La Cartuja sin alma

Ni distrito, ni lugar para viviendas. La Cartuja, zona fría de oficinas y territorio para más bares y hoteles

Isla de la Cartuja
Isla de la Cartuja / José Ángel García

La Cartuja necesita vecinos antes que más hoteles y oficinas. Se nos llena la boca con las empresas instaladas en la isla, pero todos sabemos que sigue sin tener esa vida de cierta calidad que sería deseable, salvo que aceptemos el público nocturno de las discotecas como inyección de actividad urbana. La Cartuja continúa siendo un lugar ciertamente inhóspito, donde hasta fracasó por falta de uso aquella lanzadera de Tussam que conectaba todo el recinto con Triana. El Ayuntamiento y la Junta han acordado una recalificación que potencia más el sector terciario. No salimos de lo mismo. Sevilla es el ratoncito que no para de mover la rueda de la economía en la misma dirección: comederos y hoteles. Sigue pendiente que la Cartuja sea un distrito más de la ciudad, con sus vecinos y, naturalmente, con sus servicios. Que no parezca la boca del lobo por las noches, que no sea ese sitio al que se acude al estadio para un con concierto o un partido y se retorna con cabreo por las malas comunicaciones, que deje de ser un lugar donde parece que no hay nadie incluso en horario de máximo uso de las oficinas. Zona fría, fría. Solo la explanada que hay delante del rascacielos y el Caixafórum han conseguido el efecto de calidez que genera la vida urbana, la zona precisamente más próxima a Triana y que casualmente lleva el nombre del alcalde que intentó meter viviendas en la Cartuja. La Junta de Andalucía frenó una iniciativa más que interesante de Monteseirín. Con la recalificación que se ha anunciado estos días a bombo y platilla podemos dar por cerradas las posibilidades de que haya vecinos donde afloran los edificios de oficinas, las avenidas con aspecto de ciudad abandonada y el monasterio de las chimeneas icónicas donde están el Instituto de Patrimonio y el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, tal alejados de la ciudad.

El antiguo Canal de la Exposición Universal.
El antiguo Canal de la Exposición Universal. / José Ángel García

El acuerdo entre las administraciones nos plantea una pregunta. ¿No sabemos hacer algo que no sea promover más bares y más hoteles? Al menos Monteseirín hasta planteó en el final de sus doce años de mandato la creación del Distrito Cartuja, primer paso de la que hubiera sido una apuesta por integrar la isla en la vida cotidiana de la ciudad, no como una suerte de gueto para empresas con una cantidad considerable de pabellones necesitados de arreglo. Basta dar un paseo por la zona y comprobar el aspecto de recinto abandonado que se ofrece en calles y avenidas, como si todavía permaneciera el aspecto de expolio del 13 de octubre de 1992. Afrontamos otro debate. ¿Cuidamos lo suficiente el legado de la Exposición Universal de 1992 a la que tanto debemos? ¿Cabría haber mantenido algunos usos que fueron un éxito en aquella Muestra? Con el pretexto de que el Canal lleva 30 años abandonado vamos a tener una nueva banda... de bares. Cuando nos da por algo somos únicos. Qué cosas nos prepara el destino, cuánta crueldad. Donde están los recuerdos de la mejor Sevilla contemporánea, el Canal donde fuimos felices y proyectamos una imagen de modernidad, tendremos... bares. Con esto ocurrirá como con las Setas de la Cartuja, que los defensores de la construcción del engendro siempre tenían la respuesta preparada: "¿Qué preferías el descampado con las ratas"? Aquí nos dirán que los bares y algún hotel serán mejores que los jaramagos que crecen en el Canal en una evidente muestra de vergonzoso abandono. ¡Por fin alguien se preocupa del Canal! Con eso basta. O debe bastar a juicio de los positivistas.

En el fondo continúa aquel divorcio entre la Isla de la Cartuja y Sevilla que tanto se pregonaba antes del 92. El centro queda cada día más para los turistas como la Cartuja para un sinfín de empresas que tienen felizmente colmatado el parque tecnológico. Es una zona tan importante para la ciudad desde muchos puntos de vista que hubiera merecido el esfuerzo de tratar de insuflarle vida, alma, conexión real con cuanto ocurre en la otra orilla, calidez para ser atractiva en el día a día. La Cartuja muchas veces parece uno de esos polígonos a los que se acude a comprar azulejos para la nueva cocina. Sevilla funciona: cambiamos jaramagos por bares. No hay tanto camarero para tantos bares. Quien quiera ser residente que se vaya a Sevilla Este. Quien desee estar en el centro que se espere a Semana Santa. Y quien quiera una foto de la Giralda desde una calle Mateos Gago sin turistas que lo haga a las dos de la madrugada o se compre una postal. Seamos felices, no hay ratas en la Encarnación. Y pronto se quitará la vegetación del Canal de la Cartuja. Nadie ha sido capaz de mantener su uso original. La verdad es que es un milagro que hayan llegado vivos tantos pabellones del 29. Y las barquillas de la ría de la Plaza de España. Llenemos los bolsillos que ya nos preocuparemos del alma en otro momento.

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