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Miguel Bosé tuvo una infancia muy difícil, incluso podría decirse que cruel, que le marcó para siempre. Lo ha dejado bien claro en sus memorias, El hijo del Capitán Trueno, tomo en el que relata las incontables fechorías de un padre que se avergonzaba de él y de una madre sobre la que desarrolló un innegable complejo de Edipo.
El franquismo, vivir en un clan en el que se mezclaban de forma sorprendente toreros y artistas, y su orientación sexual, no son excusa para el inconmensurable ego que el artista parece haber desarrollado con el paso de los años. Sólo en las 24 horas que ha pasado en España presentando su autobiografía, el cantante plantó a la presentadora Cristina Pardo de La Sexta, lanzó un dardo envenenado contra Jordi Évole –autor de su última entrevista televisiva y, a la postre, supuesto ex amigo–, y dedicó dudosos gestos y palabras de reproche a unos periodistas de Telecinco que le preguntaron por su relación con Nacho Palau, con el que –al parecer– ha compartido un cuarto de siglo de su vida.
El divo se ha comido al artista y al hombre, ya no hay remedio. Afincado en México, donde reside con todos los lujos junto a sus dos hijos –los otros dos están con Palau, y ahora el artista reniega de ellos–, Miguel parece haber perdido todo resquicio de realidad en su mundo de dioses y monstruos.
Que tu padre te lleve de safari a Mozambique con 10 años y, por descuido o por ignorancia, te traiga de vuelta con paludismo y al borde de la muerte, no creo que sea fácilmente superable. A Dominguín le dieron unas pastillas de quinina que nunca ofreció a su hijo, por lo que acabó sufriendo la enfermedad. Al ver que estaba enfermo, su padre le dijo: “Venga, no seas nenaza, levántate y camina como un hombre y déjate de mareos o te vas a enterar de lo que es uno de verdad del tortazo que te voy a meter, y basta ya de tonterías”. En ese mismo safari su padre, indignado porque el Miguelito de 10 años leyera, le presentó a una adolescente de 16 años para que “le iniciase a la hombría”, a la quien el propio Dominguín finalmente “agarró del brazo y se la llevó a su cabaña”.
Ahora dice el hijo de semejante monstruo que él es infiel por naturaleza; que sus padres siempre lo fueron y nunca se planteó otra cosa. También, por otro lado, se califica de “pulpo” y “baboso” con sus hijos, a los que premia con todos los abrazos que a él le faltaron cuando era un niño. Qué pena que un cantante y un artista con tantísimo talento y cultura acabe preso de sus propios demonios, en un dilema entre la vida y la música, discutiendo con todos los periodistas que le preguntan cuando es él mismo quien les ha convocado, peleado con todos en fin.
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