La Caja Negra
Los duendes de la Feria de Sevilla están de luto
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La excusa inicial fue que no había un Gobierno de España en firme y, por lo tanto, no se conocían los ministros a los que efectuar las reivindicaciones de la ciudad. Después que no se contaba con un presupuesto propio para inversiones y había que prorrogar el del alcalde Antonio Muñoz. Mañana lunes comienza el nuevo curso político, el segundo año de José Luis Sanz como alcalde de Sevilla. Hace tiempo que hay ministros a los que dar la barrila con las infraestructuras pendientes y ya, por fin, hay unas cuentas elaboradas por el Ejecutivo local del PP. Toca trabajar, toca gestionar y toca obtener resultados, sobre todo porque no sabemos si, acaso, habrá un segundo y último presupuesto en cuatro años de mandato, habida cuenta de las relaciones achicharradas que el alcalde en minoría tiene con los grupos de la oposición, tanto con los supuestos aliados naturales de Vox como con los que están a la izquierda en diversos grados. O negocia con ellos en el futuro o podrá usar por segunda y última vez el recurso de la cuestión de confianza para sacar las cuentas adelante.
El alcalde ha estado solo desde el principio por diversas razones, con un gobierno poco cohesionado y trufado de concejales bisoños, pero ahora tiene el presupuesto, la herramienta para gobernar. No hay ya excusas para sacar adelante proyectos e inversiones, aunque solo sean de esos que, como decía la gran alcaldesa del PP de Sevilla, Soledad Becerril, sirven para dejar una ciudad mejor y más habitable de la que un dirigente se encuentra al acceder al cargo. De momento seguimos con el déficit de sombra en grandes áreas (aunque los toldos veraniegos del centro histórico sí se instalaron en buena fecha) y la Policía Local y los taxistas siguen siendo una matraca para el alcalde. Fue muy revelador que Juan Bueno se negara a liderar la delegación con competencias de seguridad, que conoce del mandato de Zoido, y le pasara el marrón a Ignacio Flores, que no estaba en condiciones de negarse.
Es la hora de impulsar proyectos, agilizar la gestión y dejar de evidenciar desuniones y malas caras en el seno del Ejecutivo. La crisis de gobierno realizada con 'agosticidad' tras solo un año ha sido la prueba palmaria de que las cosas no han funcionado. Al ciudadano poco le importa que Minerva Salas, teniente de alcalde, casi no se hable con Sanz, o que Manuel Alés, delegado de Fiestas Mayores, tenga de momento las peores relaciones con el Consejo de Cofradías que se recuerdan de un concejal del ramo. El alcalde se ha fabricado una cápsula de confort donde sólo entran los juanes (el histórico Bueno y el dócil de la Rosa), el más ubicuo de la cuenta gerente de Urbanismo (Fernando Vázquez) y otro histórico como el diputado nacional Ricardo Tarno, al que Sanz nunca ha querido en el organigrama municipal pero sí como hombre próximo en las charlas de barra antes o después de los actos. Súmenle a Dolores Vallejo, con mando firme en el gabinete de la Alcaldía, y poco más. Alés y Pimientel son más atrezo que otra cosa.
En un año se han marchado varios directivos, entre ellos un ex secretario general del PP como Andrés Parrado que estaba al frente de la dirección general de Educación, otro procedente del PP de Ayuso que fue presentado como fichaje estrella nada menos que para dirigir el gabinete del propio alcalde (Pablo Taylor), el gerente del área de Cultura (José Lucas Chaves) al que siguió otro directivo (Ruperto Merino) que tardó dos meses en dimitir. El último en abandonar el Ayuntamiento ha sido José Fernández Lineros que estaba en la dirección general de Transformación Digital. Y todo ello sin olvidar que el jefe de protocolo, el militar Francisco Yuste, fue cesado en los primeros días de mandato, una decisión absolutamente legítima del alcalde, pero llamativa porque se efectuó mediante el envío de un gélido correo electrónico.
