La ventana
Luis Carlos Peris
Perdidos por la ruta de los belenes
Sevilla/Es menos frío que antaño, cuando parecía de todo menos un sevillano. Felipe nunca ha ejercido como tal, tampoco le ha hecho falta. Ha sido auténtico a su manera. A Guerra te lo encuentras de paseo por la ciudad, viendo una cofradía o en un bar de la Avenida un sábado por la mañana entre canónigos ávidos del desayuno tras los rezos matinales del coro. A Felipe nunca. Los años le han otorgado el barniz de la calidez. Hasta cita a Dios después de una breve explicación. "Soy un poco descreído". ¿Y eso a qué venía? Era la antesala a la petición de clemencia por sus pretéritas relaciones con Daniel Ortega: "Dios me perdone por haber ayudado a este sátrapa". Y citó con toda justicia al cardenal Silva en su enfrentamiento contra Pinochet: "Se jugó la vida". Felipe cuenta mil batallas porque ha estado en todas ellas. Es perfecto para pedirle un artículo cuando se cumplen los 25, 40 o 50 años de muchos hitos. Así lo reconoce él mismo.
Felipe se acoda en el atril y mira constantemente a la mesa presidencial, lo que deja al público sin sonido de calidad durante demasiados momentos porque se aleja del micrófono. No pronunció la muletilla por antonomasia. Ni un solo "por consiguiente". Fue como ir a ver al Cordobés y quedarse sin el salto de la rana. La munición contra la amnistía se quedó en la armería, pero sí hubo una defensa de la controversia de la que debería tomar nota una clase política de argumentario, mensajes de carril, pensamiento lanar y tacticismos grises.
El acto de la Fundación Cajasol fue un congreso del PSOE vintage. Alfonso Guerra, Alfonso Garrido, José Rodríguez de la Borbolla, Manuel Chaves, Antonio Ojeda Escobar... "Tengo 81 años. Estoy cansado porque vengo de Chile y he pasado mucho frío". La quinta edición del Premio Iberoamericano Torre del Oro fue para quien lleva cinco décadas cruzando el charco una y otra vez. También hubo socialistas con cargos en la actualidad, claro. Juan Espadas y Javier Fernández se quedaron, al menos, a la primera parte del acto.
La orquesta de violines interpretó el Anda jaleo. Precioso. No hubo tiroteo. Después sonó la Marcha Real en la versión indebida, la extensa. Se notó la ausencia de Modesto Cabezas, el alto militar y jefe de protocolo de San Telmo. Tanto calor hizo que Juan Manuel Moreno y Felipe González alcanzaron el consenso de las chaquetas voladoras. Del pacto casi de Estado se beneficiaron Antonio Pulido y Francisco Herrero. Como en las bodas, todos en camisa. ¿Todos? No todos, porque como en las historias de Astérix hubo alguien que resistió. El alcalde Sanz mantuvo la media etiqueta. Moreno se pasó la cena oyendo a Felipe. Y se quedó hasta el final. El presidente andaluz no tuvo prisa alguna en abandonar la sede de la Fundación Cajasol.
El acto duró mucho porque, cosa extraña, el personal llegó a la hora prevista. Felipe llena en Sevilla. El PP arropó al icono del PSOE bueno. Hasta Javier Arenas asistió, ahora en la primera línea de nuevo por su flamante portavocía en el Senado. Alguien apuntó a la coincidencia de los tres políticos andaluces que han sido más importantes en Madrid: Felipe, Guerra y Arenas. A Felipe lo llaman simplemente Felipe. "Es el único ex presidente al que nos referimos por el nombre", dijo Cristóbal Cervantes. "A mi me dicen solo Juanma, debo ir por buen camino", se subió al tren Moreno, anoche un orador más que solvente.
Los presidentes del Gobierno son como las coplas. Llegado un tiempo no se sabe de qué partido son, porque son de todo el pueblo. No es que el PP capitalice a Felipe, es que el PSOE de Sánchez lo ha dejado ir. La controversia requiere gestión. Y el calor, mucho consenso. No hubo cambio de chaquetas. Se la quitaron directamente. Nada une más que el enemigo común: el mercurio alto. No piensen mal. O sí, que diría Rajoy.
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