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La española Catalina de Aragón y la 'maldición' de las princesas de Gales

Historia

Catalina de Aragón, tocaya de Catalina de Gales, hija de los Reyes Católicos sufrió durante su estancia en Inglaterra pero es muy apreciada en el Reino Unido

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El asunto escabroso del príncipe de Gales que afecta a la grave situación personal de su esposa, Kate Middleton

Chalotte Hope como Catalina de Aragón en la olvidable serie 'The Spanish Princess' / HBO

A lo largo de la Historia las consortes de los herederos ingleses lastran un pasado de sinsabores, ingratitudes e infidelidades. Ser princesa de Gales supone sus riesgos y abnegaciones y es la situación en la que se encuentra Kate Middleton en estos momentos. El tratamiento de su cáncer dos meses después de su operación y una comunicación oscurantista, su anuncio ha impactado al mundo entero. ¿Es la 'maldición' de las princesas de Gales?

En tiempos recientes tenemos presente en la memoria los vaivenes y trágico final de la princesa de Gales antecesora, Diana Spencer. Una 'maldición' de las princesas consortes británicas de ser centro de infortunios.

Diana Spencer en su última imagen, en el hotel de París, horas antes de su muerte

Kate, Catalina de Gales, tiene en una tocaya el ejemplo de un princesa y reina consorte de Inglaterra que sufrió lo suyo que llegó a Gran Bretaña con 16 años, en 1501, para casarse con el príncipe heredero que apenas le sobrevivió cinco meses. Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos, estaba destinada desde los tres años a casarse con el futuro rey de Inglaterra. No llegó al trono Arturo, su primer marido por el que se convirtió en princesa de Gales.

El alicaído joven murió de una enfermedad vírica llamada 'sudor inglés'. Dejó en la estacada a su esposa, que al casarse con el hermano, Enrique VIII, vivió un calvario pese a sus dotes políticas e intelectuales. Fue reina consorte y también reina regente, cuando su marido batallaba en Francia, y se le adjudica la victoria ante Escocia en Flodden Fileld en 1513. Entre su viudedad (no consumó el matrimonio con su enfermizo esposo) y su siguiente matrimonio, hasta que Enrique alcanzaba la mayoría de edad, la española fue embajadora de los reinos hispánicos en Londres. Enrique VIII, ya en el trono, eligió a su cuñada rindiéndose a su personalidad.

Pudo casarse con ella aunque estaba mal visto entre cuñados y apeló a que su esposa no había tenido relaciones con su hermano para casarse. Cuando pidió el divorcio al Papa, lo que terminaría originando un cisma, a su vez Enrique VIII justificaba que le remordía la conciencia por haberse casada con su cuñada. La casa real inglesa vive con intensidad sus contradicciones desde siempre.

Como hija de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, Catalina tenía una mente brillante a lo que se unía su determinación. Había vivido una infancia feliz, sobre todo en la Granada recién incorporada a la Corona, y con 16 años embarcó hacia Inglaterra para asumir sus responsabilidades como princesa y afianzar la alianza de Castilla y Aragón con Inglaterra. En 1501 España ya estaba llamada a ser la primera potencia mundial y en la isla, con la casa Tudor instalada en el trono, se entendía que había un aliado para controlar a la gran rival, Francia. Pero Enrique VIII, sucesor de Enrique VII, no estaba finalmente por la labor. Lo confirmó años después al repudiar a la resignada reina Catalina. A su vez la infanta aragonesa (nacida en Alcalá de Henares, prácticamente criada en la Alhambra) era bisnieta de una inglesa, Catalina de Lancaster, abuela de Isabel la Católica.

Catalina de Aragón en un retrato. A la derecha en una recreación en foto realizada por inteligencia artificial

Como ha sucedido con todas las princesas de Gales, la presión que sufrían de manera constante era dar con urgencia un nuevo heredero a la Corona. Como reina de Inglaterra su responsabilidad máxima era tener un hijo varón pero la naturaleza dijo no y sólo le sobrevivió en seis embarazos una hija: María (Bloody Mary, como la recuerdan los ingleses y que inspiró al 'sangriento' cóctel que da nombre).

Al no haber dado un varón, Enrique VIII se sintió libre de soltar amarras con el Papa, casarse con Ana Bolena y convertirse en cabeza de una Iglesia nacional. Todo en espíritu insular de lo que ahora es Reino Unido. La también desdichada Ana había sido dama de confianza de la consorte y el monarca, en un reinado de desatinos, se casaría cuatro veces más. Ana fue decapitada y Catalina Howard (como si el nombre fuera una maldición) también mostró el cuello al verdugo a los 18 años por una presunta infidelidad. Otro que pasó por el cadalso fue santo Tomás Moro por apoyar a una respetable reina como Catalina de Aragón.

Aquella adolescente llegada de España murió aislada en su retiro en el castillo de Kimbolton, en el condado de la muy ilustre Cambridge en 1533. Catalina, tocaya de Kate, sufrió en sus carnes todos los rigores ingleses, del territorio y de su corte. Murió con el título de Princesa de Gales viuda por aquel lejano matrimonio con el triste de Arturito Tudor. La infanta española fue de lo más brillante que vieron los muros reales londinenses.

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