Visto y Oído
Francisco Andrés Gallardo
Emperatriz
Sentencia
Veintidós años y medio de cárcel por controlar la voluntad, el dinero y el día a día de una familia entera y por violar en repetidas ocasiones a la hija del matrimonio que le permitió apoderarse de su casa y de sus vidas. Ese es el castigo que la Sección Séptima de la Audiencia de Sevilla ha impuesto a Francisco Javier S.M., conocido como 'el Santo' porque decía ser San Francisco Javier, y así consta en la sentencia de uno de los casos más espeluznantes que han pasado por los juzgados de la ciudad en los últimos años. También es castigada su hija, Inmaculada S.R., mientras que su mujer, Inmaculada S.R., sale absuelta de todos los delitos de los que era acusada.
Entre los tres sometieron a tal "lavado de cerebro" a un segundo matrimonio y sus dos hijos que la otra pareja sólo se libra de la cárcel porque el tribunal entiende que todas las humillaciones y todos los abusos que toleraron contra sus hijos se debieron a que no eran dueños de su voluntad ni de sus actos. Eso sí, deberán indemnizar a su propia hija y participar en un programa de terapia para víctimas de abusos psicológicos.
El relato de los hechos que aparece en la sentencia, fechada el 24 de febrero, es extenso y estremecedor. Los padres de la víctima tenían dos hijos, ella de trece años y él de diez al principio de esta historia. El padre era técnico de laboratorio y la madre trabajaba en una joyería en un centro comercial. En 2015, la familia de los principales acusados entabló relación con ella porque Inmaculada R.C. y su hija, Inmaculada S.R., eran clientas "asiduas" suyas.
En aquellas fechas, la víctima y su familia vivían con normalidad y "en un contexto de religiosidad habitual, no excesiva", aunque sus padres atravesaban una "severa crisis conyugal" y su madre sufría "una situación de vulnerabilidad emocional" por su "naturaleza depresiva". Ese problema se agravó en 2016 a raíz de que un compañero de esta última se suicidó. Su esposo, por su parte, se encontraba "emocionalmente desbordado y superado".
Con la "excusa" de ayudarles a superar su crisis de pareja, la familia de Francisco Javier S.M. fue ganándose la confianza del otro matrimonio y desarrolló con ellos la denominada "persuasión coercitiva". Es decir, "una modalidad de influencia caracterizada por la aplicación gradual de estrategias abusivas de forma planificada y engañosa que dificulta que las personas que las reciben detecten la agresividad y el perjuicio que conllevan". El resultado fue que consiguieron "una muy intensa influencia" sobre el otro núcleo familiar y crearon en ellos "unas ideas patológicas respecto de la dimensión, capacidad de influencia y valía espiritual" de Francisco Javier. Al final, ambos "perdieron cualquier tipo de capacidad crítica" frente a esa influencia.
La familia S.R. "fue poco a poco entrometiéndose" en la vida del segundo matrimonio y, a partir de un viaje a Leire (Navarra) en 2016 , su "táctica de aislamiento" de la otra pareja llevó a esta a "cortar de repente toda relación con sus familias, sin siquiera responder a su llamadas telefónicas". En 2017, la familia de Francisco Javier e Inmaculada se instaló en el domicilio del otro matrimonio. Y no sólo eso. Ellos ocuparon el dormitorio principal y su hija se instaló en el dormitorio de la víctima. Los hijos de los propietarios del piso se "vieron obligados a dormir en el suelo". Y para más inri, también se fueron allí el novio y el cuñado de Inmaculada S.R.
El traslado, temporal a priori, acabó siendo permanente porque la influencia del principal acusado siguió creciendo hasta provocar la "completa anulación de la voluntad" de sus anfitriones. Eran él y su hija quienes "decidían sobre la llevanza de la casa y el desarrollo de la vida cotidiana", incluso en lo relativo a los hijos del otro matrimonio o el dinero de sus cuentas bancarias. "En definitiva, no podían tomar ninguna decisión que no fuera aprobada por S.M. y su hija Inmaculada", dice la sentencia.
