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Sevilla/De tener la menor concentración residencial de toda la ciudad, apenas tres viviendas por hectárea, a contar en breve con dos grandes residencias para estudiantes universitarios con todo lo que conllevará en el entorno una vez que entren un funcionamiento. La Avenida de la Palmera muda de piel por segunda vez en dos décadas y se aleja de su concepto original de gran paseo para burgueses y cierta nobleza de la ciudad en un paisaje privilegiado marcador la arquitectura regionalista de 1929.
La visión global y enriquecedora del patrimonio comprende más allá que los edificios. El patrimonio histórico-artístico abarca el pavimento, la vegetación, los vecinos y transeúntes, el olor, el ambiente, los comercios... Todo suma a la hora de establecer que una calle, un inmueble, una actividad sea digna de protección. Con la Avenida de la Palmera, el gran eje del sur de la ciudad, no se ha tenido ningún tacto a la hora de su planificación urbanística en las últimas décadas, lo que contrasta con el esmero que pusieron sus creadores en los años veinte de la pasada centuria. Los primeros 25 años del siglo XXI están siendo letales para un paseo que sin duda reúne lo mejor de la gran Exposición Iberoamericana de 1929, inaugurada por Alfonso XIII en la Plaza de España y que supuso la extensión de la ciudad hacia la zona sur.
La Palmera comenzó la centuria con un evidente proceso de transformación hacia el sector terciario y en la actualidad sufre una suerte de segunda mudanza de piel, pues se está convirtiendo en lugar de residencias para estudiantes universitarios con un evidente efecto depredador del estilo original de la Avenida, amén de las afecciones que supondrá para esos otros valores que también conforman el concepto de patrimonio.
La reforma integral de dos antiguos edificios residenciales para acoger oficinas consolidó a principios del siglo XX la transformación de esta avenida en un gran eje terciario y comercial de la ciudad.En aquel momento se trató de la reforma del edificio del número 27, antigua sede de Radio Televisión Española, y la segunda la del edificio Solurban del número 28. De grandes casas residenciales a sedes de empresas, bancos y consultoras. La Palmera experimentó ese cambio en pocos años, aunque en aquel caso no fue traumático, ni supuso la ruptura con una estética y con un paisaje muy definido y respetuoso con el legado del 29. Previamente, en los años 90 sí se levantaron dos edificios de líneas modernas (Winterthur y Columbus).
El primero se hizo sobre un gran solar que estuvo muchos años ocupado por el recordado Cine Palmera. El segundo no se levantó directamente en la avenida, pero sí en una parcela muy próxima de la calle Bueno Monreal. La ausencia de un marco legal definido permitió todos esos años que fuera posible esa gran primera transformación de la avenida. Aunque ahora, la normativa y la legislación vigente no han impedido levantar verdaderos mamotretos que rompen el paisaje urbano y dejan unas estampas indeseables de chalés regionalistas con edificios de diseño futuristas. Pasó muy desapercibida en su día la ampliación de la clínica de Fátima, de estilo absolutamente rupturista con el edificio principal, y el edificio del Seminario Metropolitano y el centro de estudios teológicos inaugurado por los Reyes de España en 1999.
A pesar de todos los casos citados, las agresiones al paisaje urbano nunca han sido tan descaradas como las de las dos residencias que están ahora en construcción. Si se tiene cierta perspectiva y una visión global de la evolución del patrimonio histórico en la ciudad, la verdad es que no extrañan nada los dos atentados patrimoniales que se están cometiendo en la Palmera. Basta ver el maltrato que ha recibido la Catedral en los últimos veinte años. Se trata del primer monumento de la ciudad, pero ningún gobierno ha logrado impedir las agresiones de diferente tipo que ha sufrido y sigue padeciendo. Desde la instalación de un pavimento de pizarra cochambroso en los años 90 a las continuas interferencias que provocan rótulos de todo tipo en el entorno del edificio. Los alrededores de la Catedral son un ejemplo de contaminación visual puro y duro. Es cierto que se eliminó el tráfico rodado de la Avenida que erosionaba las fachadas del templo, pero a costa de una Avenida sin sombra y donde los peatones comparten el uso con las bicicletas, los veladores y el tranvía.
El caso de la Palmera y otros, además, cuestionan seriamente la utilidad no ya de la normativa vigente, sino de las comisiones de patrimonio y otros foros de expertos. Se hace imposible impedir verdaderos esperpentos no ya en la Catedral, sino en la calle Castilla, junto al Puente de San Bernardo, en los alrededores de la Torre de la Plata y no digamos ya en la misma Plaza de la Encarnación, donde se avala la construcción de las setas, pero se impide el traslado de la fuente original.
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