Charo López, de musa erótica a icono de mujer libre
Ganadora de un Goya y arquetipo de mujer valiente, presenta un documental sobre su vida y su trayectoria.
Su intensa y enigmática belleza y el cine del destape la convirtieron en mito erótico de la Transición pero Charo López (Salamanca, 1943) supo reinventarse a partir de los 80 para convertirse en icono de la mujer libre, valiente y pasional.
Así lo cuenta ella misma en el documental Me cuesta hablar de mí, dirigido por Chema de la Peña, un repaso a su trayectoria vital y profesional que se estrenará este jueves en algunas salas de cine y el próximo domingo en el programa Imprescindibles de La 2 de RTVE.
En un coloquio en la Academia de Cine la noche del lunes, la actriz aseguró que ésta ha sido una de las contadas ocasiones en las que se ha sentido cómoda hablando de su vida; eso sí, le marcó tres líneas rojas a De la Peña: nada de hombres, ni de sus desavenencias con la revista Interviú, ni de Almodóvar.
"Lo de Almodóvar no lo voy a contar nunca, le tengo un enorme respeto", dijo la actriz durante el coloquio. El manchego la ofreció en su día protagonizar Matador (1986) pero ella lo rechazó, aunque unos años después aceptó un papel en Kika (1993).
Aunque hizo sus pinitos en el teatro universitario, la primera experiencia profesional de López llegó de un modo casual cuando, a través de su primer marido, conoció a Gonzalo Suárez y éste la quiso para la que también era su primera película, Diitirambo (1969). Por aquel entonces trabajaba como maestra y tras sus estudios de Filosofía y Letras -en una época en la que era raro que las mujeres entraran en la Universidad- se había traslado a Madrid para casarse con el crítico de cine de Jesús García Dueñas.
Esa primera toma de contacto con un cine libre y diferente como era el de Suárez le inocularon las ganas de más y se matriculó en la Escuela de Cine, donde rodó algunos cortos con otra pionera, Cecilia Bartolomé y Antonio Giménez Rico la fichó para El hueso, que le valió un premio del Círculo de Escritores Cinematográficos a la mejor actriz revelación.
Fue novia de Julio Iglesias en el biopic La vida sigue igual (1969) y Buñuel la quería como Virgen María para La vía láctea (1969) pero el sindicato de actores francés la vetó y ahí comenzó a darse cuenta, dice en el documental, de que no todo iba a ser tan fácil. Su carrera se desinfla en los 70 y, salvo Gonzalo Suárez, que rodó con ella siete películas, nadie la llama. Se refugia en la televisión, se curte en Estudio 1, rueda algún spaghetti western donde "hacía siempre de india violada".
En esas llega el cine del destape y Charo López salta a las portadas de todas las revistas. Es el nuevo mito erótico de la Transición, representa un arquetipo de belleza misteriosa, inteligente y en cierto modo inalcanzable. Algunos la ven como la Ava Gardner española.
Pero la actriz se siente frustrada y a los 36 años se plantea dejarlo todo y volver a la enseñanza. "He dicho que no a grandes directores por el tema de los desnudos, es algo que siempre me ha producido horror", asegura. Fue la televisión lo que cambió su destino. Mario Camus la convirtió en Mauricia la Dura en su adaptación de Fortunata y Jacinta, lo que abrió la veda para que empezaran a llegarle papeles de otro tipo de mujer, liberada, descarada, rebelde. El papel de Clara Aldán en Los gozos y las sombras (1982) fue su mayor éxito popular y su consolidación como actriz. "Fue algo definitivo para mi, la popularidad es lo mejor del mundo", sostuvo.
Especialmente recordada es la escena en la que recreó una masturbación, algo inédito en la televisión de la época que ejecutó con la suficiente ambigüedad como para que pudiera pasar por un dolor de estómago o de muelas para un público menor de edad, según cuenta en el documental.
En esos años de esplendor también presentó Epílogo (1984) en el Festival de Cannes junto a Gonzalo Suárez, que ganó el premio de la Juventud y con Martín Patino rodó Los paraísos perdidos (1995). López volvió a demostrar su capacidad de reinvención y riesgo cuando, sin mucha experiencia en el teatro, se embarcó en una adaptación de Una jornada particular dirigida por el argentino Carlos Gandolfo que fue un éxito en Buenos Aires. Decidió entonces convertirse en productora para levantar otra obra, Hay que deshacer la casa, que estuvo nueve meses en cartel. "Ahí por fin dejé de tener complejo de guapa", confiesa.
De nuevo apostó y ganó cuando después de ver en Italia a Franca Rame representar Tengamos el sexo en paz de Dario Fo, decidió comprar los derechos y traerla a España, ya en la segunda década de los 90, desvelando su talento para la comedia. "Lo que más ganas tengo ahora es de hacer comedia", dijo la actriz en la Academia de Cine, "pero con esta imagen de mujer fría, dura y distante, solo me llega una oportunidad cada diez años... ahora mismo estoy peleando con una obra y quizás lo consiga", apuntó.
Ganadora de un Goya con Secretos del corazón (1997) de Moncho Armendáriz, para De la Peña Charo López ha sido ante todo una mujer valiente y poco convencional: "Su carrera la ha hecho ella, ha decidido como mujer en unos tiempos en los que eso era muy difícil".
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