La vergonzosa ausencia en la boda de Felipe VI y doña Letizia
Conmemoración
El 22 de mayo de 2004 se casaban en Madrid los actuales Reyes en una ceremonia que estuvo empañada por la tormenta a la llegada de la boda, pero antes, hubo una sonora ausencia entre los asistentes
La localidad gaditana de los ancestros de Carolina y Alberto de Mónaco
Las fotos de los Reyes y sus hijas con motivo del 20º aniversario de la boda real
La boda de los Reyes en mayo de 2024 estaba llamada a ser un día de mucha felicidad para la Familia Real y para todo el país, aunque estaba muy cerca todo lo sufrido por los atentados del 11-M. Esta circunstancia llevó a los novios a anular su fiesta de despedida y otras citas festivas en los días previos a la boda. Lo que debió también un sábado soleado en Madrid, lo más probable en esas fechas, se trocó en una mañana tormentosa y un día desapacible, desluciendo la celebración. A la llegada de la novia a las puertas de la catedral, en un Rolls Royce de Zarzuela, el aguacero arreció de forma insistente. Felipe VI y doña Letizia se sobrepusieron a estos inconvenientes como también ha venido sorteando obstáculos y problemas mayores a lo largo de estos veinte años de matrimonio y diez años, la mitad de ese tiempo, de reinado.
Los miembros de las casas reales y soberanas presentes en Madrid accedieron al templo madrileño, saludando a los presentes, con nubes amenazadoras, esquivando la mayoría de ellos la lluvia, que rompería fuerte minutos después. El príncipe de Gales, Carlos de Inglaterra o los monarcas de Bélgica, Dinamarca, Suecia, Noruega y Países Bajos, y sus herederos, o los soberanos de Liechtenstein, Luxemburgo o Mónaco estuvieron en la Almudena.
Además del príncipe Alberto por el principado monegasco también acudía su hermana mayor, Carolina. La hija mayor de Rainiero y la fallecida Gracia tuvo que aguantar el bochorno de la ausencia de su marido, el príncipe Alemán Ernesto de Hannover (invitado por su rango a la boda). Con un vestido de Chanel de color celeste, muy elegante como siempre, la princesa de Mónaco y de Hannover encaró con resignación acudir sola a la catedral y pasear hasta la puerta.
Los comentarios se desataron lógicamente. Ya se conocía de sobra que Ernesto tenía una afición desmedida por las fiestas y en Madrid, en la noche del viernes previa al enlace, se entregó al jolgorio de la discoteca Gabana hasta la madrugada. A las pocas horas no estaba en condiciones de levantarse y acompañar a su azorada esposa, que hizo acto de presencia representándole.
La que fuera esposa de Philippe Junot y el malogrado Stefano Casiraghi se había casado en 1999 con el príncipe Ernesto con el que tuvo una hija, Alejandra, cuarta descendiente de la princesa. Este bochorno en Madrid fue una puntilla más a la deteriorada relación. A día de hoy en teoría siguen siendo matrimonio pero están separados desde 2009.
Un año después de su ausencia en Madrid, en abril de 2005, Ernesto de Hannover fue atendido por una pancreatitis aguda por sus excesos con el alcohol y llegó a estar en coma (coincidió con el fallecimiento de su suegro, Rainiero de Mónaco). Se repuso de esta grave dolencia y recayó con una infección en 2011, a lo que sumó una complicación vascular en 2016 y una nueva inflamación del páncreas en 2018. Sólo su robusta genética principesca explica que las adicciones no se hayan llevado ya por delante al aristócrata de 70 años, con su historial de broncas, excesos y noches en vela.
También se ausentó de otra boda, la de su primogénito, Ernesto Augusto, pero por haberse casado con alguien a quien no aceptaba, una diseñadora rusa, Ekaterina Malysheva.
El principio del fin de su ruptura con Carolina de Mónaco fue en Madrid. La princesa más fotografiada y admirada entró sola y nadie se lo perdonó.
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