José Joaquín Gallardo: "Me encantaría vivir eternamente de turista en Sevilla, sería la gloria"
Decano emérito de los abogados de Sevilla
"La amnistía es un fraude de ley constitucional palmario, se trata de eludir la prohibición constitucional de esa figura"
El decano emérito presenta mañana su libro "Sevilla, la ciudad más amada"
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José Joaquín Gallardo (Sevilla, 1955) quiso ser periodista antes que abogado, pero su madre le obligó a estudiar Derecho y al final encarriló su trayectoria profesional al mundo del Derecho y, en concreto al ejercicio de la Abogacía, a la que ha servido además durante tres décadas vinculado a la junta de gobierno del Colegio de Abogados de Sevilla. A sus 68 años continúa trabajando como abogado y, en honor a su vocación frustrada de periodista, acaba de publicar su primer libro, titulado "Sevilla, la ciudad más amada".
-¿Por qué ese título para su primer libro?
-Ahora que tengo más tiempo he comenzado a escribir de vez en cuando artículos personales que acaban siempre centrados en la ciudad, en mi medio vital, en nuestra Sevilla y de esos artículos que he ido publicando en diversos medios finalmente me regalaron el libro editado por mi cumpleaños. Fue un regalo de un hermano mío. Nunca tuve ninguna intención de recopilar esos ensayos o artículos periodísticos, no hubo nunca intención expresa de hacerlo así, pero al final ha surgido un libro que naturalmente se titula como uno de los artículos en los que más me volqué: la ciudad más amada y en esa ciudad se acaba pronunciando al final la palabra mágica que es Sevilla. En Sevilla somos muchos como yo. Soy consecuencia del tiempo, de la historia y del espacio; y el espacio es magnífico y magistral es Sevilla, que a muchos nos llena el alma.
-¿Qué tiene que ver el libro con esa vocación frustrada?
-Mi vocación inicial, la primera y la verdadera, fue sin duda el periodismo. Me encantaba, fui seguidor de Manuel Martín Ferrand, quien en mi juventud me ilusionó con el periodismo. Luego he sido seguidor de prensa toda mi vida, sigo siéndolo y a los buenos periodistas son personas que admiro enormemente, a las que no envidio porque el trabajo es enorme el que desarrollan cada día, pero siempre he tenido muy claro que son fundamentalísimos en un Estado de Derecho.
Sin periodistas que ejerciten el derecho fundamental de los demás, de la ciudadanía, a recibir información veraz y opinión libre, sin esos periodistas que sean el instrumento para que se ejercite el derecho fundamental de los ciudadanos, esos dos derechos fundamentales de la persona, no haríamos nada en democracia. Al igual que sin abogados no haríamos nada en democracia, porque somos quienes hacemos real y efectivo el derecho fundamental a la defensa de esos mismos ciudadanos.
En este sentido, periodismo y abogacía son dos profesiones directamente entroncadas en el corazón del texto constitucional y fundamentalísimas ambas al servicio de una ciudadanía libre las dos. Eso lo he aprendido luego, pero desde el principio lo que me gustaba era el periodismo.
-¿Y cómo acabó en Derecho?
-Por algo muy sencillo. Simplemente porque entonces teníamos la buena costumbre de obedecer a las madres y la mía me dijo que me dedicara al periodismo, pero que estudiara Derecho. Y entonces residualmente, como tantos otros, entré en la Facultad de Derecho y acabé siendo abogado después de muchos esfuerzos iniciales, como todos los de mi época y los actuales abogados noveles. Después de muchos esfuerzos iniciales terminé enamorándome de mi profesión, pero el amor primero era el amor primero y es como la novia primera, y el periodismo lo llevo en vena.
-¿Cómo es su vida ahora que ya no es decano de los abogados?