Es la hora de gobernar con el presupuesto por delante y sin ocurrencias como la del cobro de una entrada para visitar la Plaza de España, una propuesta que era mercancía averiada desde el inicio por no ser una competencia exclusiva del gobierno local. No cabe ya el discurso victimista. Acaso habría que reconocer la dificultad enorme de luchar contra los efectos perjudiciales de un turismo masivo, pero eso no es óbice para poner en práctica un plan integral: desde la lucha por la tasa turística hasta normas básicas de convivencia en la calle. La impresión al respecto es de excesiva lentitud, cuando no de medidas de dudosa eficacia como el corte de los suministros a pisos turísticos ilegales. La Gerencia de Urbanismo y Medio Ambiente, que brilla por la ausencia de dirección política, se dedica casi en exclusiva a tramitar decenas y decenas de proyectos solo relacionados con la explotación turística de inmuebles. Es la era que nos ha tocado. Por eso es fundamental una visión global del problema y el referido plan integral, no los movimientos por bandazos y ocurrencias. La Fábrica de Artillería, el Museo de la Ciudad, el antiguo Mercado de la Puerta de la Carne... siguen sin novedad. Ni que decir tiene de las grandes infraestructuras pendientes como la conexión ferroviaria entre Santa Justa y el aeropuerto. La posibilidad más optimista es que la obra del Puente del Centenario esté concluida en este mandato. ¿Qué otro gran proyecto veremos terminado en este plazo? Acaso la llegada del tranvía al Corte Inglés de Nervión. De nuevos cortes de cinta en el Metro y la SE-40 nos olvidamos de momento. Y la Cartuja continúa con una evidente degradación de usos: de parque tecnológico para servicios avanzados (tal como dicta el PGOU) a acoger hoteles, residencias universitarias y, por supuesto, más negocios de restauración en parcelas concebidas para la investigación de vanguardia. Y el Estadio de la Cartuja, por cierto, se mantiene con la respiración asistida de las inyecciones de dinero público para acoger acontecimientos deportivos.
La ciudad tiene en el 8 de diciembre un gran reto por delante que trasciende la perspectiva cofradiera. La procesión Magna, de unas características nunca antes conocidas, pondrá en tensión todos los servicios. La previsión de 500 autobuses cargados de visitantes se puede quedar corta. Será toda una prueba en la antesala de la Navidad en tiempos de masas y de degradación de la convivencia urbana. El espacio público cada vez se usa más en los tiempos de la pos-pandemia. Quizás ha llegado la hora de que Sevilla tenga un protocolo especial para grandes acontecimientos, sobre todo los deportivos que incluyen horas de fiesta en el centro histórico. El alcalde ha culpado a la oposición de no poder ampliar la Feria en 2025 por falta de unos presupuestos a tiempo. No hace ninguna falta la ampliación del real porque hasta en los últimos años del formato corto se vio que las casetas ya se quedaban despobladas el fin de semana por efecto de la pre-Feria y la evasión a las playas. Sevilla tiene que dejar de ser noticia por la Feria fuera de los días de farolillos. Y la Feria no debe ser nunca mercancía entregada al lobby turístico. Mucho menos un sonajero para generar titulares de vida efímera y efecto pernicioso.
No basta con la creación del cuerpo de serenos, con un discurso valiente en defensa de la Fiesta Nacional, con una subida más que justificada y acertada de los precios para visitar el Alcázar o con un acto del Día de San Fernando de indudable éxito. No basta con acoger una cumbre del Foro de Desarrollo de la ONU en 2025, ni con las numerosas fotos amables que todo alcalde se realiza para generar proximidad con el ciudadano. No basta con vivir de un PSOE varado desde hace años en Andalucía... Y lo que le queda en ese estancamiento a cuenta del cupo catalán. Hay concejales demasiado novatos, osados e imprudentes que hacen perder peso político a la ciudad. Hay que gobernar en libertad, con criterio, con ambición y, sobre todo, con un modelo claro. Es obvio que para tener un modelo hay que tener un conocimiento previo de la ciudad. Hasta el Arzobispado acaba de ser ejemplar al señalar uno de los problemas de Sevilla (800 personas sin hogar, según los datos municipales) y promover un centro de noche en la calle Don Remondo. Hay presupuesto, tiene que ser la hora de la gestión.
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