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El error, tremendo error, de Extremadura se llevó por delante un ramillete de diputados. No se puede dar semejante espectáculo en el comienzo de una campaña electoral. No por pactar con Vox, que el PP ya lo había hecho en Castilla y León y acababa de hacerlo en Valencia, amén de haberse apoyado en los de Abascal para la primera investidura de Moreno en Andalucía, sino porque la señora Guardiola ofreció la peor versión de la política. Protagonizó con luz y taquígrafos toda esa falta de valores que los ciudadanos censuran de sus dirigentes públicos en los corrillos, tertulias y encuentros espontáneos. Todos vimos aquellos días lo que siempre intuimos de todos. Y eso tiene que pasar factura. El bellotazo del PP fue el primer error de la campaña de Feijóo, un político con perfil serio, que no levanta pasiones pero con la solvencia necesaria para levantar un partido que cogió en una fuerte crisis y al que le ha metido 47 diputados más. Feijóo ha vencido, pero ha sido víctima de varios errores: empezando por el guardiolazo y terminando por el exceso de las expectativas en los sondeos, pasando por la ausencia del debate. Y no se olvide el esfuerzo titánico de un presidente del Gobierno erosionado en su credibilidad, pero siempre venido arriba.
La imagen que se proyecta de un candidato ausente en un debate es demoledora, máxime cuando Feijóo partía con la condición de favorito y, de hecho, es el vencedor en diputados y número de votos. Pero no gobernará. El sanchismo sigue vivo cuando se estaba a punto de inscribir al PSOE en el registro de solares.
Resultaba un poco chocante el baile de la victoria de los peperos en el balcón de Génova, el mismo donde se han celebrado las mayorías absolutas de Aznar (2000) y Rajoy (2011). La danza era por momentos penosa, dado el rostro cariacontecido de los protagonistas. Se entiende que el consumo interno de los partidos, la necesidad de mantener la moral de victoria y otras exigencias del guión obligan a unos ritos que, en el fondo, todos están deseando que se acaben. Al PP le han sobrado algunos gurús y varios días de campaña. No es que la ausencia de Feijóo fuera más o menos importante en función de los espectadores, es que la ausencia se convirtió en la (mala) noticia. Y se abordó durante día en tertulias y análisis. No coló tampoco el ofrecimiento de acuerdos con el PSOE mientras se pactaban gobiernos autonómicos con el aliado natural, Vox, del que el PP siempre ha renegado cuando toda España sabía que si podía llegar a la Moncloa era con el apoyo de Abascal, colaborador necesario.
Sánchez, en cambio, nunca renegó de sus aliados ni dio la batalla por perdida. Ese punto entre caballeresco y desvergonzado le ha dado rédito. No se trata de hacer las cosas bien, sino de lograr el resultado: mantenerse en el poder. El cómo se consigue es lo de menos en el manual del presidente. El sanchismo ha vivido su particular domingo de resurreción.
Sevilla la roja vence a las encuestas y mantiene el punto colorado en el mapa. El PSOE gana en su plaza tradicional. La provincia no es el fortín de antaño, ni mucho menos se aproxima a los históricos resultados de la década de los ochenta, pero los socialistas mantienen la vitola de ganador. Sacan cinco diputados y tres senadores por cuatro diputados y un senador del PP. Los socialistas no pudieron retener la Alcaldía de la capital hace un mes, pero mantienen la condición de primera fuerza en la tierra de Felipe y Guerra, la misma en la que el partido retiene la principal institución con poder institucional en Andalucía: la Diputación Provincial de Sevilla. El ex alcalde Antonio Muñoz ha obtenido el acta de senador, un logro que no tenía nada claro en función de las encuestas y de su aparición como tercera opción en la candidatura del PSOE. No han sido pocos los socialistas que temían que el partido se quedara con un solo acta por Sevilla en la Cámara Alta. Siempre han tenido tres y mantienen tres. Por el PP entra uno de los alcaldes más votados en la provincia, Juan Ávila, que gobierna en Carmona con mayoría absoluta. Ávila formará parte de un grupo popular en el Senado que gozará nada menos que de mayoría absoluta en la cámara de representación territorial.
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