Margarita, princesa pero reina de la rebeldía
Familia real británica
La hermana de Isabel II fue hasta su muerte el año 2002 la figura más singular del clan de los Windsor.
La princesa Margarita de Inglaterra, la hermana pequeña de Isabel II, era de todo menos aburrida. La serie The Crown, de Netflix, ha puesto en valor una de las figuras más carismáticas de los Windsor, la princesa que quiso ser reina, pero de la rebeldía. Salirse con la suya fue su principal objetivo; quizás por su carácter testarudo y su humor sarcástico, nada que ver con el sentido de la responsabilidad, la fidelidad y el deber de su hermana, Isabel II de Inglaterra.
Margarita era un personaje fascinante: una mujer avispada, moderna, rebelde y glamourosa con un magnetismo tremendo aferrada siempre a un cigarrillo. De haber nacido en cualquier otra familia, tal vez habría encontrado la felicidad. Pero su orden de nacimiento la limitó a vivir a la alargada sombra de su hermana bajo arcaicos corsés constitucionales.
Se rebeló contra la corona –de ahí su apodo de ‘la royal rebelde’–, pero se negó a renunciar a sus privilegios por su primer amor, Peter Townsend. Algo que la condenó a pasar el resto de sus días como una prisionera increíblemente malcriada, tan insatisfecha como impredecible; dependiente de las mismas cadenas regias que tanto despreciaba y jugando su papel de princesa caprichosa sin complejos.
Cuando Margarita murió en 2002, dejó detrás un compendio de anécdotas e historias que –fuesen o no fuesen ciertas– nunca dejan de ser fascinantes.
Cuando la princesa Margarita conoció a Elizabeth Taylor en una cena, la hermana de Isabel II supuestamente le dijo a la actriz que aquel diamante Krupp de 33,19 quilates que Richard Burton le había regalado –y que Taylor llevaba engarzado en un anillo– era “vulgar”. Taylor al parecer respondió: “¿No es genial?”, antes de convencer a Margarita para que se lo probase. Cuando se lo puso, Taylor le soltó: “Ahora no parece tan vulgar, ¿eh?”
Ante Grace Kelly también hizo de las suyas. Le soltó: “No pareces una estrella de cine”. Ofendida, la actriz le respondió: “Bueno, es que no se nace siendo una estrella de cine”.
Era famosa por llegar siempre tarde, sin importar la solemnidad de la ocasión. El alcohol y el tabaco eran sus dos vicios imprescindibles, además de los hombres. Hasta tal punto que tras una fiesta en homenaje a Marlene Dietrich en el Palacio de Kensington se percató de que le faltaban cuatro botellas de un vodka muy especial que le habían regalado. Con esa mezcla de parsimonia real y extravagancia que la caracterizaban, no paró hasta localizar a la culpable.
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