Secretos al descubierto

Ricardo Castillejo

02 de abril 2010 - 01:00

La reciente confesión de Ricky Martín a propósito de su homosexualidad ha puesto sobre la mesa que, los famosos, guardan bastantes más secretos de lo que, en principio, parece. Y es que, aunque escuchemos todos los días noticias en torno a sus vidas en los medios de comunicación, lo cierto es que, sólo ellos y la gente de su círculo más cercano, son conscientes de, como en aquella famosa película protagonizada por Harrisond Ford y Michelle Pfeiffer, "lo que la verdad esconde".

Así, esta misma semana, conocíamos la gran preocupación que ha manifestado Jude Law en relación a la biografía con la que su ex mujer, Sadie Frost podría, según afirmaciones al respecto, "arruinar" la carrera del actor inglés el cual, de inmediato, se ha puesto en contacto con su abogado, Atkins Thompson -compartido con su actual compañera, Sienna Miller-, para que tome medidas al respecto y evite el que se anuncia como tan fatal desenlace. "Jude quiere saber qué es exactamente lo que Sadie ha escrito sobre él", ha manifestado un amigo del intérprete en el británico diario, Daily Mail. "Las revelaciones podría perjudicar su proyección laboral o enfadar a sus tres hijos cuando sean mayores".

Sea como sea, el de Law no es el único caso similar pues, hace menos de un año, el hermano de Madonna, Christopher Ciccone, presentó La vida con mi hermana Madonna, un volumen que ha cosechado un importante éxito de ventas y donde, con pelos y señales, el autor se encargaba de compartir con el público el lado menos amable de la "diva del pop". Despechado por el déspota comportamiento que, la artista, siempre ha manifestado hacia él, quien, durante mucho tiempo, fuera asesor personal y coreógrafo de la "ambición rubia", dejó para la posteridad -y con el consiguiente enfado de la señalada-, frases como "espero que las lecciones de cábala le ayuden a entender que no es el centro del universo". Aparte, las verdades de los matrimonios con Sean Penn o Guy Ritchie, romances como el mantenido con Warren Beatty, los desfases en fiestas privadas y, en especial, el airado carácter de esta mujer, han constituido un atractivo más que suficiente para que, esta publicación, se hiciera un rápido hueco en el mercado.

Precedente de muchas de estas obras, Queridísima mamá constituyó un escándalo de la época pues, gracias a este texto, el gran público pudo descubrir cómo, la mítica Joan Crawford, con independencia de ser una de las presencias más contundentes de la historia de la "gran pantalla", se alzó también como una pésima madre de sus dos niños adoptados, Christopher y Christina (responsable ésta de un argumento que, con posterioridad, se convertiría en 1981 en el guión de una película que pasó con más pena que gloria). Crawford, que envió a la pequeña a un internado porque "no la soportaba", causó en sus descendientes traumas imposibles de borrar hasta tal punto que, incluso después de las vejaciones de las que fueron objeto, descubrieron que, la "estrella", les había desheredado de todas sus pertenencias. Una decisión final que no hizo sino animar a la mencionada Christina a dejar impresa la venganza hacia su detestada madre.

En España también existen algunos ejemplos destacados que, no por menos esperados, han dejado de llamar la atención del público. Recordemos, por ejemplo, las "Memorias" que lanzó la sevillana María Jiménez, tituladas Calla, Canalla, y en las que arrasó en las librerías con afirmaciones como que había llegado a la conclusión de que, Pepe Sancho -su antiguo marido-, era un "psicópata". "Miraba el bote de somníferos y pensaba en tomármelo entero para evitar enfrentarme al día siguiente", manifestaba por aquel entonces, 2002, una cantante que, mucho más tarde, tuvo que enfrentarse a los tribunales a raíz de las demandas interpuestas por el aludido. En cuanto a Alfredo Landa, Alfredo El Grande. Vida de un cómico, levantó un gran revuelo por las rotundas afirmaciones del mito de nuestra escena en relación a numerosos compañeros de profesión como Gracita Morales o José Luis López Vazquez. Al final, queda claro que valemos más por lo que callamos, que por lo que decimos pero, ¿es preferible una verdad velada o debiéramos optar por la realidad desencarnada?

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