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¿Tiene algún tipo de trastorno mental? ¿Estuvo mal aconsejada por su representante? ¿Necesita aparentar para seguir teniendo el respaldo de la profesión? ¿Buscaba sólo notoriedad?
Las razones que han llevado a la actriz Anna Allen a inventarse una vida paralela en las redes sociales siguen en el aire. Hace una semana que se descubrió su farsa en la entrega de los Oscar y, desde entonces, la vida de esta catalana, que hasta ahora había pasado sin pena ni gloria para los españoles (hemos tenido que recordar su intervención como Marta Altamira en Cuéntame para ponerle cara), se ha convertido en el centro de todas las conversaciones. Su posado inventado en la alfombra roja sirvió de punto de partida para desmontar la vida de éxitos que ella misma (con o sin ayuda) había ido tejiendo en las redes sociales, donde dejaba constancia de su participación en series americanas en las que nunca estuvo (como Big Bang Theory, The Normal Heat o White Collar), de su trabajo con profesionales de la talla de Julia Roberts o Matt Bomer o de las falsas entrevistas en medios internacionales que nunca llegaron a publicarse.
Pero las mentiras de esta actriz han sobrepasado su faceta profesional y se han colado también buscando protagonismo en su vida personal. Se inventó que era embajadora de la marca británica de móviles de lujo Vertu, y de Fight Aids, la ONG que preside Estefanía de Mónaco y que trabaja en la lucha contra el sida. Por supuesto, en ambos sitios desmienten que tengan o hayan tenido relación con ella. Lo mismo que en el Hard Rock de Florencia, del que presumía ser embajadora.
Desde que su vida soñada se vino abajo como si de un castillo de naipes se tratara, Anna no da señales de vida. Sus cuentas en las redes sociales están canceladas, sus teléfonos móviles apagados y no aparece ni en su casa ni en la de sus padres, donde las persianas están echadas desde que se supo que todo había sido una trola.
Pero Ana Allen no ha desaparecido sola. Con ella también ha salido de la escena pública Mar Rodríguez, la que se supone era su asistente personal. Y sólo se supone porque en esta red de mentiras cualquier cosa se pone ya en entredicho. Hasta ahora ningún medio la ha visto en persona y de ella sólo hay constancia a través de correos electrónicos, que muchos consideran pueden haber sido escritos por la propia Allen. Lo que está claro es que la cuenta de Mar Rodríguez en Twitter sólo existe para hablar de la actriz catalana, por lo que se supone que de ser cierto que se trata de su asistente personal, Anna sería su única representada.
Aunque Allen intentó también hacer ver que tenía un representante en América, que se trataría ni más ni menos que de Shawn Sachs, el mismo que lleva a Leonardo Di Caprio y Ben Affleck. A los medios llegaron correos encabezados por Sachs, aunque cuando se le ha preguntado que si alguna vez ha trabajado para la actriz española, el publicista ha sido tajante: "No la representamos ni nunca lo hemos hecho".
Si se toman en consideración todas estas mentiras, sólo cabría entender la postura de Anna si se tratara de un montaje para hacer ver lo endeble que son algunas informaciones que dan por buenas los periodistas y que nacen de las redes sociales, algo parecido a lo que hizo a mediados de los 90 la revista Esquire con la actriz Ali Carter, a la que le dio su portada con un nombre y una vida falsa para demostrar que los medios y las agencias son capaces de encumbrar a personas sin necesidad de demostrar su valía. Si se tratara de algo así, la broma habría empezado con demasiada antelación, ya que la primera vez que Allen coló un fotomontaje fue en los Oscar de 2014.
Lo que llama la atención en toda esta historia es que, teniendo un apellido tan cinematográfico como Allen, Anna no haya intentado sacar tajada inventándose un parentesco con el famoso cineasta. Una mentira que habría sido la guinda a este pastel de cartón.
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