Síndrome expresivo 35

El síndrome de Spielberg: Tres, dos, uno… ¡cámara y acción!

El director de cine Steven Spielberg

El director de cine Steven Spielberg / EFE

Los especialistas en didáctica de la lengua aconsejan a los profesores de todas las áreas curriculares la práctica continua de la exposición oral en el aula en diferentes formatos pedagógicos: investigaciones individuales o grupales, debates sobre temas de actualidad, entrevistas simuladas o reales a miembros de la comunidad educativa o el entorno cercano, discursos argumentativos en defensa de un principio ético o moral, o cualquier otra propuesta efectiva de comunicación oral.

Hasta aquí, nada que objetar. Sin embargo, desde la aparición de los modernos programas digitales especializados en la presentación de contenidos, debo reconocer que cada año que pasa me siento más perdido en todo este tinglado de efectos especiales y juegos malabares de imágenes dinámicas. La frase del siempre genial Steven Spielberg se adapta a mis circunstancias en forma de sentencia motivadora: "Cada vez que asisto a una exposición en clase experimento un sentimiento mágico, da igual cuál sea el argumento. Solo soy capaz de acomodarme en la silla y disfrutar del espectáculo de luz y color. La reflexión y el pensamiento crítico lo dejo para otra ocasión".

Así es, querido lector. No lo oculto. Sufro en silencio el síndrome de Spielberg. Cuando veo desfilar por el pasillo central del aula a un grupo de alumnos, mi mente viaja en el tiempo y recrea el golpe de claqueta de un director de cine, ataviado con unas gafas negras de pasta y una barba desaliñada. Sin ir más lejos, la semana pasada asistí a una exposición futurista en una clase de 4º de ESO: antes de iniciar la secuencia de diapositivas con las idas y venidas de efectos visuales, un alumno me pidió que me levantara de mi asiento.

Mi sorpresa fue la colocación en las patas de la silla de cuatro pelotas de tenis cortadas por la mitad. A continuación, me invitó a sentarme de nuevo y a colocarme unas gafas 3D con filtro de luz polarizada.

Segundos más tarde, llovían en la pantalla palabras parpadeantes, sonidos de alerta y politonos pegadizos, títulos con grafías estridentes, hipervínculos de vídeos en versión original con subtítulos en español. A veces, a mi espalda, un miembro del grupo me movía la silla para que la experiencia fuera más realista.

Séptimo arte para mis neuronas escleróticas.

Como pueden imaginar, tal despliegue de medios técnicos adorna las exposiciones orales de cualquier alumno o ponente de supuesto prestigio (los smokesellers del siglo XXI). Viejo truco publicitario, explicado en el primer tema de cualquier manual de comunicación digital. Como reconocía Rockefeller, "si solo tuviera diez dólares, invertiría un dólar en crear un producto y nueve en promocionarlo". Así, un adolescente cree a pies juntillas que el objetivo de una presentación pública es sorprender al auditorio con la última novedad en herramientas digitales, sin prestar atención a la estructura y profundidad de la investigación o la temática elegida. "¡Que piensen ellos! Bastante tiempo he dedicado a cortar y pegar de la wikipedia", parece exclamar sin complejos ante el rostro aturdido del profesor de turno.

¿Se puede superar?

Los alumnos se sorprenden, e incluso muestran su malestar con aspavientos y gestos de contrariedad, cuando les impongo una serie de pautas obligatorias en las presentaciones orales durante el curso. Para ellos, la libertad es un valor sagrado e innegociable, siempre y cuando obtengan un beneficio personal inmediato. A veces olvidan que yo también soy libre para imponer ciertas premisas como:

  1. La primera exposición será individual y no podrá contar con la ayuda de la pantalla. Como máximo, un escueto guion con tres o cuatro apuntes debe ser suficiente por si, en algún momento, el orador pierde el hilo u olvida la estructura de las ideas. ¡Esto es injusto! ¡Profesor, opresor! ¡Profesor, dictador! 
  2. En las exposiciones siguientes (individuales o grupales), cinco diapositivas será el límite, aunque el número ideal es tres. ¡Hablaremos con la directora! ¡Manos arriba! ¡Esto es un atraco!
  3. La pantalla es un mero apoyo y nunca puede monopolizar la atención del auditorio: "Tú eres el protagonista, campeón", animo al pupilo de Spielberg. Por lo tanto, nada de cortar y pegar líneas y líneas de datos, conceptos, gráficos y tablas con una fuente de letra diminuta. ¡A las barricadas!
  4. No te atrevas a enchufarme un vídeo (si es en otro idioma, subtitulado en español, no respondo de mí), ni a presentar pequeñas historietas en forma de cómic. Si te atreves a proyectar la célebre imagen de la zona de confort, juro que arderás en el infierno para expiar tus pecados. ¡Mi mamá quiere una tutoría urgente!

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