Sueños esféricos
Juan Antonio Solís
Nadie en el mundo más afortunado que Víctor Orta
La Caja Negra
Sevilla/En la lista de los imposibles de Sevilla figura la imagen de covacha que ofrecen muchas calles de Santa Cruz, donde los comercios afean la trama urbana con camisetas, souvenirs, artilugios, baratijas y trajes de flamenca de bajo coste para los incautos guiris. La lista es larga. Parece imposible adecentar las calles de este barrio, nada antiguo pero en absoluto feo y, además, un verdadero atractivo para los visitantes. También parece un imposible que en los alrededores de la Catedral se respete la estética de la Catedral, principal monumento de la ciudad. Las agresiones a la arquitectura son continuas en una ciudad que en buena medida debe su grandeza a ella. Cuesta un mundo encontrar comercios que no traten de contaminar el paisaje para llamar la atención del viandante. Pasan los gobiernos y no se consigue absolutamente nada.
Tenemos asumido que el éxito es que las callen estén simplemente llenas de público. Somos de la cantidad. No creemos en la calidad, no le vemos la rentabilidad. Muchos turistas, es lo que queremos al precio que sea. Calles convertidas en comederos a los pies de la Giralda, como ocurre con Mateos Gago, una vía urbana preciosa a la que no faltan las hileras de naranjos, pero con las fachadas sufriendo las embestidas de veladores pegados unos a otros como adosados del Aljarafe en los tiempos del boom inmobiliario. ¿De verdad que no se pueden tomar medidas para aliviar situaciones de verdadera saturación? Hay ocasiones, debidamente documentadas, en que las mesas arremeten contra la puerta de colegio y, por supuesto, contra la casa de las conchas. Todo es agobiante cuando se confunde la vida con la bulla, el ruido con el buen ambiente y el abuso con el uso. Todo está conectado: los comercios como covachas y las calles como abrevaderos.
Algún intento hubo de imponer una estética única en los veladores del casco antiguo. Duró poco. Como aquella norma para que los cocheros tuvieran uniformes, cosa que se intentó a raíz de la boda de la Infanta en 1995. También duró poco. Sevilla es una ciudad desaliñada en la que sólo se salva la buena arquitectura, pese a los maltratos continuos. Con el ingente patrimonio histórico que tenemos resulta inadmisible que no hayamos desarrollado una conciencia conservadora más allá de un par de asociaciones que claman tantas veces en el desierto, cuando no los toman por locos obsesivos. ¡Cuánto hay que agradecerle a Adepa su lucha por la ciudad!
El cuidado de la ciudad es una tarea que obliga a todos: desde a las administraciones hasta los bares, pasando por los comercios, los vecinos y los paseantes. Para eso se necesita una concienciación ciudadana que no existe. Muchas veces hemos leído opiniones sobre lo fea que era la ciudad en los años de la Transición, con aquella Casa Consistorial chorreada de negro, la fachada de la Catedral de la Avenida sufriendo ya la contaminación de los autobuses y los coches metidos en sitios que hoy resultaría inimaginable: desde el interior de la Lonja de la Fábrica hasta la Plaza de San Francisco.
¿Está Sevilla más bella hoy? Un paseo por Santa Cruz ofrece una respuesta clara. Está mucho más concurrida, mucho más explotada y mucho más manoseada. No hemos avanzado nada en esa necesaria concienciación ciudadana para evitar una ciudad afeada a base de maltrato. La arquitectura nos sostiene, la indolencia nos evita sufrir. El centro es como el salón de una casa con solera, con muebles de calidad y detalles de decoración exquisitos, pero donde no se limpia hace meses, alguien ha dejado los zapatos tirados de mala manera por el suelo y nadie ha recogido los platos de la cena.
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