-Mi vida ahora es mucho más tranquila, aunque a veces añoro el no poder resolver cuestiones que antes estaban en mi mano. Yo me retiré del Colegio de Abogados con 64 años tras 32 años de servicio desinteresado a la institución. Esto es verdad y esos 32 años fueron ocho de secretario de la junta de gobierno, en los que intenté aprender el oficio de dos decanos que me precedieron; y 24 años consecutivos después en el decanato. Si tenía 64, fue de media vida al servicio de la abogacía, pero es que de la Abogacía me enamoré profundamente y sigo muy enamorado de ella.
-¿Cuál es la situación y los problemas actuales de la Abogacía?
-La Abogacía ha tenido siempre graves problemas porque no es fácil ejercer una profesión que debe ser eminentemente liberal y en la que eres el dueño de tu propio trabajo, de tus propias decisiones y de tu propio futuro que se va labrando día a día, con muchísimo trabajo, pero que no sabes ni tan siquiera trazar una hoja de ruta. Cada día el abogado se entrega a la causa con mucha voluntad, con mucho esfuerzo, yo admiro mucho a mis compañeras y compañeros, de verdad, los he admirado siempre, pero ahora que tengo ya una cierta edad, los admiro mucho más si cabe. Cuando me preguntan qué hago para seguir ejerciendo o qué hago para seguir desarrollando la actividad profesional no sé, les cuento mi vida personal, pero mi vida han sido una serie de carambolas que me han llevado a una situación profesionalmente muy grata. Mucho trabajo y muchas horas, pero muy grata.
La única máxima que les he dado a todos mis compañeros cuando me lo han preguntado es la de que hay que estar preparado, hay que entregarse en cada asunto, en cada causa, por pequeña que parezca es fundamental y estando preparado, con la preparación constante y continua, con la formación constante y continua en lo que la abogacía es y debe de ser, en ese contexto probablemente algún día pase un tren de los buenos pleitos, el tren de la fortuna entre comillas profesional, pero si no estás preparado no hay nada que hacer. Eso es incuestionable.
-La profesión tiene ahora un grave problema con las pensiones de los abogados...
-Es un sistema de capitalización individual, que así se fijó, y yo estoy con los compañeros que ahora alzan la voz. Estoy con ellos en que el Gobierno de España debiera permitir la pasarela del régimen privado, que es la mutualidad de la abogacía o Alter, el paso voluntario de los mutualistas que lo deseen al Régimen General de Seguridad Social, en unas condiciones que habrá de fijar el propio Gobierno tras negociar con los interesados y con los afectados y con los Colegios de Abogados, y que debieran de ser las mejores posibles para esa parte del colectivo que se siente poco amparado con el sistema de protección privado al que han estado aportando sus cuotas.
-En clave de política actual, ¿cómo ve el asunto de la futura ley de Amnistía para los hechos que ocurrieron con el referéndum independista?
-Es un fraude de ley constitucional palmario, clarísimo. Se trata de eludir la prohibición constitucional de esa figura de la amnistía que no existe nuestro ordenamiento jurídico. Y se trata de eludir también, por razones políticas de todos conocidas, la prohibiciones expresa de los indultos generales. No cabe el indulto general para ningún colectivo, para nadie, no cabe más que el indulto individual y entonces, increíblemente, pretende de la proposición de ley de ese partido socialista que se apruebe una amnistía. Yo a pesar de todos los pesares, le pronostico un corto recorrido, lo que no es posible, no es posible y además es imposible.
-¿Y por dónde llegará ese freno a la amnistía?
-Yo creo yo creo en la Justicia independiente, que tenemos que defender cada día más y que por desgracia en esta coyuntura actual ha de ser el primer objeto de nuestras preocupaciones. Creo en la Justicia independiente, en el propio texto constitucional, que no admite manipulaciones burdas ni interpretaciones horrendas como la que se pretende por parte de un partido político es importantísimo. Creo en la Constitución, en el Poder Judicial, y en la Corona, cuyo papel aparentemente tiene poco recorrido pero en situaciones extremas puede resultar decisivo.