El ambiente, que ya de por sí no era normal, tornó en más "enrarecido" todavía cuando el acusado empezó a realizar lo que su familia llamaba "purgas". Se trataba de especies de ritos "supuestamente religiosos" que podían consistir, por ejemplo, en que la otra familia colocara las manos sobre la llama de una vela. Los padres toleraron eso y también que la otra familia maltratara de forma habitual a sus hijos con "guantazos, golpes y castigos de todo tipo", que amenazaran a la hija con matar a su perro si ella "no se sometía a sus deseos" o que Francisco Javier "aterrorizara" al hijo diciéndole que lo iban a mandar a un sitio llamado "la orden", donde sería separado de sus padres y "educado severamente". En definitiva, los acusados sometieron a los dos menores a "adoctrinamientos de tintes pseudorreligiosos", les prohibieron tener amigos y controlaron la comunicación con sus padres.
Fue tal el "lavado de cerebro", como indica el abogado de la víctima, Juan Ramón de la Vega, que los procesados convencieron a la otra familia de que Francisco Javier S.M. era "la reencarnación de San Francisco Javier" o bien que podía comunicarse con el santo. De hecho, hizo que lo llamaran "el Santo" o "el Hermano". Así, organizaba sesiones en las que supuestamente entraba en trance y aseguraba que San Francisco Javier hablaba a través de él o hacía creer a los demás que recibía correos del “ más allá” y que hablaba con personas fallecidas.
Las humillaciones se recrudecieron, o prosiguieron, cuando Emasesa cortó el suministro del agua corriente en el piso por falta de pago. 'El santo' y su hija obligaban entonces a los menores a recoger agua de los grifos comunitarios del bloque en garrafas de cinco litros. Y cuando la comunidad lo impidió, tenían que salir a la calle "numerosas veces al día". Si se quejaban, el "sometimiento y abuso" era tan "absoluto" que los acusados vaciaban las botellas que llevaban, se las tiraban "despectivamente" y los forzaban a ir a llenarlas de nuevo.
Esta surrealista situación se prolongó "al menos" hasta 2019. Para entonces, su hermano estaba "más adaptado" a ese entorno, pero ella comenzó a rebelarse contra lo que ocurría y la respuesta de la otra familia fue "decirle que tenía en su interior al Maligno” e insultarla diciéndole "la Veneno", "gorda", "niñata", "golfa", "basura", "hija de puta" o "cabrona". También la humillaron varias veces. En una ocasión, la hija del otro matrimonio le untó el cabello con crema de cacao.
Lo peor, sin embargo, fueron los abusos que sufrió a manos de Francisco Javier S.M. Ya en 2016, durante el viaje a Navarra para visitar lugares relacionados con la vida de San Francisco Javier, 'el Santo' aparentó estar en trance y le dijo a la entonces adolescente de 14 años que lo acompañase porque “le hablaba el Hermano”. Ya en la habitación del hotel, el hombre la avisó de que tenía que “limpiarla” y empezó a tocarla por todo el cuerpo y abusar de ella. Para acabar, le ordenó que no revelase nada y le advirtió de que "eso quedaba entre ella y el de arriba”.
Los tocamientos fueron habituales a partir de ese momento. La joven intentó contárselo a la esposa y a la hija del acusado, pero con temor a su reacción porque "ambas consideraban como algo normal que el procesado la sometiera a tocamientos físicos en esos rituales de limpieza".
La sentencia relata dos violaciones: una en febrero de 2017 en el domicilio familiar, con el beneplácito de la mujer y la hija del acusado "para que se sometiera a ese ritual", que le costó perder la virginidad; y otra a principios de 2018 en el domicilio de Francisco Javier e Inmaculada, en la calle Argentario, de nuevo con la excusa de que "había recibido otro mensaje diciendo que tenía que limpiarla”.
