Treinta años del Parlamento de Andalucía en las Cinco Llagas
En vísperas de la Expo se inauguró la Cámara autonómica para la que salvó un edificio histórico y se estudió la organización de los espacios de las Cortes y de los parlamentos vascos y catalanes
Sevilla/Un edificio bien construido y bien restaurado como demuestra su reciente evolución. Se puede realizar estas afirmaciones de pocos inmuebles. El antiguo hospital de las Cinco Llagas cumple mañana treinta años como sede del Parlamento de Andalucía. De ser un hospital para mujeres, una suerte de convento para enfermas, a acoger quirófanos y despachos de médicos durante muchísimos años y terminar por ser la sede de la Cámara autonómica y de la de Cuentas. Para semejante cambio de usos fue precisa una obra de restauración que se prolongó durante más de diez años: de 1979 a 1992.
El arquitecto Alfonso Jiménez, maestro mayor honorario de la Catedral, se ha reencontrado estos días con el edificio del que se ocupó junto a Pedro Rodríguez. Treinta años después, Jiménez está actualizando los gráficos del inmueble, “el hospital que a fines del siglo XVI se percibía como un gran cuadrado de dos plantas, con torres en las esquinas; un Escorial con poca alzada de cuyo interior emergía la esbelta mole de su iglesia”, como ha dejado escrito.
Su vínculo con las Cinco Llagas comenzó cuando la Diputación Provincial, siendo presidida por Manuel del Valle, recurrió a él para una obra de emergencia tras el derrumbe del tejado de la entrada. Alfonso Jiménez y Pedro Rodríguez trabajaban ya nada menos que con la Giralda, donde reparaban la caída de una de las cuatro azucenas del alminar. Las Cinco Llagas, en un estado de casi abandono desde 1972, comenzaba a dar señales de una deficiente conservación.
Jiménez se entregó a una obra para la que pidió una excedencia en la Universidad, donde ha ejercido de catedrático en la Facultad de Arquitectura.
El tejado del acceso al edificio se había derrumbado, pero en realidad estaban mal todas las cubiertas. Hubo quienes tuvieron ideas peregrinas como proceder al derribo de toda la gran planta baja y plantar césped. No faltaron quienes plantearon el uso del edificio como Parador, sede de colegios y residencias de ancianos, etcétera. Era un mole sin uso. Había espacio para casi todo, una cantidad ingente de metros cuadrados que dificultaban encontrar un único usuario.
La gran suerte para el futuro del edificio fue la apuesta como sede del Parlamento. Fue su salvación. ¿Qué institución podía haber asumido el cien por cien del antiguo Hospital de las Cinco Llagas?
Mientras se efectuaba la obra, el Parlamento ya funcionaba y fue cambiando de sede. Se constituyó en el Real Alcázar en un acto solemne y acabó en la antigua iglesia de San Hermenegildo, que fue acondicionada también por Alfonso Jiménez y Pedro Rodríguez.
El equipo de arquitectos se entendió muy bien con el primer presidente de la institución, el notario Antonio Ojeda, y con el segundo, el catedrático Ángel López, lo que facilitó mucho las gestiones. Los despachos del Parlamento se repartían mientras tanto por diversas sedes: el Pabellón Real, el edificio del Cristina y la actual sede del Defensor del Pueblo Andaluz en la calle Reyes Católicos.
La causa de la lentitud de la obra fue la intervención del Arzobispado de Sevilla en el proceso de desacralización de la iglesia, donde se organiza el plenario. El entonces arzobispo Carlos Amigo y el canónigo Juan Garrido Mesa cumplieron con pulcritud con todos los trámites. Se le dio parte en el proceso a la congregación religiosa que había estado en el antiguo hospital. Se interesaron, por ejemplo, por las lápidas conmemorativas y se inventariaron todos los bienes y materiales. Se tuvo claro que el gran retablo debía seguir en su ubicación original. Hoy sigue en su sitio, cubierto la mayor parte del tiempo por una cortina. Otra anécdota fue cuando un historiador difundió un artículo para denunciar que se había desmontado el retablo. Hubo que convencerle de que todo estaba en orden.
