Las manías de 'The Crown'
La serie de Netflix, que regresa hoy con su tercera entrega, refleja algunas de las excentricidades de la soberana inglesa.
Amante en exceso de los perros, disciplinada con la comida y cotilla: así es (ya sea realidad, o ficción) Isabel II
The Crown, de Netflix, vuelve hoy con su tercera temporada. La serie inspirada en la vida de la reina Isabel II regresa tras casi dos años de inquietante espera. Inspirada, sí. Porque, pese a que los seguidores les encante meter las narices en Buchingham y en los devenires de los Windsor, realidad y ficción se mezclan también en unos nuevos capítulos en los que Olivia Colman toma el relevo a Claire Foy para interpretar a una soberana inglesa más madura. Mucho más adusta, Colman se mete en la piel de una Isabel II diez años mayor y lo único que echaremos de menos de su predecesora son sus ojos verdes, pues la oscarizada intérprete se ha negado a ponerse lentillas para tantas horas de rodaje, y es imposible usar el ordenador para cambiarle los ojos con tantas horas de metraje.
Con unos 'nuevos' ojos marrones, a la auténtica Isabel de Inglaterra lo que le disgusta de la nueva entrega a decir verdad es la escena de su supuesta infidelidad con el director de cuadra de Buckingham. Acostumbrada a lidiar con los tabloides sensacionalistas británicos y creyendo que su gran caballo de batalla esta vez iba a ser cómo abordara la serie el tema de Lady Di, a la monarca le ha cogido en fuera de juego el tema de los presuntos cuernos a Felipe de Edimburgo.
Isabel II, famosa por sus excentricidades –bien sea mimar en exceso a sus perros o lavar sus diamantes en ginebra–, lleva años lidiando con las muchas exclusivas sobre su vida que protagonizan los titulares de los periódicos ingleses, con los que tiene una relación de amor-odio en la que, sin duda alguna, ella manda. Nada está escrito en el Palacio de Buckigham, pero todo se transmite de boca en boca y las normas son seguidas sin rechistar. Por las mañanas, a la reina de los ingleses le gusta que la dejen sola una vez que le han traído el desayuno e insiste en preparar ella misma sus tostadas. Mientras come, escucha el programa Hoy de Radio 4 y ve la televisión (sin sonido). En su bandeja, le llevan cada mañana su periódico preferido, el Racing Post, (y esto sin importar dónde se encuentre). La mayoría de los días su esposo desayuna con ella.
Hay 25 mujeres al servicio de Isabel II en palacio, pero solo dos de ellas tienen contacto personal con ella. Ambas siguen las instrucciones al pie de la letra: prohibido pasar la aspiradora antes de las 8 de la mañana si la reina está dormida y pasar la aspiradora andando hacia atrás para evitar dejar pisadas en la alfombra. Ellas también saben que la soberana odia los edredones (prefiere las mantas de lana) y que para dormir sólo acepta sábanas de hilo. Sábanas, que por cierto, (según el libro En casa con la Reina, de Brian Hoey) son 15 centímetros más largas que las de su esposo, el príncipe Felipe –duermen en habitaciones separadas, pero comunicadas entre sí–, porque a la soberana le gustan los embozos muy amplios.
La reina Isabel, no cabe duda, aparecerá en los anales caninos por su amor a los perros pero, especialmente, por haber introducido en el mercado una nueva raza de perros llamada dorgis, cuando uno de sus corgis se cruzó con el dachshund de la princesa Margarita. Cuando sus canes mueren, los entierran en los terrenos de la residencia real en la que se encuentre en ese momento, porque siempre la acompañan.
Una de sus comidas favoritas es el hinojo marino, conocido como 'espárrago de los pobres', un vegetal de sabor algo salado que crece en las marismas de Sandrigham y se sirve con mayonesa, y las frambuesas como postre, aunque éstas no las come en público por las semillas. Sin embargo, no prueba jamás el aguacate, porque dice que sabe a jabón. El ex chef real Darren McGrady desveló en un libro cuáles son sus comidas preferidas: el chocolate, los fish and chips, y el té con sándwiches. Bebe té Derjeeling, por la mañana, y Earl Grey, en la merienda, y no se priva de los dulces ni de los cócteles ;su preferido es el combinado de ginebra y Dubonnet (una bebida similar al Martini, a base de vino, que se sirve sobre hielo con limón), que también era el favorito de la reina madre, quien llegó hasta los 101 años. Con todo, su secreto para mantenerse saludable es comer –y beber– con moderación. A tal punto llega su obsesión con la alimentación que cuando viaja al extranjero se lleva sus propias salsas para aderezar su comida y también agua embotellada de la marca Malvern para evitar intoxicaciones alimenticias.
Dejando a un lado las comidas, la reina Isabel adora los cotilleos de la casa y su paje y ayudante principal la mantienen informada de todo lo que pasa (los últimos chismes de parejas incluso). Espera oír, y obtiene, todos los detalles sobre nuevas relaciones en palacio, embarazos, peleas. Si escucha algo oficialmente que piensa que debía haberle llegado antes a través de uno de sus espías, su malestar se hace patente. La mirada real es glacial y justificadamente temida por todos en Buckigham.
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