La boda que cambió la corona británica
Este martes se cumplen dos años del enlace de los duques de Sussex, recién independizados de Buckigham.
El 19 de mayo de 2018 Enrique de Inglaterra, por entonces el sexto en la línea de sucesión al trono británico, contraía matrimonio con Meghan Markle, hasta entonces una actriz de éxito televisivo (de la mano de la serie Suits) y muy influyente en internet con sus consejos de moda, belleza y lifestyle.
La unión del príncipe rebelde y una actriz racializada, estadounidense y divorciada, hija de una familia rota, era algo inaudito en Buckingham. Pero la reina Isabel II bendijo el enlace y la corte se volcó para convertirlo en una boda de cuento de hadas.
Hace dos años ni por asomo imaginaban en palacio que en 2020 la pareja se habría independizado de la corona inglesa, en plena pandemia mundial que, dicho sea de paso, acabó silenciando –y facilitando aún más– su marcha definitiva el pasado mes de marzo.
Aquel 19 de mayo de 2018 no había sólo miembros de la realeza europea en el enlace del hijo de Lady Di y la intérprete. Markle tiró de agenda y en el castillo de Windsor aparecieron también la reina de Estados Unidos, Oprah Winfrey; y el rey de Hollywood, George Cooney, junto a su mujer Amal, que se atrevió a llevar ese día el color fetiche de Isabel II: el amarillo. Enrique y Meghan se las apañaron para traer al príncipe de lo masculino –David Beckham– y juntar tanta guapura que los nobles tuvieron que reconocer por un día que lo de nacer privilegiado no es sólo cosa de títulos.
La reina le prestó a Meghan la tiara de filigranas de la reina Mary, el carruaje de los grandes saraos para pasearse por Windsor entre el cariño de la gente, y toda la confianza necesaria para que llegase a la boda no como una royal exigida, sino como una novia enamorada. En una ceremonia gobernada por el amor, el reverendo Michael Curry pronunció más de cien veces esa palabra, que habíamos visto más de cien veces en las miradas de los contrayentes. Meghan Markle triunfó con sus dos atuendos principales: el de novia, diseñado por Claire Waight Keller, de Givenchy, y el de tarde, de Stella McCartney.
La imagen de Meghan y Enrique saliendo de la mano del castillo de Windsor, vestidos de tarde y triunfantes dio la vuelta al mundo: tras años de ser cuestionado como príncipe y como parte de una familia real con fama de antipática, el hijo pequeño del príncipe de Gales y una deslumbrante Meghan se convirtieron automáticamente en la pareja real más bella, contemporánea e indiscutible de la historia. Como dos personas dispuestas a encontrar su lugar en el mundo.
Y, desde entonces, ese es el camino que han emprendido: los actos de los duques de Sussex van dirigidos a conmemorar el legado de la gran ausente en la boda y en la vida de Enrique: Diana de Gales. Desde su matrimonio, la agenda oficial de los duques y sus primeros actos se encaminaron a las buenas causas y los patronazgos que, como inculcó su madre a Enrique, hagan de este un mundo mejor.
Pero también a medida de Archie, el hijo de un año de la pareja (lo cumplió el pasado día 7), que se criará lejos de la atención mediática que tanto daño hizo a Enrique de niño, y a su madre. Archie será sólo el fruto de la historia de amor entre el príncipe que logró escapar de palacio, y la actriz.
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