Francisco Baena Bocanegra / abogado penalista
"El ejercicio de la Abogacía es apasionante, nunca dos casos son iguales"
25 años de la sentencia del caso Arny
El 19 de marzo se cumplirá el 25 aniversario de la sentencia del caso Arny de corrupción de menores, que en 1996 convulsionó a la sociedad española y destrozó la honorabilidad de un juez y otros personajes públicos que finalmente fueron absueltos. El ponente de la sentencia, Angel Salas Gallego, ahora magistrado de la Sala de lo Contencioso del TSJA en Sevilla, recuerda los aspectos jurídicos de un caso que ha recobrado actualidad por la detención del “testigo número 1” acusado de su tercer asesinato.
—¿Cuál era la principal preocupación del tribunal?
Que el juicio se celebrara y sin problemas. Era complicado porque había 48 acusados, treinta y pico abogados y 59 testigos protegidos. Respecto a los acusados, todos tenía que estar presentes en todas las sesiones por las penas que se les pedían. Eso fue una labor de intendencia importante y no pudimos celebrar el juicio en nuestra sala sino en el salón de plenos de la Audiencia.
— ¿Algo le dio especial trabajo?
Cotejar lo que había dicho cada uno de los testigos en cada una de sus declaraciones. Los testigos declararon muchas veces en función de a quien acusaban y mi labor fue estudiar todo, hacer un guión, saber en qué folio estaba cada una de las declaraciones, qué decían, a quien incriminaban y tener todo organizado para, en el momento de la deliberación, ver lo que dijo cada uno y en función de eso tomar la decisión de si era procedente o no una condena.
Fue una labor minuciosa, no dejamos escapar absolutamente nada. En ocasiones los abogados se confundían de testigo, pero se equivocaron bastante poco teniendo en cuenta los más de 30 tomos que tenía el sumario.
—¿Desde el punto de vista jurídico era complicado?
Había dos problemas técnico-jurídicos: el primero era que del Código Penal de 1995 había desaparecido la palabra corrupción de menores y solo hablaba de prostitución. Las defensas, basándose en una sentencia que acaba de salir del Tribunal Supremo, planteaban que no se podía prostituir a quien ya estaba prostituido.
Esa sentencia abandonaba una línea jurisprudencial anterior pero era una sola y para crear jurisprudencia hacen falta dos. Por eso hicimos caso omiso de ella y nos acogimos a la línea anterior diciendo que si se sigue prostituyendo a una persona, se impide que se rehabilite y que deje de ejercer esa actividad.
No hubo problemas en ese sentido porque entre nuestra sentencia y los recursos ante el Tribunal Supremo ya se había reunido un pleno de la Sala Segunda que invalidó aquella sentencia.
El segundo problema técnico fue que durante la fase de instrucción se aplicó la Ley de Protección de Testigos y las defensas no habían intervenido en los interrogatorios de los jóvenes.
En un juicio normal, el tribunal puede cotejar lo que se ha dicho antes y lo que se ha dicho en el juicio y dar mayor verosimilitud a una u otra declaración. Pero según la Ley de Protección de Testigos, si no dicen en el juicio lo mismo que dijeron anteriormente, el tribunal no puede decidir que se cree lo de antes.
En este caso hubo muchos testigos que se desdijeron y no pudimos valorar lo que habían dicho anteriormente.
— ¿Veía a los testigos protegidos débiles o indefensos?
No, normales. Eran chicos de extracción humilde, algunos de pueblos de la provincia de Cádiz, Huelva y Sevilla. En el Arny tenían claro a lo que iban: a por un dinero fácil que tampoco era mucho, unas 5.000 pesetas [30 euros].
Antes del juicio hablamos con el coronel de la Guardia Civil, con la Jefatura de la Policía Nacional y Local y fueron ellos los que se encargaron de traer a los testigos en sus coches patrulla. El servicio que prestaron fue extraordinario para protegerlos y que no se les identificara.
— ¿Y el “testigo número 1” que desencadenó toda la investigación?
Su credibilidad era cero porque había hecho muchas declaraciones y cada una contradecía a la anterior, hacía una nueva y contradecía las dos anteriores. Uno no se podía fiar en absoluto. En la fase de instrucción había una declaración de lo más llamativa donde reconocía que si la prensa le pagaba lo que él pedía, declaraba lo que quisieran.
— ¿Era previsible la deriva de este joven?
Parece ser que lo han detenido por un homicidio que no es el primero sino el tercero. No sé si será por maldad o la enfermedad derivada de la drogas.
— ¿Cómo se desarrolló el juicio?
Fueron cinco meses, de lunes a jueves por la mañana y además los lunes y martes por la tarde. Los viernes mis compañeros de tribunal, Agustín del Río y Francisco Sánchez Recuero, resolvían las apelaciones que seguían entrando en la sala. La presidencia de la Audiencia y el pleno de magistrados nos relevaron de funciones mientras durara el juicio y yo estaba relevado también de apelaciones. Pusimos la sentencia a los 20 o 25 días de terminar el juicio.
— ¿Temían algún aspecto que pudiera revocar el Supremo?.
Cuando dicto una sentencia lo hago totalmente convencido y si la confirman es una satisfacción, pero siempre que me recurren una resolución es una tranquilidad que haya un tribunal superior que la va a revisar.
— ¿Se sintió reconfortado cuando la confirmaron?
Una de las cosas que me gustó es que el ponente en el Tribunal Supremo fue Carlos Granados, que había sido profesor mío de Derecho Procesal. La sentencia del Supremo casó en parte la nuestra porque nosotros habíamos condenado a los porteros y camareros como coautores del delito y el Supremo rebajó su participación a cómplices. Pero no tocó ni uno solo de los hechos probados.
— Pese a la seriedad del juicio, ¿recuerda alguna anécdota?
Recuerdo que uno de los acusados tenía una hoja histórico-penal impresionante, había sido condenado por decenas de hurtos, apropiaciones indebidas y estafas. Cuando el presidente del tribunal le preguntó por su profesión, respondió: “he sido gestor de patrimonios ajenos”.
—¿Cómo vería el juicio celebrándose hoy en día?
Lo vería igual. Fue probablemente el primer macrojuicio que hubo en Sevilla aunque antes en la Sección Tercera habíamos tenido otros juicios mediáticos como varios sumarios del caso Juan Guerra, algunos con ocho o diez acusados.
— ¿Ha cambiado el trabajo de un juez en estos años?
Tenemos ahora mismo unos mecanismos de apoyo importantes, yo en aquellos tiempos era de los pocos jueces que usaba el ordenador, aunque ya se iba generalizando.
Ahora tenemos unas bases de datos extraordinarias y las sentencias disponibles al día siguiente de que las dicte el Supremo. Las instalaciones siguen siendo penosas. Nuestro trabajo es el mismo: trabajar mucho, por la mañana aquí y por la tarde en casa, que es lo que hace en el cien por cien de los jueces.
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