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Será que nos acercamos al horripilante Halloween que nos recuerda cada año que somos un pueblo acomplejado, vulnerable y, por tanto, muy expuesto a influencias externas. O será porque sencillamente el otoño deprime los ánimos por la paulatina reducción del horario solar. El caso es que de pronto hemos visto lápidas en vez de bancos en la Plaza Nueva. Será un problema de nuestra percepción, de nuestro prejuicio, acaso de un exceso en la perspectiva crítica que se exige al periodista, o el efecto de la obligación de cazar el mamut de cada día con el que llenar el vientre de la página en blanco. Otras veces hemos visto terrazas de bares por todos lados. “Doctor en ocasiones veo veladores”. Y, cómo no, superamos la visión reiterada de capirotes en cada esquina durante todo el año. Pero nunca nos habíamos topado con lápidas en la Plaza Nueva. Parece que solo les faltan los nombres de los difuntos con la abreviatura que desea un descanso en paz. Dicen que son los mismos bancos pero sin los respaldos de madera, retirados porque se han echado a perder, se ahí que se hayan quedado unos asientos de camposanto, de aire funerario agravado por los indigentes que vivaquean desde hace años por la plaza y que los utilizan para el descanso nocturno y hasta diurno. El alcalde Oseluí se ha decidido a reformar la plaza. La obra debe comenzar en dos semanas.Dicen que recuperará el aspecto historicista y que estrenará un pavimento que no nos ponga en riesgo los días de lluvia. En 2018 murió un hombre por efecto de una caída. Hubo que aplicar un tratamiento con la bujarda. Dos años antes, en 2016, un indigente mató a otro de una cuchillada a última hora de un viernes en plena plaza.
Hablan hasta de la instalación de merenderos... ¿Y por qué no las sillas de tijera de hierro de color verde que se alquilaban para echar el rato sentados? Existieron hasta principios de los años ochenta. Puestos a recuperar podrían poner de nuevo los puestos de agua fresquita en la ciudad sin fuentes ni sombra. Pasan los alcaldes y no ponen sombra en la Avenida. La verdad es que para hacer el mamarracho de los toldos del Paseo de Colón, mejor que no se mueva un varal.
La gran reforma de la Plaza Nueva, la que de verdad cambió su imagen, el ambiente y su uso, fue la supresión del tráfico rodado con motivo de la obra de un tranvía estrenado en 2007. Dejó entonces de ser la milla de oro de la alta costura. La plaza perdió a los miles de usuarios diarios de Tussam que se bajaban del autobús en alguna de sus paradas durante 20 horas al día. La atención se desplazó de la Plaza Nueva a la Plaza de la Encarnación, donde el efecto llamada de las setas ha revitalizado la zona norte del centro histórico. Al margen de gustos y criterios más o menos aceptados, una evidencia es que la Plaza Nueva no tiene el apogeo de hace veinte años.
La crisis económica de 2008 no ayudó en nada a la evolución de una plaza que sumó locales sin actividad. Donde había tiendas de alto nivel como Agua de Sevilla o Gastón y Daniela terminaron abriendo bares de copas. Donde había entidades bancarias, también acabaron abriendo negocios al amparo de la moda de los gin tonics elaborados. Y hasta una agencia de viajes fue sustituida por un bar de botellines. La Plaza Nueva fue mudando de piel no sin que muchos de sus locales acumularan años sin actividad, caso del comercio de Victorio y Lucchino en el número 10, donde en el año 2017, por din, abrió una extensa oficina de la Banca March.
La Plaza Nueva sufre los efectos de tener demasiado lejos la parada del Metro (la más próxima está en la Puerta de Jerez) y es evidente que ha fracasado como lugar de comercios de moda de alto nivel. En el recuerdo también queda el que fue muchos años el negocio decano, la sastrería O´Kean; el Caballo o Canales. Al menos se mantienen la firma Loewe y la de alta joyería Shaw (que se mudó dentro de la misma plaza), el comercio de Carolina Herrera (que sufre casi a diario a los indigentes en su acceso)y funcionan con éxito varios restaurantes.
Sirvan los bancos a la funerala de la Plaza Nueva para acercarnos al noviembre de las esquelas, al lamento por cuanto hemos perdido por la evolución de una ciudad que se entrega a un turismo del que dependemos y que no alcanzamos a regular. Bancos de luto, lápidas urbanas. Hay ironías que las carga el destino. Pero tengamos esperanza en esa reforma anunciada, sobre todo porque es difícil ir a peor. Nos conformamos con no echar de menos las lápidas. En el fondo son un buen icono de la ciudad yacente, que rima con indolente y con... ausente.
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