Isabel II y su gran visita a la Sevilla que ya soñaba la Expo y sufría la peste equina
Isabel II en Sevilla
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Ocurrió en octubre de 1988. Felipe González gobernaba España. El socialista Manuel del Valle era alcalde de la ciudad. Ramón Porgueres, capitán general. El presidente de la Junta, José Rodríguez de la Borbolla, acompañó a los reyes de España en la recepción a la soberana del Reino Unido en el Aeropuerto de San Pablo. Sevilla estaba a cuatro años de la celebración de la Exposición Universal, cuando el debate público estaba marcado por el retraso de las obras y el divorcio de la ciudad con la Muestra. Los sevillanos soñaban con el 92, sí, pero al mismo tiempo sentían como algo muy ajeno todo lo relacionado con una Isla de la Cartuja en obras. Era la primera gran visita que recibía Sevilla después de que Juan Pablo II acudiera a la ciudad en 1982. Desde entonces no ha habido ninguna de semejante nivel a excepción de las programadas durante la Expo. La que debía hacer el presidente Obama en julio de 2016 se suspendió tan sólo unas horas antes.
La reina distinguió como caballeros de la Real Orden del Imperio Británico a José Rodríguez de la Borbolla, al delegado del Gobierno, Alfonso Garrido Ávila, y a Manuel del Valle. La Junta de Andalucía regaló a la soberana un mantón de Manila de color blanco marfil bordado igualmente en blanco.
Era la primera vez que una soberana del Reino Unido visitaba España. Sevilla fue incluida en la ruta del viaje entre la llegada a Madrid, con alojamiento en el Pardo, y Barcelona. Ya de forma privada, la reina y el duque se dirigieron a Mallorca. En Sevilla visitó la Catedral, el Real Alcázar y el Archivo de Indias. La reina estuvo acompaña por el duque de Edimburgo. Las horas que el matrimonio pasó en Sevilla tuvieron un marcado carácter turístico. Y, por supuesto, muchos sevillanos quisieron estar presentes y vivir en directo una histórica visita. En la Plaza de Triunfo formó un batallón de honores del Soria 9 para rendir honores militares a la soberana. Sonó Soldadito Español.
Isabel II llegó a Sevilla ataviada con un conjunto de cuadros vichy y abrigo de tono albaricoque, se llevó una gran decepción al enterarse de que la exhibición de caballos andaluces programada en la plaza de España durante su visita a la capital de Andalucía había sido cancelada. ¿La razón? La peste equina que se sufría con intensidad en toda Andalucía y que dejó sin paseo de caballos hasta la misma Feria de Abril.
Las crónicas de entonces destacaron que mostró escaso entusiasmo por el espectáculo de flamenco que se organizó en el Real Alcázar. El protagonismo recayó sobre su consorte, que se atrevió a tocar las castañuelas mientras la soberana sonreía. En la Plaza de España recibió honores militares, pero sin caballos...
La visita a la Catedral fue el acto de mayor duración. La reina y el duque accedieron a la Catedtral por la Puerta del Príncipe, donde está el túmulo de Cristóbal Colón. Recorrieron el templo metropolitano acompañados por una veintena de canónigos. El sacerdote Antonio Garnica ejerció de intérprete. Isabel II se quedó sorprendida por la altura de las naves de la mayor Catedral de España y por las proporciones del altar mayor. La Marcha Real sonó a la entrada en la Capilla Real donde reposan los restos de Fernando III.
Contemplaron una muestra especial de tesoros en la Sacristía de los Cálices. A la Reina y al duque les atrajo el Libro de Albeytería, un tratado del siglo XVI de veterinaria del caballo. La Reina también se interesó por un libro de horas que perteneciera a Isabel la Católica. A la salida de la sacristía, don Juan Carlos presentó a la Reina a Manuel Prado y Colón de Carvajal. Isabel II le preguntó a Prado si realmente era descendiente del descubridor a lo que el interpelado le respondió con humor "Parece que sí".
En el Archivo de Indias, la reina contempló una exposición de documentos, entre los que uno de 1758 despertó su interés. Era un plano policromado de Río Tinto, en el Golfo de Honduras, con su pueblo, barra y fortificaciones "todo ello ocupado por los ingleses". Le fue mostrada una maqueta de la que sería la Exposición Universal. Acto seguido, la comitiva se dirigió al Patio de la Montería de los Reales Alcázares, donde esperaba la corporación municipal. El alcalde hizo un pequeño discurso y entregó a la Reina las llaves de la ciudad, una reproducción del Giraldillo, una pequeña escultura de un caballo y una silla de montar. Tras el almuerzo en el mismo Alcázar, comenzó el espectáculo de flamenco en el Patio de los Doncellas, que se alargó para cubrir el tiempo que iba a ser dedicado a la exhibición ecuestre de la Plaza de España, que algún cronista afirmó que pudo conocer desde el coche antes de abandonar la ciudad.
Por la tarde, la Reina se trasladó a Barcelona, última etapa de su viaje oficial a España. Tras la capital catalana, la reina y el duque emprendieron un viaje privado por mar a Palma de Mallorca a bordo del yate Britannia.
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