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La boda del siglo de hace un siglo

Historias reales

Las secuelas de la Primera Guerra Mundial y la caída de cuatro imperios llevaron a la Corona británica a promover como acercamiento a su pueblo la boda de la princesa María, hija de Jorge V, primo del zar

La princesa María y su marido Henry Lascelles, con las damas de la boda, incluida la madre de Isabel II

Jorge V no se terminaría nunca de reponer del fusilamiento del zar Nicolás II, primo y familiar con un gran parecido con él de quien nunca hubiera imaginado que su trono estuviera tan en riesgo. Tras la Primera Guerra Mundial cayeron los cuatro imperios continentales (ruso, austro-húngaro, otomano y por supuesto el alemán), así que el poderoso imperio británico parecía temblar por algún tuétano social en rechazo a la monarquía. Los Sajonia-Coburgo lanzaban al córner el apellido germano y habían adoptado el apellido Windsor. Durante la guerra y tras ella cualquier gesto que reafirmara el carácter británico de la familia real siempre sería bien recibido.

Así que era una buena idea que la única hija del rey, María (el mismo nombre de su madre), se desposara con un taciturno militar de raigambre inglesa, el hijo del conde de Lascelles, Henry George. En 1922 las agitaciones políticas eran aún borrascas impulsadas por la posguerra. Una boda con pompa en Londres permitiría dar popularidad y cercanía al palacio entre los estragos que aún latían del conflicto. La Rusia de Nicolás II estaba todavía sacudida por la cruentísima guerra civil que culminaría meses después con la victoria definitiva de los bolcheviques.

El Reino Unido podía permitirse soñar con los cuentos de hadas y una boda en la familia de Su Majestad. Una boda del siglo en blanco y negro despertaba ilusión. De los hermanos mayores de la consorte no se esperaba aún que fueran a pasar por el altar. El mayor, Eduardo, futuro Eduardo VIII, terminaría de decidirse en la siguiente década, convertido ya en rey. Para desposarse con Wallis Simpson tuvo que abdicar, con toda la justificación del mundo dados sus devaneos hacia Alemania.

Del apocado príncipe Alberto, futuro Jorge VI, no se tenían esperanzas en general. De aquella boda de hace un siglo Alberto salió con pareja, una de las damas de la novia, Elizabeth Bowes-Lyon, la futura reina madre centenaria. Se casaron al año siguiente, en 1923, sin tanta expectación como la princesa y su coronel de bigotes.

Una boda con tintes forzados animó al Londres imperial. La novia diría el sí en la abadía de Westminster, la primera hija de rey en casarse en el ombligo gótico del Támesis. Era un joven impulsiva de 24 años, fascinada con el ímpetu de su hermano Eduardo, de quien se sentiría muy cercana a lo largo de su vida. Una novia que era 15 años menor que el novio, lo que por entonces se consideraba una diferencia excesiva.

Henry Lascelles era un exponente de militar británico curtido como cuero viejo en las trincheras francesas. Estuvo a pie de batalla durante toda la contienda sobreviviendo a tres graves heridas y haber escapado a los gases lanzados por los hijos del káiser.

Con esa experiencia bélica habría que imaginarse de qué manera le afectaba al carácter del noble, un tipo de aspecto sobrio y de seriedad aún más profunda. Interesado en los asuntos políticos del condado de York, su patria chica, y su pasión por los caballos.

María había estado también implicada en la guerra, en labores humanitarias y visitando a los heridos, siendo el primer miembro de la familia real británica que pisó suelo francés tras el armisticio. Ella habría tenido otros planes, pero con 24 años era una edad para casarse.

Fue una prueba de lealtad este matrimonio de la princesa de la boda del siglo a manivela, vivida en un Londres abarrotado y con cicatrices, de nostalgias victorianas, efervescente todavía de su poderío colonial. La novia no lució tiara, la joya imprescindible para una boda de postín: prefirió en gesto de austeridad una corona de flores.

Hace un siglo, el 28 de febrero de 1922, esta boda alejaba nubarrones de dudas sobre el rey de Inglaterra y su familiar en España, Victoria Eugenia de Battenberg, esposa de Alfonso XIII, acudía con cortesía evocando su propio enlace marcado por un atentado terrorista. La reina española seguiría en el Palacio Real sólo por nueve años más.

Portada de 'Vogue' con la boda de1922

Lascelles heredaría el título paterno, conde de Harewood, vizconde de Lascelles, títulos también para su esposa que en 1932 recibiría de su padre el rango de princesa real. Por sus servicios a la Corona se lo merecía. Su admirado hermano Eduardo aún parecía no asentar la cabeza, mientras que Alberto criaba a sus dos hijas, Isabel, nacida en 1926, y Margarita, en 1930. La historia daría uno de sus brincos inesperados y por esa rama continuaría la sucesión del solemne Jorge V. Su única hija le daría la satisfacción de otros dos nietos, George y Gerard, y una vida de cierta discreción.

El personaje de Lascelles en 'Downton Abbey'

En la película de Downton Abbey se relatan los enfrentamientos conyugales de los Lascelles, esa pareja de edades y existencias contrastadas que presumiblemente tuvo sus encontronazos. Sus hijos no recuerdan una convivencia traumática sino más bien aburrida.

El militar y la princesa tenían como actividad compartida más apasionante la cría caballar. Entre Londres y los prados de York conjugaban una vida de adinerados marcados por la guerra. María seguiría en labores de apoyo en el conflicto siguiente. Lascelles falleció al poco de caer por segunda vez el ejército alemán, en 1947. Tenía 64 años y alguna que otra secuela de las heridas de batalla. La princesa María murió en 1965 a los 67 años, Isabel II ya había superado el primer decenio de su reinado, cuando la boda de su tía aún tenía el eco de los festejos austeros de un mundo que se sacudía de horrores. Tres años antes del fallecimiento de la princesa María nació Diana Spencer, la futura princesa de la Boda del Siglo.

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