La Caja Negra
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Sevilla/El alcalde de Sevilla está enfrentado al aparato de su partido, representado por las debilitadas pero no inactivas Susana Díaz y Verónica Pérez. No se trata de unas desavenencias aireadas con declaraciones altisonantes, ni siquiera indirectas. Al menos, no es el estilo de Juan Espadas.
Susana sí te puede soltar un “¡canijo!” en el momento menos previsto. Juan Espadas tiene a su favor que es el principal alcalde socialista de España y que no tendría que pasar por unas primarias en caso de aspirar a un tercer mandato. Pero tiene en contra dos factores: anunció en público y en privado que sólo estaría ocho años en la Alcaldía, y amagó con la aventura de dar el salto a la política autonómica al máximo nivel. Se convirtió en su momento en un pato cojo, dicho sea según el lenguaje que se emplea en la política norteamericana para aludir a los últimos meses del presidente saliente. Al pato cojo no se le dispara.
Espadas contempló la caída de Susana Díaz, que dirige ahora el PSOE andaluz más débil de su historia. Eso le hizo elucubrar con una candidatura a la Presidencia de la Junta. Nada que objetar. Pero ahora empieza a dudar, a echarse para atrás, a dejarse querer para aspirar a ser alcalde de nuevo. Genera desconcierto entre los suyos y en la opinión pública. ¿Cuál nos creemos? ¿El que se autoconvirtió en un pato cojo hace un año? ¿El que aludió a la singladura autonómica en un foro en Madrid tras meses de cultivar las relaciones con Málaga, Granada y Córdoba? ¿El que ahora suelta que está a disposición del partido en el marco de unas condiciones extraordinarias generadas por la pandemia?
Pareciera que el pato ya no quiere cojear, pero se ha quedado a la mitad del recorrido. Ni para adelante, ni para atrás. La media salida del portero acaba en gol. No tenía necesidad en su momento de negarse a un tercer mandato, sobre todo porque eso siempre provoca que se precipiten los movimientos internos sucesorios. Tampoco era obligado referir con tanta prontitud su objetivo autonómico. Y mucho menos dar marcha atrás ahora.
Mucha gente lo comentó en privado, se lo sugirió incluso en círculos de confianza, pero esa fuerza que generan las victorias le hizo lanzarse en plancha. Juan Espadas afirmó que no se presentaría a un tercer mandato, que su compromiso estaba cumplido, que llevaba tres corporaciones de concejal y que había que optar a otros destinos. La verdad es… que era y es verdad. Ya desde su primer mandato lo expresaba con naturalidad en alguna cena: “Lo mejor son dos mandatos y a otra cosa”. Además, los que lo conocen bien saben que tiene un compromiso con la familia y que le atrae la aventura europea (más que la de la Junta de Andalucía). Lo ha dicho en almuerzos íntimos: “Me voy”. Como algún observador malicioso apunta: “Europa le va bien, es uno de esos sitios donde pueden preguntarle y él disfruta media hora respondiendo a un belga sobre la crisis del medio ambiente antártico”. Una cosa que por otra parte al belga no le importa nada. El técnico acabó de alcalde gracias a su perfil institucional en un partido necesitado de gente seria en el período del tardoalfredismo.
Ser alcalde de Sevilla es muy sufrido. Lo reconoce Monteseirín años después. Ocurre igual con los arzobispos: “Sevilla quema a los prelados”, confesó uno en cierta ocasión. Y Espadas lo ha sido a contraestilo. Conquistó a ciertos sectores de la ciudad a base de no molestar y de llevar el viento a favor del tardozoidismo. La ciudad en ese momento estaba quemada de las expectativas tan elevadas que generó aquel gobierno de los 20 concejales y el propio PP estaba en proceso de transición interno.
Espadas es un alcalde “neo” (neocapillita, neofutbolero, neocostumbrista). No lo lleva en el ADN como Rojas Marcos o Zoido sí llevaban cierto populismo, cada uno en su estilo. Por eso a nadie extrañó que Espadas anduviera ya buscando la forma de salirse de la política municipal.
Pero se equivocó al medir los tiempos, porque esos anuncios se hacen a mitad del mandato y no al principio. Mucho más si luego se ve obligado a rectificar. ¡Paso atrás!