Y creo incluso en las Fuerzas Armadas, que según el artículo 8 de la Constitución, son también garantes del orden constitucional y de la integridad territorial. Y aquí lo que está en juego es el orden constitucional, así de sencillo, en mi modesta opinión. Ojalá fuese yo capaz de vislumbrar razones a favor de la amnistía que propugna el Partido Socialista Obrero Español, porque lo han hecho así para evitar todo tipo de informes que ya se sabe que serían contrarios, porque no puede ser de otra manera.
-Con la referencia al papel de las Fuerzas Armadas me recuerda lo que le ocurrió al general Mena por sus declaraciones sobre el Estatuto de Cataluña durante la celebración de la Pascua Militar...
-Yo era de los pocos que estaba allí aquella fría mañana del 6 de enero, junto al presidente de la Audiencia de Sevilla, Miguel Carmona. Éramos muy pocos civiles y alguien grabó las declaraciones. Lo que hizo fue en aquel contexto recordar la literalidad de ese artículo 8 de la Constitucional. Simplemente eso. Tras ello estuvimos brindando, como se brinda en los actos militares por España, por la Constitución,por el Rey. Estuvimos gratamente departiendo con el teniente general José Mena y por la tarde estalló el escándalo. Yo iba camino de Roma y me llamaron periodistas preguntando qué había pasado. Les dije que no había pasado nada. Ni el presidente de la Audiencia ni yo, que estábamos brindando con el general, ninguno de los dos habíamos captado que hubiese pasado nada. Sin embargo, le costó un arresto a este general, un arresto que nunca comprendí, porque sólo recordó lo que dice el artículo 8 del texto constitucional. Muy mal están las cosas cuando sancionan a un militar por recordar lo que dice la Constitución Española o cuando pretenden alterar el texto constitucional con interpretaciones espurias, impresentables e inaceptables.
-Volviendo al libro, se centra como no podía ser de otra forma en Sevilla, y dedica una parte especial a la Semana Santa y la Feria...
-Hay tres capítulos fundamentales. El primero se titula Sevilla, familia y religión, y ahí se habla de la ciudad más amada, de Sevilla, de mis 40 años de matrimonio, precisamente con la Esperanza Macarena de testigo, en besamanos. Hablo de Machado, de la familia, del Gran Poder. Hablo de las fiestas, pero las fiestas aparecen en los textos como consecuencia de mis reflexiones personales. Es un libro que de alguna manera voy desnudando mi manera de ser.
Y mi manera de ser, que es de absoluto respeto a quienes han creado esta sociedad nuestra y esta Sevilla nuestra, de plena conciencia de las muchas carencias e injusticias sociales que padece el mundo entero y esta ciudad en concreto, pero a pesar de todos los pesares, Sevilla es un alivio espiritual para quienes la llevamos en el alma. A eso le dedico varios artículos, entre ellos a la belleza de la mujer sevillana.
-¿Sevilla es la mejor ciudad para vivir?
-Para mí desde luego. Comprendo y acepto todas las opiniones contrarias que se quieran verter, pero en el aire de Sevilla existe una carga de espiritualidad, de belleza, que te inunda el alma y te hace sentir bien. El milagro de Sevilla está justamente en eso, en que los que nos visitan y logran captar el espíritu de la ciudad, que son muchos, se quedan absolutamente prendados de la ciudad y de su espíritu. A lo largo de todos los años de actividad profesional e institucional he aprendido a diario que había que seguir queriendo esta ciudad, pero sobre todo muchas veces he dicho me encantaría ser turista en Sevilla.
Y me encantaría porque la Sevilla que cada uno de nosotros conocemos es una milésima parte de la Sevilla entera, de sus monumentos, de sus calles, de su aire, de su luz, de su enfoques fotográficos o visuales. Mirar Sevilla en cada rincón, los sevillanos auténticos y antiguos, hemos visto muy poco Sevilla, porque tendríamos que ser turistas en Sevilla y vivir eternamente de turistas en Sevilla, eso sería la gloria, pero bueno, la gloria está siempre por alcanzar.
-¿Y la segunda parte del libro?
