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Sevilla, distopía 2030

La Caja Negra

El arte refleja con precisión el tiempo que le ha tocado vivir y realiza vaticinios que puede que se queden cortos dada la intensidad de ciertas evoluciones en la ciudad

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El cartel de Fiestas Mayores de 2000, obra de Ricardo Suárez, el mismo autor de la actualización que vaticina el 2030. / M. G.

Sevilla/En enero de 2000 se presentó en Fitur (Fritur más que nunca por aquellos tiempos)el cartel de las Fiestas de Primavera del Ayuntamiento, obra de Ricardo Suárez. En el espacio destinado a Sevilla se sufrió una verdadera bulla en aquel Madrid de hoteles llenos y muchos de los llamados operadores hospedados en habitaciones en las afueras de la capital e incluso en Guadalajara. Los barandas del turismo repetían la necesidad de captar viajeros fuera del período de la Semana Santa y la Feria. El verano se consideraba imposible, la Navidad carecía de relevancia y se trataba de rascar en un otoño que se deseaba que fuera cultural. El cartel fue un éxito de composición y buen gusto que se recuerda casi 25 años después: tres mujeres en diferentes posiciones y con la mirada puesta en distintos puntos de vista aparecen en un balcón mientras pasa un evocador paso de palio. La vida en el fondo es una cofradía con luces y cruces que nos deja siempre un mensaje de esperanza en el palio que se marcha con cadencia.

Han pasado 25 años de aquel cartel. El autor expuso obra nueva recientemente en una muestra organizada por la Fundación Cajasol con el sugerente título Vanidades. En ella nos pudimos encontrar con una reproducción de aquel viejo y hermoso cartel y, he aquí la novedad, con su reinterpretación sobre cómo sería treinta años después. Una suerte de ‘Sevilla, distopía 2030’.

Las tres mujeres han desaparecido. No queda rastro de sus elegantes trajes, ya sea de mantilla o de flamenca. Han sido sustituidas por turistas de pantalón corto, gorra y mochila. La Giralda ya no está. El fondo está presidido por la Torre Sevilla. Y en la caída trasera del paso de palio aparecen bordadas sobre fondo azul las siglas AT que tanto apreciamos en las fachadas de las casas del centro: Apartamentos turísticos. Por supuesto el nombre de la ciudad se lee ya en inglés. Seville.

Ricardo Suárez, en la reciente exposición 'Vanidades' de la Fundación Cajasol. / Juan Carlos Muñoz

El arte y la realidad siempre van unidos. El estado de ánimo, los excesos, el auge o decadencia de los valores, las guerras, las depresiones, la alegría... Todo tiene reflejo en el arte, incluso los vaticinios cuando se pinta sobre el futuro. Y ocurre que el futuro nos puede alcanzar antes de la fecha prevista. Denunciar, describir, alertar, destacar cómo hemos cambiado en veinticinco años y atreverse a recrear cómo estaremos cuando pase un lustro más, tal es la velocidad de los cambios. Sí, hemos cambiado mucho: dos crisis fortísimas (una económica y otra sanitaria), la invasión de los espacios públicos, la restricción temporal de libertades, el bipartidismo puesto en serio jaque, la abdicación de un Rey y la dimisión de un Papa... Y Sevilla haciendo caja gracias a un turismo que se ha vuelto incontrolable.

Somos Venecia sin gondoleros y Benidorm sin playas. Hemos perdido mucho en 25 años, pero conviene no repetirlo por razones terapéuticas y por no incurrir en nostalgias o lamentos equivocados. Somos al fin como otras ciudades. Pasan los Grammy, nos hablan de una lluvia de millones y nos la creemos porque... ¡No tenemos más remedio! El dinero ha existido, pero en una economía global acaba en manos de multinacionales. Se recauda aquí... pero va a las cuentas bancarias de allí. Sevilla no es ajena a la globalización extrema. Y eso se refleja en el cartel distópico. No somos la ciudad que contaban los viajeros románticos franceses del siglo XIX. Cada tiempo tiene sus retos, sus bonanzas y sus narradores.

Otra de las salas de la reciente exposición de Ricardo Suárez en la Fundación Cajasol. / Juan Carlos Muñoz

La ciudad sabe integrar, lo ha demostrado siempre. Nos construyen las setas o el rascacielos de la Cartuja y tardamos poco en hacerlos nuestros. Somos muy receptivos para lo que viene de fuera, aunque resulte invasivo y discutible. El problema es que tal vez el sevillano se vea excluido más que en otros tiempos. De pronto ha sido expulsado de determinados espacios que siempre consideró propios. Primero lo fue de un centro histórico por la aplicación de políticas de peatonalización y de restricción al tráfico que dejaron el casco antiguo como un lugar de difícil acceso. Y posteriormente se ha vuelto inhóspito en muchas fechas.

¿Hacia dónde irá la ciudad en 2030? A lo mejor el vaticinio del pintor Suárez se queda corto. La experiencia del comienzo de siglo enseña que asistimos a cambios absolutamente inimaginables, rápidos e intensos. Nosotros cambiamos poco si de nosotros depende. Las grandes modificaciones nos vienen dictadas de fuera. Y las aceptamos en silencio, abonados al escapismo y acaso con algún tuit de queja, más de andanada que de crítica racional y reflexiva.

Siempre es saludable que el arte refleje la realidad. Que el arte sea testimonio preciso y vaticinio con base. En el año 2000 se buscaban turistas. Ahora se busca limitar las modalidades de alojamiento porque nos sobran o nos incomodan tantos turistas. A lo mejor la distopía no solo se cumple, sino que se queda corta.

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