema de las mascarillas”.

Las dos caras de la vida

Desde Madrid llegan testimonios escalofriantes de la situación en hospitales como el Gómez Ulla y, sobre todo, de la presión psicológica que sufren los sanitarios. Hay quien ayer estaba en el camarín de la Virgen de la Esperanza y hoy se la juega a la vera de los contagiados en el punto más negro de España. Es la historia misma de una vida que nos eleva al cielo de una mirada celestial y nos coloca luego en el trance de salvar vidas.

Llueve en Sevilla. Los taxistas cierran las ventanillas de golpe, pese a que son cuatro gotas y resultan muy agradables. A mediodía hay una cola larga, muy larga, de quienes esperan para comer en el Pozo Santo. Muy cerca hay otra cola, también muy extensa, de quienes esperan para acceder al supermercado. Dos realidades en la misma ciudad, en la misma calle. Villa Arriba y Villa Abajo. Siempre las dos caras. Mercadona refuerza las donaciones para los comedores sociales y el Banco de Alimentos en estos días de crisis. En Sevilla siempre hay una cola de gente esperando para algún fin. Que no falte la cerveza ni con uno ni con dos decretos de alarma. La cerveza es un artículo esencial. Pueden cerrar los bares, pero no puede faltar la cerveza en el supermercado. Llena ahí. Confinados se bebe mejor. Y más. El vidrio vacío hablará de nosotros cuando hayamos bebido.

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