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El cine enlatado en cintas que se olvidaban rebobinar

La época gloriosa del VHS va del 82 al 98, cuando llegó el DVD junto a la explosión de internet Las descargas, piratas y legales, condenaron al videoclub

Hitos de los primeros videoclubes: las películas de James Bond, Esteso y Pajares, Jaimito y el dúo Hill-Spencer.
F. A. Gallardo

06 de agosto 2014 - 01:00

Naranjito trajo bajo el brazo un balón y un vídeo. Al principio competían tres sistemas: VHS, Betamax y el europeo 2000. Japón volvió a ganar y el videoclub de la esquina, soporte fundamental para el caro electrodoméstico (125.000 pesetas, 6.000 euros al poder adquisitivo actual), terminó de llenar sus estantes con VHS. El Beta acabó arramblado poco antes de que cayera el muro de Berlín. El videoclub de la barriada era el gran rival de las dos escuetas cadenas del televisor y a raíz del Mundial 82 el vídeo se convirtió en el ansiado objeto de deseo de todas las familias.

El videoclub llegó a ser el negocio mundano del futuro, con su dependiente picao con las novedades y los estrenos para los que había que guardar cola. En aquellos años pioneros para fichar por el 'club' había que pagar con una película que costaban en torno a las diez mil pesetas, fortunón añadido al aparato. Y por favor, rebobinen las cintas, que se cabrea el dependiente.

Tener acceso al entretenimiento tenía su coste y aunque los cinéfilos deliraban con el invento, el vídeo y el videoclub nacieron sobre todo para ver películas de risa, películas de miedo de saldo y porno para los fines de semana. La opción más barata podía ser el vídeo comunitario, con lo que empezaron a cablearse las calles. Las copias piratas iban de mano en mano.

La saga James Bond, con precios más económicos, engrosó los títulos más prestigiosos de estos veranos pioneros, cuando había que disputarse la consecución de Los bingueros, Jaimito contra todos y Polvos mágicos. Las majors norteamericanas fueron sirviendo a cuentagotas su catálogo, pero a finales de los 80 el margen entre la sala y el vídeo se estrechó a unos seis meses. La fiebre del videoclub se cargó los cines de toda la vida antes de que llegaran los de los centros comerciales.

Hasta principios de los 90 el VHS y el videoclub eran los reyes de la casa y la vía de escape más rápida. El aumento de cadenas dejó el videoclub para el cine más reciente y los estantes iban colapsándose de carátulas rancias. Aquel futuro se acabó sobre el 98. Casi con el cambio de siglo llegó el dvd y las franquicias tipo Blockbuster se zamparon a esos clubes que se llamaban Hollywood, Óscar, Marilyn y nombres así. Los videoclubes de la esquina fueron cerrando en proporción a la popularización de internet, con todos sus emules. Las descargas piratas clausuraron casi todas las tiendas y hasta Blockbuster se fue a pique (en España cerró en 2006, decadencia meteórica).

Las plataformas inundan las Smart TV, aprovechando que la TDT se encoge. Pero todo el catálogo virtual no compensa la satisfacción que producía a aquellos socios de 1984 cuando podían hacerse, por fin, con la cinta de Yo hice a Roque III.

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