La Caja Negra
Los duendes de la Feria de Sevilla están de luto
El perfil
Tal vez mitad realidad y mitad ficción. Quizás anclado tanto en recuerdos idealizados como en detalles palmarios. El caso es que no se puede discutir que Antonio Burgos (1943-2023) ha sido el creador de un modelo de ciudad por el que se han guiado miles de de sus seguidores. Burgos tenía una Sevilla en la cabeza que plasmaba en sus artículos con exquisita sensibilidad o con extrema dureza, según los casos. Culto, irónico, ácido, brillante, finísimo observador, ocurrente, unas veces poeta y otras emisor de verdaderas sentencias condenatorias, polémico, imprevisible... Su modelo de Sevilla abarcaba desde el caserío histórico que defendió con el pseudónimo de Abel Infanzón a las farolas fernandinas, desde un concepto de las fiestas mayores nada vulgar ni desmedido a los bares con camareros de batines blancos, desde los calentitos (jamás churros) a los grandes maestros de la Universidad que trató en la calle Laraña y en la sede de la Rábida, desde el comercio tradicional de trato personalizado hasta las nuevas barriadas que conoció porque dedicaba muchas tardes a visitarlas, desde la Matalascañas como playa de sevillanos en sus inicios hasta sus estudios sobre el mundo de los capataces y costaleros. Atizador de la novelería, los mamotretos urbanísticos y las malas formas en los usos sociales. Tenía el ordenador de casa siempre encendido. Solo le interesaba leer y escribir, su mujer Isabel... y los ojos verdes de su nieta Ana.
Su influencia ha sido máxima, sobre todo en los años ochenta y noventa. Desde su artículo diario modificó el parecer de alcaldes, condicionó a los arzobispos y, nunca se olvide, obligó a cambiar nada menos que la fecha de inicio de la Exposición Universal de 1992. El Buró Internacional de la muestra había fijado la ceremonia para el mediodía del Viernes Santo... con evidente desatino. Sólo Burgos, con muchos años de antelación, se preocupó de hacer la consulta en unos calendarios que entonces resultaban muy lejanos. Chocó con muchas autoridades porque ese es el precio del ejercicio del periodismo en libertad, un aspecto que cada vez se entiende menos al virar el oficio hacia un punto de vista eminentemente comercial. Pocos, muy pocos, tan libres como Burgos. Generó verdaderas pasiones y provocó sonoros rechazos. "Los mejores artículos los he escrito con mala leche". No le importaba ni caer mal ni decir que no. "No soy hombre de esas cosas", respondía cuando lo llamaban para ciertos actos sociales.
Siempre preocupado por las tecnologías, llevaba a gala ser el primer articulista andaluz con una página web propia, cuando las conexiones a internet eran todavía rudimentarias. Gran usuario de las redes sociales, donde era seguido por los nietos de sus primeros lectores. Incansable buscador de la originalidad, de dejar que los demás escribieran de un asunto para hacerlo él el último y sacarle partido a un detalle no advertido por los demás. Burgos solo era previsible para poner como los trapos los carteles de la temporada taurina de la Real Maestranza. Y poco más.
Dejó dicho en privado dónde quería la calle en Sevilla, por supuesto en el barrio del Arenal: el espacio que se abre como una plazuela delante del Arco del Postigo. Con todas las firmas recogidas para ser Hijo Predilecto de Sevilla decidió declinar la iniciativa. Para los partidarios era único, para los críticos era complicado. Nunca irrelevante. Sus formas eran exquisitas en la mesa, absolutamente inusuales, como al levantarse cada vez que llegaba o se ponía de pie una señora. Por supuesto era usuario del usted. Y nada amigo de los tratamientos propios de compadres y 'agradaores'.