Por un lado han explotado las tensiones con “los de San Vicente”, como dice él mismo en referencia al aparato regional. El asunto de las cosas de comer (es decir, de las contrataciones) ha ahondado más en la mala relación con La Que Mandaba en Andalucía, con la que hace meses que no se entiende. Se han retirado los embajadores. Ya se sabe que un contratado es un adepto y un no contratado es un enemigo. Susana quiere volver a revalidar su cargo como secretaria general del PSOE, conserva un formidable poder orgánico en las Diputaciones. Y Pedro Sánchez tiene demasiados líos con Podemos como para originar más… Además, Susana se ha hecho pedrista y vende cara la plaza, y Juan se ha dejado querer a las preguntas y eso supone una amenaza directa. El Tito Fernando media, pero él ya solo quiere mantener la sopita y el buen caldo de la Diputación, que siempre concede el poder de nombrar cargos a dedo. Paz y convento. El caso es que Susana ya no se lleva con “mi Juan”. Se rompió la relación hace un año. Quizás aquella sevillana bailada en la caseta de Cajasol (Casa Pulido) fue la última estampa de concordia.
En el ruedo estrictamente municipal han empezado los codazos, no para la candidatura de 2023, pero sí para ocupar las posiciones preferentes. Antonio Muñoz se mueve a todas horas, ora posando en el Alcázar, ora presentando planes urbanísticos de esos que dice que van a resolver cosas, ora con las ruedas de prensa culturales… Sueña con ser alcalde, pero tiene en contra dos factores: una falta absoluta de arraigo orgánico y una nula presencia en los escenarios de la Sevilla Eterna. A su favor tiene un buen talante personal y una buena prensa, que se pueden resquebrajar si comienza a exhibir una piel excesivamente sensible. Muñoz quizás deba tener claro que la pandemia ha dejado sin turistas a todo el mundo, no sólo a Sevilla. Siempre ha tenido un perfil de exquisito. No ha cultivado los apoyos del partido. Decía abiertamente en otros tiempos que a su agrupación de La Rinconada iba “a tomar una cerveza”. Se cansaba (con razón) de las discusiones de partido. No se puede ser alcalde solo con la gauche divine, pero él posa sin complejos por lo que pueda pasar…
Por otro lado, el teniente Cabrera controla como secretario general la agrupación más potente del PSOE de Sevilla, la del Casco Histórico, a la que Muñoz trasladó su afiliación en su día. Cabrera tiene también buena imagen, pero como dicen algunos “es de otro PSOE”, quizás de la mejor versión del PSOE, el que fue capaz de entenderse con fluidez con los sectores más conservadores de España. Él es así sin renunciar a un perfil de socialdemócrata convencido. Las cofradías dan buena imagen con poca imaginación, pero pueden limitar a la hora de intentar determinados saltos. En cualquier caso, no se le conocen ambiciones más allá de apoyar a “mi Juan”. Seguirá con él ya sea como alcalde o para intentar el asalto a San Telmo.
Y en tercer lugar figura Sonia Gaya, guardiana de las esencias del pasado glorioso de Susana Díaz, pero ahora en el Ayuntamiento. A ella se la oye poco en el Pleno. Es una desconocida. Todavía mantiene aires de ex consejera de Educación de la Junta. Ella ve y calla, pero aún se está adaptando a la estructura pesada y lenta del Ayuntamiento, con el particular esquema de poderes y contrapoderes del grupo socialista en el que la línea recta nunca es el camino más corto, como ocurre en Semana Santa. O cuando había Semana Santa…
Fuera del Ayuntamiento, la ministra María Jesús Montero no quiere quemarse más como portavoz del Gobierno por lo que pueda pasar, aun cuando a lo mejor quedan más “estancias secretas” en la Consejería de Salud de su época, porque todo gobernante tiene su dossier, y todo, antes o después, se termina sabiendo. Gómez de Celis se luce desde la vicepresidencia del Congreso. Viene a Sevilla, concede entrevistas a diversos medios y se vuelve en el AVE. Es otro que encajaba mejor en el antiguo PSOE, pero toda persona es hija del tiempo que le ha tocado vivir.
Susana Díaz tiene memoria. Se ha tragado el peor momento del PSOE. Es el icono de la pérdida de San Telmo. No perdona con facilidad las que considera deslealtades, aunque sólo se trate del legítimo ejercicio de libertad de nada menos que un alcalde de Sevilla. Quizás Espadas se ha enrocado de pronto en la Alcaldía como forma de plantarle cara a la ambiciosa trianera. Entonces habría acertado, pero sólo después de haberse equivocado sin necesidad. Y varias veces.
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