-La segunda parte de la obra es Abogacía y Justicia que reúne también otra serie de artículos y reflexiones sobre la Constitución y la Inmaculada, dos fiestas muy próximas en el tiempo. Hay artículos como inflexibles con la corrupción, donde no hablo de ninguna corrupción, sino de la corrupción en general, el que quiera entender que entienda. La corrupción ha estado unida a la democracia española casi desde el principio, hay que reconocer las cosas como son, pero aún siendo gravísima la corrupción económica, mucho más grave es la corrupción institucional. Tenemos que hacer todo lo posible para erradicar la corrupción económica, la tradicional, la que padecemos como tantas otras sociedades en todos los niveles y con todas las siglas políticas, en distintos estamentos y casi de manera continuada.
También dedico una trilogía a los abogados. La Abogacía es mi profesión vital, una vez que no pude ser periodista, y ahí hablo en uno de los artículos de la resolución extrajudicial de las controversias, y es absolutamente necesario que los abogados decidamos apostar por esas soluciones porque el abogado, en definitiva, el que dirige el proceso, el que interviene en las controversias sociales y personales, y el que puede optar por someterla a un método extrajudicial de solución o no.
Hablo de los abogados que propician la Justicia, que es un canto a la profesión pero no desde la literatura, sino desde el conocimiento y el convencimiento personal. Propiciar la Justicia es fundamental en un abogado, si no sería un sanitario que inyectase veneno a sus pacientes. Los abogados tenemos que ser gente de paz y gente de Justicia, tenemos que serlo y en un enorme porcentaje lo somos como colectivo. Sin abogados no hay Estado de Derecho, no hay defensores de los derechos y libertades.
En otro artículo, hablo de los abogados de los desfavorecidos y alzo la voz una vez más por mis compañeros cuando intervienen actuando de oficio en defensa de las personas económicamente más necesitadas y poniendo en valor lo que ningún Gobierno hasta ahora ha puesto en valor: que son fundamentales, son la justicia popular. Un enorme porcentaje, yo creo que el 70% de las actuaciones judiciales que se realizan a diario en los Juzgados y Tribunales se logran realizar porque intervienen abogados actuando de oficio. Y cuando actuamos de oficio somos fundamentalísimos porque sin nosotros sencillamente la Justicia quedaría paralizada mañana mismo.
-También recoge una serie de obituarios destacados.
-Son una serie de obituarios escritos con motivo del fallecimiento de diversas personalidades y personas importantes para la Abogacía sevillana y para mí, como lo pudo ser el cardenal Amigo Vallejo o don Manuel Rojo Cabrera, que fue mi maestro y un referente en la Abogacía sevillana, y fue el que me involucró, el que me llevó a empujones materialmente al Colegio de Abogados. Yo me resistía pero al final, como discípulo suyo, tuve que acercarme al decanato. Aprendí de él y de su sucesor en el decanato, que era José Ángel García Fernández, quien también dedico otro obituario. A don Manuel Clavero, que me distinguió con su afecto y con mucha sapiencia y formamos parte de un tribunal arbitral memorable, donde aprendimos muchísimo de él y que no permitió presidirlo él; me obligó a ser yo el presidente. Don Manuel Olivencia, Ignacio Guzmán Cuevas, un amigo mío del alma, que se murió muy joven, y mi propia madre también tienen su obituario.
-¿Y qué enseña este libro de José Joaquín Gallardo?
-De alguna manera como en todo libro donde se confunde lo personal con lo vivencial acabas perfectamente fotografiado por muy torpes que sean tus palabras y tu literatura. Yo creo que aquí hay una fotografía de cómo soy, de cómo pienso, de cómo me educaron, de cómo me criaron y de cómo quiero a todos los que hicieron posible lo ya vivido y lo que queda por vivir, que son todos ellos son Sevilla. Comprendo que se puede decir que es una reflexión pueblerina, pero el que no quiera a su pueblo mala cosa. Pero hay que querer a su pueblo desde la universalidad, desde la no exclusión, desde el abrazo a todos.
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