Cádiz le dio durante muchos años el afecto que sentía negado en Sevilla. "En Cadiz me han dedicado un paseo y en Sevilla me mandan...a paseo", nos confesó una vez. Cádiz era su niña bonita, Sevilla su gran pasión, por eso le arreaba para denunciar su decadencia o el mal trato de sus dirigentes. En su modelo de ciudad estaba el amor por Cádiz, "porque Sevilla lleva mucho Cádiz dentro". Entre sus amigos, su inolvidable Cayetana, duquesa de Alba ("No vive en el Palacio de Dueñas sino en la Casa de las Dueñas"), o Ignacio Medina, duque de Segorbe. Y personajes populares a los que quiso mucho como Ángela, la calentera del Postigo, la sobrina de Juana, la de los calentitos de plata por la medalla que pidió para ella al ministro Arenas, entonces al frente de Trabajo. En las cofradías siempre contó con Julio Cuesta, Manuel Román y Alejandro Ollero. El abogado Joaquín Moeckel, hijo de Otto, "el káiser del Arenal", fue su "apoderado" en los meses previos al pregón. Su gran devoción, la Pura y Limpia. Y su cofradía preferida, la Carretería.
Su originalidad se basaba muchas veces en buscarle nombre a las cosas. Rebautizar o estigmatizar, según se mire. Su mujer Isabel Herce era en los artículos la "jefa de mi Casa Civil", los ojos a través de los que tantas veces ha escrutado la realidad. Sus cientos de correos con un servidor los firmaba como "el becario", porque aseguraba trabajar para mi. El portal Arte Sacro era "la CNN de la cofradías". Los vencejos eran sus pájaros preferidos y los gatos sus animales de compañía predilectos a los que dedicó libros y artículos. San Fernando era el gran santo maltratado por las autoridades municipales. No había nada más sevillano que no acudir a la Feria e incluso entrar en muy pocos bares, pero sí escribir sobre ellos. A Burgos era muy difícil verlo en la barra de una taberna, como no fuera la de Trifón y de forma muy excepcional.
Odiaba que los periódicos no contaran "lo que ha pasado ayer". Sabía pedir disculpas en contra de los que algunos pudieran imaginar. A un error le llamaba "meter el pinrel". Un seguidor fiel, "un partidario". Las señoras mayores de sectores conservadores que siempre lo leían, "los loros". Sólo tenía miedo a los fríos de diciembre. Y, ay, ya se ve que no le faltaba razón. Si le gustaba un artículo de otro compañero decía que estaba "bien plumeado". Nunca negó quién le ayudó a encontrar trabajo (don José Acedo Castilla, miembro del Consejo Privado de don Juan de Borbón) y se hartó de ayudar a muchos jóvenes periodistas. Se enfadó y se reconcilió con su editor, como se enfadó y se reconcilió con el cardenal Amigo y con canónigos como Francisco Gil Delgado. Un elogio de Burgos solía llevar implícita una bofetada para un tercero. Sólo había que saberlo leer.
Su pasión era escribir de Sevilla, pero sin perder la perspectiva nacional. Acaso aplicaba las claves locales a los asuntos de actualidad política que se cuecen en Madrid. En definitiva, interpretó el mundo en clave sevillana. Pero siempre según su particular modelo de Sevilla. Burgos es hoy sencillamente irrepetible porque no se dan las circunstancias para que emerja una figura tan tronante. Don Antonio se hizo grande con la máquina de escribir y se adaptó con éxito al mundo digital, pero la opinión y la información se mueven hoy en un océano inabarcable que poco tiene que ver con el hermoso producto del periódico de papel.
Burgos se muere y retorna a la eterna infancia, la patria de la que nunca quiso salir, la de su padre sastre y la madre zapatera. Era gaditano de Sevilla. "La gente de Cai nacemos donde nos sale de los cojones", afirmó una vez en el Teatro Falla cuando le comentaron que no había nacido en Cádiz. Los vencejos de su plaza de los toros, como le gustaba llamarla, han enmudecido. El niño Antonio está sano de sus males para siempre. Queda para nosotros su último correo de mitad del pasado octubre. Quedan sus lecciones sobre cuestiones más allá del periodismo, sino de la vida misma. Aprender de los compañeros, elaborar bien los temas, procurar que el periódico tenga alma, emplear bien el lenguaje y ser siempre libre. Hace más de 30 años que dejó de acudir a diario a una redacción: "Yo soy como el Betadine, de uso externo".
Desde su primer artículo sobre Arcos de la Frontera, firmado hace más de 60 años, ha cambiado la sociedad sustancialmente, pero ha mantenido su modelo de Sevilla y ha creado escuela, facultad al alcance de muy pocos. Por esta segunda circunstancia es considerado un maestro. Quizás su gran mérito es que logró que existiera una Sevilla idealizada.
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