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¡Pobre calle Cuna!

Al rosario de comercios cerrados se suma la fachada de color rosa del nuevo establecimiento que hace las delicias del público friki

La fachada de color rosa del nuevo establecimiento de la calle Cuna / M. G.

Sevilla/Vaya por delante, nunca mejor dicho, que cada cuál vende lo que estima oportuno para ganarse la vida honradamente. El problema es cuando algunos te quieren colocar el bote de crecepelo. Lo peor de los gofres con forma de pene no son los pastelitos, sino de nuevo el horror de la estética de la tienda en pleno casco antiguo, supuestamente protegido por la Gerencia de Urbanismo del Ayuntamiento y las leyes autonómicas patrimoniales. La calle Cuna ya tenía bastante con el rosario de comercios muertos, clavados como cruces en el cementerio de la pandemia económica, para soportar ahora la decoración rosa, tonalidad Pantera Rosa, de la tienda que hace las delicias de los frikis en esta sociedad marcada por la bobería. Pero lo dicho: cada cual vende lo que quiere y se come lo que quiere... o lo que puede. ¡Viva la libertad!, que dijeron en Cádiz en 1812.

Espero sinceramente que Antonio Muñoz, delegado de Urbanismo, haya mandado ya al inspector de turno a supervisar esa fachada, como hizo con la tienda de calentitos y otros establecimientos de la Plaza del Salvador, o con la de tortas de la calle Hernando Colón, a la que se obligó a desmontar la fachada azul eléctrico. No sirve de nada mandar la retirada de rótulos en la Avenida de la Constitución si permitimos, o no inspeccionamos al menos, la publicidad horripilante de comercios como el de los kebab junto a un monumento como Santa María la Blanca, el de la consigna rosa chicle en frente del convento Madre de Dios, o los dedicados a la venta de entradas para turistas, caso del de la calle Águilas.

Publicidad chillona junto al templo del Salvador / M. G.

¿Para qué arreglar el firme de la calle Cuna si permitimos después adefesios en el corazón de la ciudad? ¿Dónde están las ordenanzas, las comisiones de patrimonio y los inspectores? Sufrimos ya una ciudad empobrecida, con las persianas echadas y asquerosamente decoradas por los grafiteros, para encima soportar atentados estéticos de esta importancia. A pocos metros de la fachada rosa figuran los reclamos chillones de bocadillos y bebidas del puesto situado justo en la esquina con el Salvador. Es una delicia (tururú) recorrer Cuna y admirar la fachada de este templo, trozo de Roma en Sevilla, con el complemento de la publicidad bocadillera. No sabe uno si caminar hacia atrás y comprarse un gofre, o si tirar para adelante con los ojos semitapados como los caballos de los coches de paseo. ¡Qué maravilla cómo se cuida el patrimonio en Sevilla!

La fachada del nuevo establecimiento en horario nocturno / M. G.

Y hay que reconocer que uno se asombra de que haya empresarios a los que a la hora de llamar la atención del cliente les importa un pimiento el lugar donde colocan sus negocios. Debe ser la política de los hechos consumados. No tienen la más mínima sensibilidad, ni nadie que la imponga. Porque la Administración siempre llega tarde. Algunos deberían tomar nota de comercios que se han abierto en pleno centro con estilo, tacto y buen gusto, caso de la tienda que arregla el calzado en San Eloy o la de productos navideños en la Cuesta del Rosario. Comercios que no sólo no afean, sino que contribuyen a realzar la ciudad. No es tan difícil. No podemos convertir el centro de una urbe monumental en la zona de los bodegones de la calle del Infierno, en la trasera de una caseta, en una covacha donde todo vale.

Demasiadas veces resultan papel mojado la declaración del centro de Sevilla como conjunto histórico declarado, y las normas de protección de los entornos de los monumentos. Tampoco se debería esperar mucho de una Gerencia de Urbanismo que cometió un crimen patrimonial en los alrededores de la Torre del Oro, donde nos dejó de regalo un diseño duro, durísimo, carente de sombra y con unas rampas de acceso que son una verdadera mamarrachada. No se les mete en la cabeza que en esta ciudad hace calor durante muchos meses al año, que en esta ciudad vivimos del turismo y que por lo tanto tenemos que cuidar los valores que nos hacen únicos. Pero demasiadas veces parece que el enemigo está, como siempre, dentro.

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