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Sissí, esa emperatriz de la que no sabías nada

Historias de la corte

Fumadora, deportista, viajera, obsesionada con mantenerse joven, eludía a su triste marido, removió su contexto político y no era la princesita que le pintaron en las películas

Era también reina de Galicia, pero no de nuestra Galicia

La Primera Guerra Mundial, la merienda de los patriotas

Isabel de Austria-Hungría en un retrato fotográfico coloreado

Sissí suena a miriñaque y a tacita de té con el meñique estirado. Su aspecto de rococó desfasado centroeuropeo que han expuesto las películas está alejado de la vida de una princesa alemana obsesionada con su imagen, intrigante en cuestiones políticas y que en los actuales países donde reinó como emperatriz la conocen como Elisabeth. Reina de austríacos y húngaros, que vivió entre 1837 y 1898, monarca desde los 16 años. Bajo su corona estaba el reino de Galicia, la Galicia de los Cárpatos, territorio que ahora comparten Polonia y Ucrania.

No la conocieron sus paisanos de decenas de idiomas y nacionalidades como Sissí. Eso fue un invento peliculero de la posguerra alemana que añoraba tiempos felices. En aquella unión europea la esposa del taciturno emperador Francisco José se la conocía por su nombre, no por diminutivos de porcelana. Ahora está de moda por la serie de Netflix La Emperatriz (The Empress) y la película Corsage, revisiones de su historia y evolución del personaje interpretado por la también infortunada Romy Schneider.

Sissí en una foto de la década de los 50 del siglo XIX

Isabel, una princesa bávara que quedó superada por las intrigas cortesanas y que había sido criada en un ambiente más bien rústico, empujó al reconocimiento de los magiares dentro del imperio de su familia política, los Habsburgo, y fue la primera de las dos emperatrices que tuvo ese nombre de popelín de Austria-Hungría. De paso todos admiraban su belleza que ella sostenía con cremas de cera y aceite de almendras para su rostro y huevos con aceite y coñac para el cabello. Pero nunca dejó de probar cualquier mejunje que le recomendaran para extender su eterna juventud. Quiso mantener a toda costa su delgadez en tiempos de michelines alabados y para atusarle el pelo sus asistentas dedicaban tres horas diarias (mientras ella aprovechaba el tiempo leyendo, que conste).

Grabado con el magnicido de Sissí acaecido en Ginebra en 1898

Pero la bella Elisabeth murió joven, a los 60 años, cuando un terrorista italiano le clavó una lima afilada entre las costillas que le atravesó el corsé. Un magnicidio contra un familiar, pero provocado por un serbio, haría estallar 16 años después la Primera Guerra Mundial. Su marido, Francisco José (a quien ella conoció cuando tenía 11 años cuando quien estaba predestinada era una hermana), murió en 1916 viendo cómo se tambaleaba esa endemoniada colección imperial de cordilleras, idiomas, etnias, alfabetos y religiones.

Grabado del emperador Francisco José con su esposa Isabel y su segundo y tercer hijo

El triste emperador Paco Pepe era bien distinto de su vivaracha esposa que se adaptó como pudo a los recios modos de la corte vienesa. La emperatriz tuvo un matrimonio tan infeliz que lloró en la carroza nupcial que la llevaba a palacio. Si el tedio y las formalidades inundaban las dependencias del trono ella prefería optar en cuanto le dejaban por la equitación y todos los deportes que podía tener a su alcance. Hacía ejercicio intenso todos los días, su mejor método para estar en forma frente a los aburridos que la rodeaban y, como gesto transgresor para las impresionables aristócratas, fumaba en público. Encarcelada desde muy joven entre protocolos cuando su infancia fue campestre, son inevitables las comparaciones con Diana Spencer. La diferencia es que Sissí ya era emperatriz cuando se dio cuenta de su cautiverio. Una prisión de normas con tortura diaria de chismes. Padecía de bulimia, pero entonces lo llamaban "melancolía". Su suegra, la archiduquesa austríaca Sofía, autoritaria, fiel a la cantera local, lamentaba que ella fuera la más popular entre los lacónicos salones de los valses.

Sintiéndose enjaulada en la corte, al menos podía tomar sus decisiones, como recorrer media Europa para disfrutar de los viajes. En uno de sus cruceros mediterráneos desde las idílicas costas croatas arribó en Alicante y fue de las primeras promotoras en proclamar las excelencias de la Costa Azul francesa. Si en Viena todo era aburrimiento, ella prefería las montañas húngaras.

El príncipe heredero Rodolfo, hijo de Sissí y Francisco José

Su triste relación matrimonial (la pareja imperial tuvo cuatro hijos) se vio agravada por la muerte de la primogénita, Sofía, cuando sólo tenía dos años. Su mayor tragedia fue la del asesinato del heredero, Rodolfo. Su único hijo varón se encontraba con su amante, la aristócrata húngara María Vetsera, en un refugio de caza en Mayerling. Un par de días antes había discutido con su padre por no estar de acuerdo con el rumbo político del imperio. Se habló de suicidio pero en realidad fue un ajuste de cuentas por intrigar con independentistas húngaros. El presunto suicida se había disparado en la sien izquierda con un arma que llevaba en su mano derecha.

Ya por entonces sufría depresiones e insomnio, que combatió formándose en filosofía e idiomas, manteniendo contacto con novelistas y poetas. Nada que ver con la típica emperatriz. Por eso Isabel no tiene mucho que ver con la Sissí de los retratos y las películas de sobremesa.

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