El cadáver del capataz estuvo dos días en la casa del marqués
Crimen de Los Galindos
El hijo de los dueños cree que el asesino fue un matón y su padre le encubrió
El móvil fue el desfalco en una cooperativa de Utrera
La marquesa, inconsciente de la gravedad, limpió una mancha de sangre decisiva
Juan Mateo Fernández de Córdova, hijo de los marqueses dueños del cortijo de Los Galindos, ha escrito un libro en el que afirma que los cinco crímenes cometidos en 1975 fueron obra de un matón, que el móvil fue ocultar el desfalco en una cooperativa de Utrera y que su padre, testigo pero no autor de las muertes, ocultó el cadáver del capataz Manuel Zapata durante dos días en la casa principal del caserío.
El libro “El crimen de Los Galindos. Toda la verdad” explica de forma coherente los principales interrogantes del caso: por qué el cadáver de Zapata no apareció hasta tres días después; por qué el tractorista José González y su esposa Asunción Peralta fueron al cortijo, donde les esperaba la muerte; o quien trasladó el cadáver de Juana Martín, esposa del capataz, a su dormitorio dejando un enorme reguero de sangre.
Fernández de Córdova, ahora un empresario sevillano de 59 años, cuenta en el libro que se propuso investigar lo ocurrido cuando, en abril de 2015, falleció su padre, el marqués de Grañina, y su madre le contó algo que nunca había revelado: que dos días después del crimen encontró en la vivienda principal del cortijo -de la que solo tenían llave ella misma y su marido- una mancha de sangre reciente de 15 por 30 centímetros, que limpió.
El autor sostiene que el móvil de los asesinatos fue una organización delictiva con centro de operaciones en Utrera, que usaba la tapadera de una cooperativa. Zapata estaba decidido a revelar lo que sabía a la marquesa de Grañina, por lo que el marqués, su administrador y los responsables de la trama decidieron que un matón llamado Curro “convenciese” a Zapata de su silencio.
El autor no sabe los apellidos de Curro, solo que no era de la zona y que se trataba de una persona corpulenta que “imponía temor solo con verle”.
En la mañana del 22 de julio de 1975, el marqués, su administrador y el sicario se dirigieron al cortijo de Paradas, hubo una discusión en casa de Zapata y Curro le mató golpeándole repetidas veces con la pieza de una empacadora. La esposa del capataz, Juana, oyó los gritos, salió de su dormitorio y, cuando se agachó para abrazar a su marido fallecido, fue golpeada hasta la muerte con la misma pieza.
Entonces el marqués y su administrador llevaron el cuerpo de Juana a su dormitorio, dejando un enorme reguero de sangre, y escondieron el cadáver de Zapata en un armario de la vivienda principal del cortijo. Pensaban que la Policía le culparía de haber huido tras matar a su esposa y ellos volverían unos días después para esconderlo donde nadie lo encontrase.
El marqués presenció los dos primeros crímenes
La Policía exculpó desde el primer momento al marqués porque aquel día estuvo en un funeral en Málaga, pero según su hijo la realidad es que a las 9 de la mañana tomó un tren en Málaga y llegó a las 12 a Arahal, le recogieron Curro y el administrador, presenció los dos primeros crímenes y luego regresó a Málaga en otro tren que tomó en La Puebla de Cazalla.
El tercer asesinado fue Ramón Parrilla, un tractorista que regresó a Los Galindos cuando ya estaba Curro solo. El asesino le hizo un primer disparo de escopeta, del que Parrilla se protegió interponiendo los brazos. La víctima intentó refugiarse en la vivienda del capataz, encontró la puerta cerrada y salió huyendo por el camino de acceso, donde fue rematado a quemarropa.
Otro de los misterios del caso, por qué fueron al cortijo el tractorista José González y su mujer Asunción Peralta, lo explica así: Zapata, que estaba decidido a ir ese día a Sevilla y revelar lo que sabía a la marquesa, les pidió que acompañasen a su esposa, que estaba enferma, para que no se quedase sola.
Cuando el tractorista y su esposa llegaron a Los Galindos en su Seat 600, Curro metió la escopeta por la ventanilla y les obligó a bajar y dirigirse hacia un pajar. José fue el primero en morir a culatazos, el asesino ordenó a Asunción que le ayudase a subirlo hasta la parte superior del pajar, mató a la mujer de un disparo y luego quemó los dos cuerpos.
El reloj del capataz siguió funcionando porque movieron el cadáver
Uno de los enigmas del caso es por qué el reloj automático de Zapata se paró a una hora que no correspondía con el momento del crimen y el autor da la respuesta: porque el cadáver estuvo dos días escondido en la casa y el reloj se puso de nuevo en marcha cuando el marqués y el administrador lo movieron hasta dejarlo en la parte trasera del cortijo, donde fue encontrado.
Tuvieron que esperar dos noches hasta que la Guardia Civil relajó la vigilancia. Entonces, de madrugada, los dos hombres sacaron el cuerpo por la puerta de la cocina y entraron por la principal, de ahí que no se percataran de la mancha de sangre que dejaron y que luego limpió la marquesa.
El capataz iba a denunciar y el tractorista defendió hasta la muerte a su mujer
Uno de los aspectos importantes del libro es que repara el honor de los asesinados: el capataz Zapata murió por empeñarse en denunciar lo que sucedía en la cooperativa y el tractorista José González sacó su pequeña navaja de campo para enfrentarse al asesino y defender a su esposa.
Cuando José González sospechó que les esperaba la muerte, asestó una puñalada al asesino en el costado con su pequeña navaja de campo y dijo a su mujer que saliera corriendo. Curro, enfurecido, le golpeó con la culata de la escopeta hasta la muerte.
Con las cinco muertes sobre sus espaldas, el asesino huyó campo a través y descansó en el poyete de entrada de la finca vecina, “La Zapatera”, donde la Policía encontró sangre reciente del grupo A+, que no correspondía a nadie de Los Galindos.
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