Los eróticos veranos de Lalo Rodríguez y la salsa que profetizó el perreo
Hallado muerto en la calle
El fallecido cantante fue el primer nombre de todos los puertorriqueños que han dado sentido a los veranos
Muere en la calle Lalo Rodríguez, el cantante de 'Ven, devórame otra vez'
Cantantes a los que se les esperaba a ver qué traían en verano
El cantante puertorriqueño Lalo Rodríguez ha aparecido muerto en un punto final de una vida de serenatas salseras que derivó en una existencia de síncopes. Ven, devórame otra vez fue la canción que más se le recuerda porque fue la avanzadilla del son boricua en España y en el resto de Europa. Ya llegarían después Ricky Martin, Chayanne, Marc Anthony hasta desembocar en Bad Bunny y Daddy Yankee. Y la figura fundamental fue Lalo aunque ya desde la isla nos llegara un par de décadas antes las balas de José Feliciano.
Descubrimos la salsa devorando Devórame: "Devórame otra vez. Ven, castígame con tus deseos,
mas que mi amor lo guardé para ti".
Hasta entonces, en 1988, cuando el Muro se tambaleaba sin nadie saber las cancioncillas veraniegas que sonaban por los chiringuitos españoles eran optimistas, picaronas o pazguatas. Y subieron de voltaje cuando apareció Lalo Rodríguez en la resaca de las lambadas, el baile erótico sudamericano que zamarreaba los meses de calor.
Georgie Dann fue languideciendo cuando aterrizó la salsa y el profeta de todo aquello fue dicho puertorriqueño con pinta de malo de Corrupción en Miami. Con su calentón gastronómico puso a cien a más de un veraniego que aún bailaba agarrao en las fiestas del pueblo. Ven, devórame otra vez es una plegaria erótica, una súplica para que se desataran los apetitos ocultos, con todas las dobleces que se quisiera encontrar a cada línea: lo de las sábanas mojadas al recordar a la persona amada, o eso de “la boca me sabe a tu cuerpo” ,la búsqueda de “lo salvaje de tu sexo amor”. Esta canción es la más turbadora de toda la década de los 80 y algo comenzaba a cambiar en las letras.
El rayo de sol, Los pajaritos o el negro inquieto que nadie sabía qué quería (El Africano) eran cuentos infantiles al lado de este apretón de contoneos y confesiones en voz baja. Más de una/o acabó devorada/o al terminar los acordes de Lalo Rodríguez cuando el dominicano Juan Luis Guerra estaba a punto de llamar a la puerta y traer su borrasca cafeteras y sus bilirrubinas.
Los veranos perdieron del todo su inocencia con la salsa. El personal ya iba a tiro hecho. A devorar, con mucha salsa, lo que le pusieran por delante: en sólido, en líquido o en polvo.
Los sones del otro lado del charco fueron la última importación romántica. Después de este banquete salsera lo que tocaba era perrear a ritmo de reggaeton.
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