Francisco Baena Bocanegra / abogado penalista
"El ejercicio de la Abogacía es apasionante, nunca dos casos son iguales"
Quíntuple crimen de Los Galindos
Juan Mateo Fernández de Córdova, hijo de los marqueses dueños del cortijo de Los Galindos, ha escrito un libro sobre el quíntuple crimen cometido en aquella finca de Paradas en 1975. Tirando del hilo de una confesión que le hizo su madre en 2015, nada más morir el marqués, el libro “El crimen de Los Galindos. Toda la verdad” hace por primera vez un relato coherente de lo que pudo pasar aquel 22 de julio de 1975 y despeja algunas incógnitas que habían dejado abiertas las investigaciones policiales, judiciales y periodísticas.
— Su madre le contó que dos días después de los crímenes fue al cortijo y limpió una mancha de sangre reciente de 30 por 15 centímetros en la cocina de la casa principal.
Cuando mi madre me reveló aquello yo empecé a pensar obsesivamente en el tema y fui encajando todo. La única explicación era que mi padre había estado allí con el administrador, que escondieron el cadáver de Manuel Zapata, el capataz, en un armario y lo sacaron de madrugada dos días después para dejarlo detrás del cortijo. De esa casa solamente tenían llave mi padre y mi madre.
— ¿Su madre sentía que había encubierto a su marido?
Lo que me dijo es que que estaba aturdida por todo lo ocurrido, que los acontecimientos le desbordaban, que le parecía una cosa horrible lo que había en el suelo y que ella misma lo limpió. Yo creo que sabía que estaba haciendo algo importante porque borrar una mancha en ese lugar de la casa era una prueba que ella estaba eliminando, no sé si consciente o inconscientemente.
Lo cierto es que si en ese momento ella llama a la Guardia Civil y se analiza esa mancha, habría habido un vuelco en la investigación y se habría solucionado todo en aquellos primeros momentos. Eliminó una prueba vital.
— ¿Con quien fue su madre a Los Galindos aquél día?
Fue sola. A los 18 años había sido la segunda mujer en Sevilla que se sacó el carnet de conducir. El día de los crímenes se montó tan rápido en el coche que se olvidó las llaves de la casa y no pudo entrar. La segunda vez fue sola, para ella era un placer conducir e iba mucho al campo con su coche.
— En su libro dice que los asesinos solo querían dar un susto a Zapata, el capataz, para que no revelase el desfalco en la cooperativa CODUVA de Utrera.
No fueron a matar a nadie. Solo querían darle una paliza y dejarle un dinero. Le golpearon con la pieza de una empacadora, le dieron un golpe mal dado y uno de los dientes le alcanzó en la nuca. Zapata había sido guardia civil antes de trabajar en nuestra casa y siempre fue honesto, íntegro, con el orgullo de hacer las cosas bien y llegar al fondo de los asuntos. No se resignó al chantaje y eso llevó a que se produjera la tragedia.
— Usted habla con mucho cariño de Juana, la mujer de Zapata.
Juanita era la tercera generación que trabajaba con mi familia, su padre trabajó con mi abuelo y su abuelo con mi bisabuelo. Sus dos hijas, Josefina y María del Carmen, fueron señoritas de compañía de mis hermanos y yo en Sevilla. Había mucho roce y afecto entre nuestras familias.
— También hace un relato heroico del tractorista José González, atacando con su pequeña navaja al matón que le encañonaba
Cuando José González apareció carbonizado en el pajar junto a su mujer, la explicación que dieron era absurda porque 20 metros antes estaban sus gafas en el suelo. ¿Se quitó las gafas para quemar a su mujer y luego inmolarse a lo bonzo? Es absurdo.
González dejó su Seat 600 en la explanada del cortijo, al sol en un día de 49 grados, teniendo a lado el árbol donde siempre lo aparcaba. Lo dejó allí porque le obligaron a salir por la fuerza, metiendo una escopeta por la ventanilla del coche.
Como hombre de campo, llevaba siempre una navaja y creo que con ella hirió a Curro, el asesino, en el costado. Fue entonces cuando Curro lo remató en el suelo a golpes y rompió la culata de la escopeta.
— ¿La madre de José González sabía la verdadera razón por la que su hijo y su esposa fueron al cortijo?
No supo absolutamente nada. El secretismo que quiso guardar Zapata para que no se supiera que ese día iba a Sevilla a hablar del escándalo que se iba a organizar se lo trasladó a José González para que solamente él y su mujer supieran que iban a Los Galindos para que Juanita no se quedase sola.
— Por limpiar el honor de las cinco víctimas usted no duda en imputar a su padre y a su madre como cómplices o encubridores.
