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Boda Real en Inglaterra
Ayer sólo eran Harry y Meghan. Ni Henry Charles Albert David, ni Rachel Meghan Markle. Enrique de Inglaterra y la estadounidense Meghan Markle se dieron ayer el ‘sí quiero’ en una boda a su medida: discreta, popular y repleta de gestos de amor. Emocionados y sonrientes, ninguno de los novios dio muestra de nerviosismo (salvo la risilla que se le escapó a Harry tras sus votos) y fueron fieles a sus respectivas formas de ser y pensar, eso sí, respetando también el estricto protocolo marcado por la casa real británica.
Windsor se volcó en una soleada y entrañable jornada que generó máxima expectación en todo el mundo a pesar de no ser estrictamente un enlace real, aunque sí de un miembro de la familia real inglesa. Aunque quedó claro que el sexto en la línea sucesoria al trono e hijo pequeño del príncipe de Gales y la desaparecida Lady Di es el “más querido y preciado nieto” de Isabel II, como la propia monarca dejó claro en el discurso que leyó en la ceremonia religiosa. Siendo como es su ojito derecho –y aparcados ya los escándalos de su juventud–, la reina le consiente todo: casarse con una divorciada para empezar, plebeya, ex actriz y afroamericana.
Al oficio religioso, además, la novia llegó sola y sin padrino –su padre, tras salirse del tiesto pactando fotos con paparazzi y ser operado del corazón, no pudo asistir–. Meghan, en un alarde de feminismo –como señalaban algunos medios ayer también– hizo la primera parte de su trayecto al altar en soledad; a medio camino salió a su encuentro el príncipe Carlos, su ya suegro y quien ejerció de padrino. Tampoco juró “obediencia” a su marido, pero en este aspecto quien sentó el precedente fue Diana de Gales. Entró a la capilla de San Jorge del castillo de Windsor como señorita Markle y salió como Su Alteza Real y duquesa de Sussex, el título que la soberana ha otorgado a la pareja por su boda.
Desde primera hora de la mañana, centenares de ingleses y turistas se agolpaban en las cercanías del castillo de Windsor para poder ver de cerca a los recién casados del momento. Se calcula que unas 100.000 personas salieron a las calles y millones de espectadores en todo el mundo siguieron el acontecimiento por televisión.
Las sonadas ausencias contrastaron con los invitados famosos. De hecho, el desfile de invitados se convirtió en una auténtica alfombra roja. Entre los asistentes los que más aplausos despertaron fueron el ex futbolista David Beckham y su mujer Victoria, con un vestido azul marino oscuro con hombreras y aberturas en las mangas y tocado a juego, un estilismo sobrio pero demasiado apagado para esta boda de día. Los Beckham sólo encontraron otro matrimonio digno de hacerle competencia: el formado por el actor George Clooney y la abogada Amal Clooney, con un vestido de color mostaza y pamela a juego firmado por Stella McCartney.
El cantante Elton John, quien cantó en la recepción posterior, también se encontraba entre los 600 invitados vip que pudieron hacerse con un asiento en la capilla de San Jorge, escenario del enlace, mientras que otros 1.200 ‘ciudadanos de a pie’ tuvieron que conformarse con seguir la ceremonia desde pantallas gigantes situadas en los jardines de la fortaleza. Otros invitados de renombre fueron el cantante James Blunt, la presentadora estadounidense Oprah Winfrey, la ex tenista Serena Williams y buena parte del reparto de la serie Suits, en la que trabajaba Markle hasta poco antes de hacer oficial su compromiso.
Hacia las 10.40 hora local (11.40 hora española), llegaron el príncipe Enrique y su hermano Guillermo, quien representó el papel de best man, una especie de padrino, al igual que lo hizo Harry en su boda el 29 de abril de 2011. Cinco minutos antes de la novia era el turno de Isabel II, fiel a su estilo, con abrigo, vestido y pamela a juego en un tono verde lima. Unos 20 minutos más tarde Meghan, al bajar de un Rolls-Royce Phantom IV de 1950, desvelaba uno de los secretos mejor guardados de cualquier boda de postín que se precie: el vestido de la novia. Clare Waight Keller, primera directora artística de Givenchy, ha sido la escogida para crear un vestido histórico a pesar de su sencillez. Un diseño blanco, elegante y minimalista con cuerpo ceñido y liso, mangas francesas, escote barco, falda en forma de A y cola larguísima. Lo más elaborado: el velo de cinco metros de largo y confeccionado con tul de seda en el que sí se encontraban los esperados bordados florales característicos de toda novia de la realeza británica. Un velo, además, con mensaje, pues contenía flores en referencia a los 53 países que componen la Commonwealth. El look estaba coronado, como era de esperar, por una tiara que también sorprendió a todos: un a pieza de filigrana, hecha en platino y diamantes, propiedad de la reina Mary de Teck, abuela de Isabel II. Con un moño bajo y un maquillaje de lo más natural, como es habitual en Markle, su aparición hizo que el novio le susurrara: “¡estás espectacular!”.
Un beso breve pero intenso bajo el sol y ante la multitud de seguidores congregados para verles, reflejó la esencia del recién estrenado matrimonio. Los duques de Sussex dejaban tras de sí una serie de gestos durante la ceremonia que hicieron sonreír con cierta ironía a más de un invitado tradicional: un pastor que no dejó de hablar del poder del amor para cambiar el mundo, un coro de gospel y una madre de la novia con piercing. La monarquía británica se renueva a pasos agigantados. Enrique y Meghan han puesto su parte.
Doria Ragland, la madre de Meghan Markle, no imaginó ni en sueños que un día su única hija se casaría con el príncipe Enrique de Inglaterra y se convertiría en Su Alteza Real la duquesa de Sussex. La madre de la novia acaparó miradas durante la ceremonia de ayer, a pesar de mantenerse correcta y discreta en todo momento. Durante el enlace se la vio emocionarse, incluso llorar. Su cara reflejaba satisfacción y felicidad auténtica. La noche del viernes durmió junto a su hija y la acompañó durante sus últimas horas como soltera y mientras se visitó para su gran día. Pero, además, también fue junto a su hija desde el hotel hasta la capilla de San Jorge en el coche. En el trayecto se pudo ver que Doria estaba ya de lo más emocionada y comenzó a ser el centro de atención. Sin querer faltar en ningún momento al rígido protocolo marcado para la ocasión, abandonó el coche unos metros antes del castillo de Windsor para permitir que su hija llegara sola -únicamente con sus damas y pajes- a la ceremonia. Durante el oficio dejó escapar algunas lágrimas, lógicas teniendo en cuenta que estaba presenciando uno de los momentos más importantes en la vida de su querida Meghan. Bajó la escalinata de la capilla de San Jorge del brazo del príncipe de Gales, su ya consuegro, como la señora entrañable que es.
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