Anomia ambiental sevillana
Para qué mandamos
Opinión
El autor reflexiona sobre el papel de la ciudadanía para exigir honestidad a la clase política
Los recientes acontecimientos de tránsfugas, ruptura de pactos, disolución de cámara legislativa, discursos de odio, utilización consciente de la mentira… nos están mostrando una clase política que, salvo escasísimas excepciones, no estoy seguro si me genera más temor, asco o vergüenza. No cabe duda de que nuestros representantes, a quienes hemos elegido, no son marcianos. Son nacidos en los mismos pueblos y ciudades que nosotros, han pasado por los mismos colegios, institutos y universidades que el resto de nosotros y, sin embargo, cada día me cuesta más encontrar alguno que me inspire la más mínima confianza y respeto.
Un querido amigo, hoy ya fallecido, que vivió largos años en la dictadura del general Stroessner, quién de la mano del Partido Colorado gobernó Paraguay con extrema dureza durante más de un tercio del siglo XX, me contaba que cuando ibas a visitar a un político para contarle un problema o pedirle un favor, cuando se le preguntaba sobre si había o no posibilidad de que hiciera algo en el asunto que el solicitante le presentaba, el político siempre finalizaba con la misma frase: cómo no, ¿para qué mandamos?
La frase tenía una segunda parte que no se verbalizaba si bien todo el mundo la entendía implícita: “para que mandamos si no podemos hacer lo que queremos”. Es difícil encontrar mayor descaro y falta de decoro en una frase tan corta como la que utilizaban aquellos políticos, pero no se puede negar que, además de tenerlo claro, de concebir la política como un instrumento para el uso personal de lo público, al menos no engañaban a nadie.
Estos días, he tenido que recurrir a esta frase para entender gran parte de las decisiones que vienen tomando muchos de nuestros políticos en medio de una pandemia que, además del problema de salud grave que acarrea, tiene a casi la mitad de la población sumida en una situación económica gravísima; para poder explicarme y comprender cuáles son las prioridades de nuestros políticos en un país donde arrastramos tal desconfianza en las instituciones que estamos en el top del ranking de los europeos más insatisfechos con el funcionamiento de su democracia según el último Eurobarómetro del Parlamento Europeo; para encontrar una razón de cómo pueden estar tan alejados de los problemas reales que nos ocupan y padecemos los ciudadanos de a pie.
Albergo escasas, pero algunas esperanzas, de que terminen enterándose de que la política no es el arte de hacerse rico en poco tiempo; tampoco se trata de la actividad mediante la cual los mediocres encuentran un lugar para su lucimiento y posicionamiento social, ni tampoco consiste en mandar para hacer lo que uno quiere; pero las pocas esperanzas que mantengo no es por mi confianza en aquellos que hoy llenan las primeras páginas de los periódicos, ni en los que se cambian sillones por votos como los niños los cromos en el patio, ni en quienes se nos ofrecen como salvadores de la patria a los que le sobramos la mitad de la población…
La poca esperanza que me queda en que se produzca un cambio en la clase política y que no sea para peor, es la que debe venir de la mano de los ciudadanos y ciudadanas, o al menos, de una parte importante de quienes habitamos este país, que día a día lo sostenemos con nuestro esfuerzo y trabajo. De aquellas gentes silentes y trabajadoras que han dado lo mejor de sí para colaborar con los demás, para mitigar las penurias de los más dañados por la pandemia. La poca esperanza que me queda es que, a través de nuestra exigencia permanente e inflexible, impongamos a nuestros políticos un mínimo de decoro y cordura.
Y no se trata de que nos representen ángeles, ni místicos, ni marcianos, es mucho más simple. Debemos de exigir a aquellos a los que pagamos su sueldo que, como en cualquier otro trabajo, se lo ganen digna y honradamente. Debemos exigir a aquellos que deciden dedicarse al servicio público que dejen de anteponer sus intereses (particulares y de su partido) a los de la comunidad que los eligió. Tenemos que alzar la voz, dejar de reírles las gracias y los tuits y si no dan el nivel mínimo de ética, de eficacia, de honestidad hay que botarlos tan lejos como nos sea posible y cuanto antes mejor porque la situación del país no está para perder el tiempo.
Necesitamos recuperar la confianza en nuestras instituciones y creer en el futuro, precisamos de partidos políticos y de servidores públicos que se ocupen de la convivencia, de nuestras necesidades, de nuestra organización y gobernanza y, desafortunada o afortunadamente, tenemos que encontrarlos entre nuestros paisanos, entre nuestros vecinos, así que tenemos que ser capaces de escoger a los mejores. Si seguimos permitiendo el nivel de mediocridad e indecencia que nos rodea, tendremos que aceptar aquello de que tenemos los políticos que nos merecemos. La responsabilidad también es nuestra. La solución está en nuestras manos.
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