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Diana de galas

Un marido lacónico con un matrimonio de conveniencia fue el punto de partida de la primera estrella global del corazón. Su muerte, tan especulada, fue un cúmulo de infortunios

El célebre baile de Travolta y Lady Di en la Casa Blanca en 1985. La princesa había pedido para esta gala contra el cáncer la presencia del protagonista de 'Grease'. / EFE
Francisco A. Gallardo

02 de septiembre 2017 - 09:42

Carlos de Inglaterra se enteró de que iba a ser príncipe de Gales por la tele. En 1958 estaba, como millones de británicos, viendo la clausura de los Juegos de la Commonwealth cuando en un discurso que estaba pronunciando su madre oyó que iba a ser nombrado heredero formalmente. Para un lacónico niño de 10 años aquello fue de impresión, aunque parecía estar curado de espanto. Aunque eso no fue nada con lo que le deparaba con otro programa de la BBC, el de la entrevista de Martin Bashir a su todavía esposa Diana Spencer, en 1995. Las lágrimas, reproches y confesiones vergonzantes de la madre de sus hijos sorprendieron a todo el planeta y la imagen de él tocó el sótano, mientras que la estrella de las posturas, la atormentada joven, veía crecer su aprecio y popularidad diciendo adiós a su pasado y ajustando cuentas consigo misma. Desde entonces las casas reales tuvieron que lavarse la cara. A Diana le quedaban menos de dos años de vida, con un año de divorciada, en unos meses que apuró como un tobogán entre amores, militancias solidarias y cambios radicales de imagen. Se sabía mirada por todos, pero ahora ella quería tomar las riendas. Todo fue tan deprisa como aquel Mercedes lleno de achaques y con un conductor drogado que se empotró en el puente del Alma parisino ¿Atentado o conspiración? No ¿Infortunio? Todos los del mundo, incluidos unos paparazzi perseguidores casi suicidas. Pero todo fue más simple de lo que se suponía en los meses de la conmoción. A la princesa de galas, la primera estrella global del corazón, que miraba como una top a los fotógrafos, se le escurrió la vida junto a Dodi Al-Fayed hace veinte años en una veloz metedura de pata. Su desaparición se lo puso fácil a su ex y, sinceramente, la Casa de Su Majestad no ha hecho muchos esfuerzos por mantener la memoria de una nuera que salió demasiado respondona. La memoria de Diana es popular. E internacional. A Amélie, la de la película, aquella muerte le cambió la vida.

Con los reproches de 1995 se destaparon por entonces las cartas. A la prolongada infidelidad de Carlos con Camilla Parker Bowles ("la Rottweiler", la llamaba) la nuera de Isabel II narró una existencia conyugal de sinsabores en un palacio glacial. Recientemente se confirmaba que ni la reina ni su marido, el duque de Edimburgo, iban a mover ni un dedo por revertir la situación límite en el matrimonio de los príncipes. Carlos fue tratado siempre por sus padres casi de perfil y de aquel niño que se enteraba por la tele de su destino se alcanzó a un adulto siempre insatisfecho en su reconocimiento paterno, con demasiadas dobleces en su pensamiento y en su comportamiento. Una caja de bombas tratándose de un heredero.

También Diana, mucho antes de convertirse en Lady Di, se enteraba de cosas suyas por la prensa, como las segundas nupcias de su padre, el conde Spencer, aquel padrino de nariz colorada que la llevó al altar. La chica de la guardería, de intrincada ascendencia nobiliaria, aparecía como un merengue (así ella misma lo reconoció, cuando sus gustos textiles se refinaron) en la catedral de San Pablo para ser la princesa de Gales, aspirando todavía a enamorar a su esposo después de dos años noviazgo de cartón. Carlos estaba con la hermana de Diana antes de convencerla para que fuera su novia. Eran dos acomplejados, cada uno por su lado y cada cual con sus intereses particulares. Durante el primer lustro formaban la mejor imagen del Reino Unido. Cuando en el otoño del 85 la Casa Blanca le propuso un invitado para coincidir en una gala contra el cáncer Diana se pidió a un resucitado John Travolta, con quien bailó en la fiesta más animada de los Reagan, culminada con el Stayin' alive de los Bee Gees. Algo empezaba a oler mal desde el nacimiento de Harry y la princesa empezaba a pedir socorro junto al despacho oval aunque nadie quería creerlo. El matrimonio de conveniencia se distanció y desde el 92 se sucedieron los dramas. La historieta pasaría a la Historia.

"Cuando yo sea rey te devolveré todo lo que te han quitado", le prometió su hijo Guillermo. Aprendiendo la lección materna, Catalina de Cambridge es también la princesa de las galas. Pero arropada y consciente.

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