Rincones ibicencos que escapan de las noches de discoteca

Las calas del norte son un refugio durante todo el año

Los pequeños núcleos de Sant Miquel y Sant Joan acopian una excelente cocina con productos locales

El patio de una de las tiendas-bar junto al mercadillo de Las Dalias.
El patio de una de las tiendas-bar junto al mercadillo de Las Dalias. / Fotos: C.g.j.
Francisco A. Gallardo

29 de julio 2017 - 02:36

Hay todavía una Ibiza que escapa de la juerga perpetua y que, aceptablemente, se halla al margen de las masificaciones hoteleras y los resorts de todo incluido. El norte de la Pitiusa está poblado por haciendas, frondosos pinares y calas remotas, casi inaccesibles a pie, por carreteras que recorren huertas de mimo personal. Es una isla bien diferente a la de las discotecas entre Ibiza y San Antonio de Portmany (eje del bullicio estival) y que, escapando de la autovía, puede adquirir la forma de la terraza entre jardín y huerto de The Giri Café, en el pequeño casco urbano de Sant Joan de Labritja. Unas calles empinadas, dominadas por una iglesia blanca, que también sirvió de fortaleza para refugiarse de los berberiscos, en un pueblo cuyas siluetas no le son muy ajenas a los visitantes andaluces. The Giri Café, con sus risottos y curris, es para descubrirlo, como el sosegado y estiloso hotel que también alberga (The Giri Residence).

Sant Joan es cabeza de término municipal y parada para tomar hacia las calas norteñas, como Es Portitxol, que necesita de un buen rato de caminata pedregosa para alcanzarla y sentarse junto a las casetas de pescadores. Y al lado, Portinatx, pedanía de Sant Joan, con varias calas familiares. Cerca está Cala Benirràs, con el restaurante a pie de playa Elements, frente a los toldos de las masajistas y unos atardeceres como los que obsequia toda esta parte de Ibiza. En Cala Xarraca o Cala Xúclar hay otros rincones para días completos de playa.

Regresando al interior, Sant Miquel es otra de las tranquilas paradas para curiosear por sus mercadillos y tomar fuerzas en algunas de las innumerables pizzerías de italianos que encontraron aquí su destino para siempre. Como recomendación selecta, el restaurante Aubergine, en la carretera hacia Santa Gertrudis. Otro local en pleno campo, con un huerto del que se surte la cocina. Haciendo honor a su nombre, la especialidad es el milhojas de berenjenas, como las que se compran en el mercado de los domingos. Fuera de temporada alta tiene unos precios razonables un hospedaje para desconectar realmente sin tapujos, Can Pardal, junto a la iglesia de Sant Miquel. Tomando hacia Santa Eulalia y antes de llegar a otro rincón playero idílico como Sant Vicent (con su chiringuito holandés para tomar macchiatos, cócteles y wraps de salmón), el ya clásico mercadillo de Las Dalias, una institución ibicenca que ha cumplido 32 años, que está abierto los sábados (con actuaciones por la tarde) y que en verano también se extiende por las noches a domingos, lunes y miércoles.

Una Ibiza aún en su esencia rural, con reminiscencias hippies, eternamente vespertina, alejada de todos los ruidos.

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