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El hombre acusado de asesinar a su pareja en la calle Ágata y ocultar su cadáver en el Guadalquivir contó ayer con el primer y único testimonio a su favor que se ha oído en el juicio que se está celebrando en la Audiencia de Sevilla. La protagonista fue su casera, es decir, la propietaria del piso en el que Alfredo G.C. ya vivía en alquiler desde antes de que esta testigo lo comprase. La abogada de la defensa le preguntó si su cliente era buena persona y la mujer no dudó en contestar “sin duda”. De hecho, lo repitió varias veces. “La inmobiliaria me habló de Alfredo de una manera excepcional”, recordó. “Pagaba puntual. Si se retrasaba unos días, me avisaba”, añadió.
“Era tal la confianza que tenía en su persona que le dejé las llaves de mi casa cuando me hizo una obra en el aseo. Incluso lo llevé a casa de mi hija porque nos gustó tanto cómo quedó el aseo que le pregunté si era capaz de meter mano al baño de mi hija. Me dijo que sí, pero entonces ya lo detuvieron”, relató también la casera, que sólo puso un pero al comportamiento del acusado mientras tuvieron trato: “El alcohol”. Uno de los argumentos de la defensa es precisamente que el encausado estaba borracho cuando mató a Virginia.
La tercera sesión del juicio también albergó la parte pericial y la declaración de las forenses que practicaron la autopsia a la víctima. Las expertas, con la ayuda de un reportaje gráfico bastante explícito del cadáver, destacaron que el autor de los hechos manipuló el cuerpo para meterlo en la carretilla con que lo trasladó al río, de modo que ató el cuello y las rodillas mediante un fular. Antes la estranguló “a lazo” con un objeto indeterminado que le dejó “un surco” en el cuello con afectación interna hasta “la base de la lengua”.
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