Una conversación con Carmen Sevilla
Muere Carmen Sevilla
"La gente piensa en el mundillo del cine como una juerga, pero yo me entregué al trabajo como una atleta", aseguraba la artista
Muere Carmen Sevilla, la artista que unió a todas las generaciones
"He aprendido, sobre todo, a convivir con la gente. Ese trato te da una especie de sabiduría. He vivido mucho, y siempre hay que poner lo vivido en positivo. Aunque haya tenido mis altos y mis bajos, como todos", concluía Carmen Sevilla, fallecida este martes a los 92 años, en una charla en 2001, con motivo de la concesión a la actriz del Premio Ciudad de Huelva del Festival de Cine Iberoamericano de la localidad andaluza.
En esa conversación, recogida en la publicación Carmen Sevilla. Una estrella española con acento latino, la intérprete resumía una carrera tan ecléctica como la suya, en la que trabajó con nombres tan diversos como Luis Lucia, Vittorio de Sica, Nicholas Ray o Eloy de la Iglesia, como la historia de una vocación a la que se entregó desde el rigor. "Yo he sido muy disciplinada, muy profesional, me he integrado y me he interesado allí donde trabajaba.
La gente tiene una idea muy divertida del mundillo del cine, pero, yo, mientras estaba en una película, era como si fuera una atleta: no iba a juergas, ni a cachondeos, ni a nada por el estilo".
Carmen García Galisteo, el nombre real de la artista, rodó en 1948 su primer éxito, Jalisco canta en Sevilla, una película que estuvo a punto de no hacer -mientras se dirigía a las pruebas de selección, por los nervios, tuvo la tentación de volverse varias veces- y que convirtió en una celebridad a una joven que venía de participar en espectáculos de Estrellita Castro y el Príncipe Gitano.
La actriz evocaba cómo el contacto con el ídolo Jorge Negrete le indicó que tenía que mejorar en muchos ámbitos si quería crecer como actriz. "Él me preguntó si sabía conducir, y no; si sabía nadar, le dije que no; si sabía montar a caballo, le comenté que no. Con un aspaviento de los brazos tremendo me preguntó: '¿Entonces qué sabe hacer?' Yo le respondí: 'Mire usted, yo sólo cantar y bailar un poquito'. Y desde entonces me propuse que aprendería a montar a caballo, como monté; a conducir, como conduje; y a aprender inglés".
Carmen Sevilla tenía entonces 18 años, y la hija del letrista Antonio García Padilla, Kola, siguió trabajando en largometrajes en los que dejaba patente su asombrosa fotogenia, títulos como La Revoltosa, Cuentos de la Alhambra, Violetas imperiales o La hermana San Sulpicio, un personaje que heredó de Imperio Argentina.
"Todas las películas las recuerdo con cariño, porque, a pesar de sus defectos, son tus hijos, y a tus hijos hay que quererlos con sus cualidades y con sus fallos", defendía la actriz cuando se le preguntaba por los comienzos, antes de que llegaran cineastas que le plantearan otros registros y permitieran su evolución dramática. El primero fue Juan Antonio Bardem, que en 1957 la llevó al Festival de Cannes con La venganza. "Él se adelantó, al menos 20 años, al hablar de la Seguridad Social, de las huelgas, de los trabajadores... Poseía un inmenso talento", recordaba la actriz en el repaso a su carrera.
No a la Paramount
La artista, que antes de ser solicitada por Hollywood había triunfado en Francia y México, no se arrepentía de haber rechazado un contrato con la Paramount y renunciar al estrellato mundial que habría logrado de seguir la senda abierta con grandes producciones como Rey de Reyes, de Nicholas Ray, o Antonio y Cleopatra, de Charlton Heston.
"Para muchos, Hollywood significa lo máximo que puede alcanzar una actriz. Sé que mucha gente ve el rechazar un contrato así como una osadía, pero yo tenía muy claro lo que quería", explicaba, antes de apuntar razones personales en su decisión. "Yo me iba, y me llevaba a mi padre, a pesar de tener un profesor de la Paramount. Siempre tenía cerca a mi padre o mi madre, porque lo exigía. Tenía dos hermanos en España que se quedaban sin alguno de sus padres, y a mí eso me partía el alma. Estaba muy arraigada a mis costumbres, a lo que me habían inculcado".
Pero en España le esperaban proyectos con enjundia dramática y que renovarían su imagen acorde con los nuevos tiempos que vivía el país. La actriz que había rodado años antes vehículos comerciales como El balcón de la luna, con Paquita Rico y Lola Flores, se puso a las órdenes de directores de la talla de Pedro Olea, Gonzalo Suárez, José María Forqué o Eloy de la Iglesia.
"Ella, que había encarnado el prototipo de mujer que deseaba el franquismo, sabe adaptarse sin vacilaciones a las demandas de la sociedad, y ejerce de bisagra entre los tímidos desafíos a la censura de las postrimerías de la dictadura y las iniciales apuestas por la libertad de la Transición española", escribíamos en 2001 tras la charla mantenida con la actriz por la concesión del Premio Ciudad de Huelva.
Películas como El techo de cristal, de Eloy de la Iglesia, La cera virgen, de José María Forqué, No es bueno que el hombre esté solo, de Pedro Olea, o La loba y la paloma y Beatriz, ambas de Gonzalo Suárez, pertenecen a esa etapa de apertura, en la que no tuvo miedo de romper con la imagen de candidez de los comienzos para abrazar un sutil erotismo. "Fue maravilloso", celebraba, "trabajar con Pedro Olea o Gonzalo Suárez. Me pusieron en bandeja ser muy versátil, muy camaleónica, y la gente se creyó mis interpretaciones, el público me aceptó enormemente".
En esa conversación, Carmen Sevilla habló de los hombres que se habían enamorado de ella, como Yul Brynner ("la calva más linda del cine"), Frank Sinatra ("sin duda un ser especial") o Mario Moreno Cantinflas ("mi amor platónico") y de los profesionales con los que se había topado a lo largo de las décadas. Charlton Heston era "todo generosidad"; Vittorio de Sica, con el que trabajó en Pan, amor y Andalucía, "un picaruelo, muy latino"; Don Siegel, que la dirigió en A spanish affair (Aventura para dos), se portaba de manera "muy delicada, muy dulce", mientras que Nicholas Ray era "especial, pero también muy perturbado, muy complejo".
Cuando Carmen Sevilla conoció a Vicente Patuel, su segundo marido, se apartó del cine, como su venerada Greta Garbo. "Fue la mujer más inteligente del mundo, sabiendo retirarse a tiempo. Siempre la he admirado", reconocía en 2001. Tenía muy claro entonces que no volvería a rodar: "Cuando me preguntan por qué no hago una película, la respuesta es que no estoy preparada. Para hacer una película hay que prepararse en todos los sentidos: moral, espiritual, físicamente". Nunca olvidó el componente de disciplina que implicaba su profesión.
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