La obra de restauración abarcó las fachadas, los cinco patios delanteros, la iglesia y los laterales hacia las calles Don Fadrique y Doctor Fedriani. La iglesia es la gran joya del edificio, considerada la aportación más notable al Renacimiento español, donde está la firma de Hernán Ruiz, el arquitecto de la ampliación de la Giralda.
Llama la atención treinta años después el respeto que se ha guardado por cuanto se hizo y se planificó en aquella obra. Sigue intacto, por ejemplo, el trazado que Alfonso Jiménez realizó para el gran jardín que se localiza enfrente de la Basílica de la Macarena. Ocurre igual con los muebles del plenario. Los diputados andaluces usan hoy las mesas y sillas de madera que se diseñaron en 1992.
Alfonso Jiménez y Pedro Rodríguez visitaron el Congreso de los Diputados, el Senado y las dos cámaras autonómicas que ya funcionaban entonces, y los parlamentos vasco y catalán. Se estudió mucho la selección del mobiliario. El Parlamento Vasco resultaba excesivamente cómodo. Del catalán les llamó la atención que los espacios eran muy estrechos. Había poco sitio. De hecho, los cuatro diputados que el Partido Andalucista obtuvo en las autonómicas catalanas estaban orillados en una esquina. Los arquitectos tenían clara la apuesta por mesas individuales, que dieran libertad de organización a cada diputado, y asientos con ruedas para permitir un mínimo movimiento durante las sesiones.
Otro detalle que se tuvo muy en cuenta fue ocultar los cables para garantizar el máximo respeto al patrimonio. Todo el cableado se proyectó bajo tierra.
Se sabe que el edificio se mantiene bien hasta el siglo XIX. A partir de entonces se instalan en el inmueble las cátedras de Medicina, lo que supone una alteración de los espacios que incluye la subdivisión arbitraria de los patios. En cierta manera, el edificio sufre una chabolización agresiva contra sus valores históricos y artísticos. Y también produce cierto desencanto, pues podría haberse esperado mayor tacto de aquellos profesionales cualificados de la Medicina. Como curiosidad, los arquitectos tuvieron que convivir con algunos sanitarios que se resistían a abandonar el hospital y que porfiaban con los albañiles de la obra. Se encontraron, por ejemplo, con un laboratorio con todos sus instrumentales y con la habitación del que debió ser el último capellán, donde encontraron una sotana colgada del perchero.
Una de las penas fue la oportunidad perdida de haber hecho un estudio arqueológico previo. Hoy hubiera sido preceptivo y se hubiera obtenido mucha información valiosa.
Cuanto más avanzaba la restauración, más claro se tenía que las Cinco Llagas era un edificio muy bien hecho. Resaltaban las fachadas exteriores a base de piedra en contraste con los interiores de tapial. Se apostó por rebajar el edificio de peso al librarlo de las estructuras añadidas de metal y de hormigón que se instalaron para uso sanitario y que sobrecargaban las estructuras.
Nunca hubo problemas económicos para cubrir el coste de la obra propiamente dicho. Los presupuestos no se discutieron ni se dispararon. Y como el proceso de desacralización obligó a una velocidad de ejecución lenta, los arquitectos pudieron disfrutar de la experiencia sin las prisas o urgencias de otros proyectos.
Entre los aparejadores de esta gran restauración participó Miguel Ayarra, hermano del célebre organista de la Catedral. La empresa contratista fue Fomento de Construcciones y Contratas, aunque para la reparación del primer tejado que se cayó se contó con Joaquín Pérez, conocido por sus muchas obras en la Catedral.
No faltaron las anécdotas durante aquellos primeros años de trabajo. El socialista Manuel del Valle congenió desde el principio con el arquitecto, que le había contado que alguna vez había votado al Partido Andalucista. Cuando se saludaban en la obra, Manuel del Valle solía dirigirse a Jiménez de esta guisa: “¿Cómo estás, votante de causas perdidas?”.
Se decidió durante la obra que la sede de la Cámara de Cuentas también se habilitara en las Cinco Llagas. Para la Defensoría del Pueblo, en cambio, se prefirió la citada sede de la calle Reyes Católicos.
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