A mí no me cuadran los hechos con el carácter de mi padre pero no hay otra forma de entender el misterio de lo que ocurrió allí sin pensar que el cadáver de Zapata estuvo escondido dos días en un armario de la casa principal. Es cierto que registraron la casa pero solo lo hicieron superficialmente porque buscaban a Zapata vivo, no muerto.
— Uno de los personajes de su libro es la perrita Tundra, propiedad de Zapata.
Después de que Curro matase a Juanita, entre el marqués y el administrador llevaron su cuerpo al dormitorio y lo dejaron en el suelo. Tundra le lamió la cara ensangrentada, por eso la Guardia Civil creyó que alguien se la había lavado.
Yo explico cosas que pasaron desapercibidas. Por ejemplo, desde el momento en que el marqués y el administrador dejaron el cadáver de Zapata detrás del cortijo, la perrita no se movió de aquel montón de paja, se puso a escarbar y al final sacó los botines de su dueño.
-- Curro, el sicario, ¿existe de verdad?
El nombre es ficticio pero tengo datos sobre esa persona, donde vivía y donde trabajaba.
-- ¿Sigue vivo?
Los últimos datos que tengo indican que posiblemente haya muerto pero hay que corroborar todo para cuando pasemos al segundo libro.
—¿Va a escribir otro libro?
Me gustaría acabar la historia porque tuve que parar mi investigación para que no se me cerrasen puertas. Ahora que han leído el libro y saben cual es mi actitud, me está escribiendo mucha gente al correo electrónico y al apartado de correos que doy en el libro. Quiero que me escriban, aunque sea anónimamente, contando todo aquello que sabían, lo que les sonó mal…
Para mí es vital escribir una segunda parte diciendo cómo ha sido la vida tortuosa de los familiares, como el crimen afectó a todas las familias, al igual que a la mía, quien se enriqueció y por qué se hundió la cooperativa. Y hablaré de Curro.
— En el libro cuenta que cree que un día se cruzó con Curro en una plaza de Utrera.
Yo creo que sí, me crucé con él y luego se volvió para mirarme. Me encantaría que siguiera vivo y hablar con él para que confesara. Creo que también tranquilizaría su alma si contara lo que ocurrió hace ya 45 años, seguramente se arrepintió al segundo día.
Si Curro tiene familia, que la tiene, seguro que son gente buena, que tienen sus hijos, su vida y su trabajo. Yo no quiero herir a nadie, bastaría con que me cuenten que fue lo que movió a Curro, los pequeños matices de como sucedió, su sufrimiento o todo lo que pueda aportar la persona próxima a él. Quiero tratar el tema con mucha sensibilidad, no decir donde vive ni quien es, pero llegar al fondo del asunto.
— ¿Qué espera averiguar sobre el móvil del crimen?
Mi interés es que esto se lea en Paradas por las víctimas y en Utrera por el móvil. La gente de Utrera es quien tienen que hablar ahora, me consta que lo han hablado. Han estado callados pero hay gente que le contó a Zapata lo que estaba ocurriendo, aunque después de la masacre callaron para siempre. No eran uno ni dos, hay mucha gente que sabe cual era el móvil.
Toda esa trama de la cooperativa tiene que salir a la luz porque hoy en día no se explica cómo hay gente que se haya enriquecido tan rápidamente.
— Usted cuenta que todo se desencadenó por una llamada de teléfono inoportuna.
En nuestra casa de Sevilla había un teléfono con clavija para tres posiciones: la oficina, el gabinete y el dormitorio principal. El 22 de julio, Zapata llamó a primera hora de la mañana para hablar con mi abuela pero la palanca estaba en la oficina y cogió el teléfono el administrador. En ese momento supo que Zapata quería contar lo que sabía y alguien en Utrera decidió ir a hablar con él y darle una paliza si hacía falta.
— En su libro parece que acusa al guardia civil Raúl Fernández de destruir pruebas para ayudar a su amigo Zapata.
Yo lo que digo es que el cabo, conociendo a Zapata, creyó que se le había ido la cabeza con el calor o en una discusión pero que esa brutalidad había sido transitoria y que Zapata acabaría confesando, por eso no fue riguroso al recoger huellas y pruebas.
Hizo una cosa muy grave al dar un pisotón a una mancha de sangre con un trozo de carne que había en el patio, prueba que no había tocado nadie. Cuando alguien le habló de “las pruebas”, él contestó: “Eso son películas americanas”.
Es cierto que destruyó pruebas pero lo hizo inconscientemente porque dio por hecho que Zapata era el asesino y, sabiendo que era un hombre recto, iba a terminar entregándose.
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