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Nobleza en los Juegos
En el verano de 1900 un aristócrata español, Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa, se presentaba en París con su carabina dispuesto a abatir todos los pichos que se le pusieran por delante. Quedó en segundo lugar (se le entregó un trofeo, no una medalla de plata) pero el COI no reconoce este concurso como olímpico porque finalmente hubo compensación económica a los ganadores. Era curioso que la historia de los deportistas españoles en los Juegos Olímpicos, fundados por un barón francés, se abriera con un dandi disparando a los palomos.
Junto a la medalla de la Furia en fútbol, “a mí, Sabino (Belausteguigoitia), que los arrollo”, la otra plata española en Amberes 2020, con Europa aún desangrada por la guerra, fue con el equipo del siempre exquisito polo formado por cinco militares: el duque de Alba (en el territorio de su antepasado), Jacobo Fitz-James, abuelo del actual duque; su hermano Hernando, duque de Peñaranda, que por cierto fue fusilado en Paracuellos en el 36; más el utrerano Leopoldo de la Maza, conde de La Maza, una de las personas de máxima confianza de Alfonso XIII; y dos hijos del conde de Romanones, Álvaro, marqués de Villabrágima, y José de Figueroa, que fallecería ese mismo otoño en la guerra del Rif. En aquella España el deporte estaba al alcance de unos pocos y la competición amateur, para un grupo muy reducido.
En esos tiempos pioneros destaca en el reducido deporte español Lilí Álvarez, hija de un prestigioso abogado de Barcelona, Emilio González Álvarez, que se educó en Suiza y que por una lesión no pudo representar a España en patinaje artístico pero sí lo hizo en tenis. Se quedó en dobles mixtos en puertas de una medalla en 1924. Una española no conseguiría una medalla olímpica hasta 68 años después, con la malograda Blanca Fernández Ochoa en 1992. Lilí jugó tres finales en Wimbledon y su implicación con el deporte se prolongó durante décadas en el desierto de aquellos primeros lustros del franquismo.
La familia real española se implicó de forma firme a partir de los años 60, con toda la vocación. Como integrante del equipo griego, doña Sofía, se vio privada por una lesión de forma parte de la tripulación comandada por su hermano, el rey Constantino, que se hizo con la medalla de oro en los Juegos de Roma en 1960. Fue el primer monarca en subir a un podio y otro rey, el noruego Olav V, siendo príncipe también logró un oro en vela, en Ámsterdam 1928, en la modalidad de 6 Metros, y 29 años antes de subir al trono. En aquella cita España consiguió su único oro durante los primeros 75 años del olímpicos, en hípica, en saltos por equipos, con otros militares: José Álvarez de la Asturias, marqués de Trujillos, que murió en Madrid en 1993 con 98 años; José Navarro Morenés, que fue también plata en Londres 1948; y Julio García Fernández de los Ríos.
En la casa inglesa, la hija de Isabel II, Ana de Inglaterra, participó en el concurso completo de hípica en Montreal 1976 (con un caballo de la cuadra real), pero su hija Zara llegó a conseguir la medalla de plata en Londres. El padre, el capitán Mark Phillips, a su vez logró el oro en Munich y entrenaba en 2012 a su novia, una rival estadounidense de su hija, Lauren Hough. La segunda esposa de Phillips, también estadounidense, Sandy Pflueger, era otra amazona y participó en Los Ángeles 1984.
Ana de Inglaterra es miembro del COI, como el soberano de Mónaco, el príncipe Alberto, que intervino por su pequeño país en cinco Juegos de invierno en bobsleigh, una excentricidad helada tratándose del escarpado principado. Por parte materna, su abuelo, el magnate del ladrillo (literal, de los ladrillos) John Kelly, fue el primer regatista en remo en sumar tres medallas de oro, por Estados Unidos. La esposa del príncipe, Charlene, fue nadadora por Sudáfrica en Sidney.
Una de las preocupaciones que tenía Francisco Franco en 1972 era la participación de su sucesor, don Juan Carlos, en vela en los Juegos Olímpicos de Munich. Llegó a hablar personalmente con el presidente del COE, Juan Antonio Samaranch, para que le confirmara sus posibilidades porque temía que hiciera el ridículo y el catalán le tranquilizó. Finalmente el futuro rey tuvo un discreto resultado como patrón en las aguas de Kiel (estuvo lejos de los atentados contra Israel en la villa olímpica) y fue 15º en la clase Dragón, la misma donde su cuñado Constantino venció 12 años antes. La tripulación la completaban dos malagueños, Félix Gancedo y Gonzalo Fernández de Córdoba. Éste, duque de Arión, era un experimentado deportista y fue el abanderado en México. Dos hijos de don Juan Carlos portarían la bandera española en los Juegos, doña Cristina, en Seúl 88, cuando formaba parte como suplente de la tripulación del velero 470, que fue 10ª. Don Felipe fue el memorable abanderado en Barcelona 1992, donde obtuvo diploma olímpico, sexto puesto en la modalidad Soling de vela con Fernando León y Alfredo Vázquez, en una embarcación rotulada como Aifos (Sofia al revés).
Todos podemos recordar que en los Juegos siguientes, en Atlanta, doña Cristina conoció a un jugador de la selección de balonmano, bronce en aquel torneo, Iñaki Urdangarín, cuyo comportamiento posterior a su etapa deportiva removió los cimientos de la Zarzuela.
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