La víctima se graduó ese último año de 4º de la ESO y los acusados, pese a no ser sus padres, decidieron que dejara de estudiar para quedarse en casa ayudando a su madre. Ella lamentó "cómo iba ser su vida" y expresó su deseo de trabajar, así que Inmaculada S.R. le buscó un trabajo en Marbella y allí se marchó en agosto de 2019 "pese a ser menor de edad, sola, sin dinero y sin ningún tipo de garantías". En concreto viajó "con 50 céntimos y un móvil sin recarga".
Por suerte para ella, la mujer que la había contratado para enseñar español a su jefe árabe se percató de que le ocurría "algo anormal" y a base de preguntarle consiguió enterarse de todo lo que había vivido. Inmediatamente la convenció para que contactase con su abuela y una tía paterna "de la que hablaba con mucho cariño". Esta familiar, al conocer una parte de su situación, se presentó al día siguiente en Marbella y se la llevó a Sevilla, donde la joven "poco a poco pudo ir sacando fuera todos los padecimientos sufridos". Fue entonces cuando presentó la denuncia.
Como consecuencia de estos hechos, la víctima sufre un trastorno de estrés postraumático, con "una elevada tensión interna y ansiedad, así como temor hacia su entorno". Su hermano, que seguía viviendo con quienes no eran sus padres (los suyos andaban en trámites de divorcio), presenta "indicadores de malestar y alteraciones en el desarrollo afectivo, así como desajustes en la vinculación parental".
"La mayor complejidad con la que nos encontramos fueron los propios padres de la víctima, que desde el principio daban más credibilidad a las manifestaciones del falso santo que a su propia hija, debido al lavado de cerebro que había desarrollado sobre ellos durante esos años de convivencia", explica Juan Ramón de la Vega. "Lo más importante era demostrar que se había cometido un delito continuado de agresión sexual, algo que a priori no resultaba sencillo por cuanto carecíamos de testigos directos y restos biológicos. Los informes de los forenses resultaron determinantes", recuerda. De la Vega también señala que las familias paterna y materna de la joven, que ya es mayor de edad, han recibido la sentencia "con la satisfacción de que finalmente se ha hecho justicia", aunque ella "aún necesitará tiempo para recuperarse de todo el daño emocional padecido durante todos esos años".
La sentencia condena a Francisco Javier S.M. a quince años de prisión por un delito continuado de agresión sexual, seis años por dos delitos de maltrato habitual con la agravante de superioridad y un año y medio por un delito contra la integridad moral con la misma agravante. También deberá indemnizar a la víctima con un total de 50.000 euros (30.000 de ellos solidariamente con su hija y el otro matrimonio). Además, la Sección Séptima le prohíbe acercarse a la joven durante 33 años, le impone 15 años de libertad vigilada una vez salga de la cárcel y lo inhabilita durante cinco años para cualquier profesión que conlleve contacto con menores de edad. Y para beneficiarse del tercer grado penitenciario deberá esperar como mínimo a llevar diez años en la cárcel.
Su mujer, Inmaculada R.C., sale absuelta de ser cómplice del delito de violación, de los dos delitos de maltrato y del delito contra la integridad moral. Su hija también sale exenta de la primera infracción, pero la Audiencia la condena a un total de siete años y medio de cárcel: seis por dos delitos de maltrato habitual y uno y medio por atentar contra la integridad moral de la víctima. Deberá estar cinco años en libertad vigilada, no podrá acercarse a menos de 300 metros de María y su familia durante ocho años y deberá abonar 30.000 euros en indemnizaciones.
Y faltan los padres de la joven, que en el juicio se presentaron al lado del Santo y su mujer y acusaron a su propia hija. Ambos son absueltos de dos delitos de abandono de familia y de maltratar y atentar contra la integridad moral de sus propios hijos, pero no porque no cometiesen los hechos sino porque se benefician de la eximente completa de alteración psíquica. En todo caso, los jueces les prohíben acercarse al otro trío familiar y los obligan a participar en un programa de terapia para personas objeto de abuso psicológico por grupos coercitivos. También deberán indemnizar con 30.000 euros a su hija y con 15.000 a su hijo, en todos los casos solidariamente con el "falso santo" e Inmaculada S.R.
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