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Cayetana, casada por fin

l Tras la ceremonia, los recién casados abandonan la capilla de Dueñas con el cariñoso aplauso de sus invitados.
Ricardo Castillejo

06 de octubre 2011 - 01:00

Una ceremonia religiosa de una hora que fue muy intensa, celebrada por tres sacerdotes, con salve rociera incluida. Pero como en toda boda, ella era la gran protagonista. Ella, y todo lo que la rodeaba: su traje rosa de Victorio y Lucchino, sus zapatos de Pilar Burgos, sus sencillos complementos y, sobre todo, su felicidad. No fueron un inconveniente ni sus 85 años, ni el público multitudinario ni, sobre todo, los medios de comunicación. Es más, con su actitud, la duquesa parecía querer gritar al mundo entero que, tras todos los avatares pasados, se había convertido, unos minutos antes, en una mujer casada. Eran algo más de las dos del mediodía y la emocionante estampa se producía cuando ambos contrayentes ya se habían dado el sí, quiero.

Antes, una larga mañana de idas y venidas que inauguró Carlos Fitz-James Stuart, primogénito de la Casa de Alba, padrino y el primero en llegar pasadas las nueve. Sin hacer declaraciones para la prensa, los algo más de 30 invitados fueron sucediéndose, sobre todo, a partir de las doce menos veinte cuando Ignacio Sánchez-Dalp, sacerdote responsable del oficio, aparecía en un coche negro seguido, en otro automóvil, de Cayetano Martínez de Irujo, con una camisa a cuadros que luego cambiaría por otro atuendo para la ceremonia.

Cuatro guardas de seguridad custodiaban, no sin dificultades, los accesos al palacio y ayudaban a que pudieran ir pasando más rostros conocidos como los de Isabel León, presidenta de la Academia de las Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría; María Eugenia Fernández de Castro, de malva y con los labios muy de rojo encendido; Curro Romero, compartiendo desplazamiento con el doctor Francisco Trujillo (responsable de la milagrosa intervención de hidrocefalia de Cayetana) y, causando una conmoción general, los hermanos Rivera. Cayetano, al que seguía su pareja, Eva González, y Francisco, con un traje de Armani y camisa de rayas.

Claro que nada comparable a la emoción que se vivió en Sevilla cuando, diez minutos antes de la una, apareció Carmen Tello, señorial con la mantilla blanca que la novia le había pedido que luciese y su traje rojo, y Alfonso Díez, el contrayente, con un chaqué gris de una boutique madrileña. "¿Está orgulloso de tener una esposa como la duquesa?", se le preguntaría después al que, sin dudarlo un instante, respondería. "¡Por supuesto!". ¿Ausencias? Eugenia Martínez de Irujo, enferma de una grave varicela que le obligó a quedarse en Madrid, y Jacobo, de viaje, al que, su madre, dedicó unas no muy afortunadas declaraciones hace unas semanas (extensivas a su mujer, Inka Martí). Aparte, pasaron desapercibidas las incorporaciones de Fernando y Alfonso, los otros vástagos de la novia, y de Genoveva Casanova, ex nuera peinada y maquillada por un equipo de Paco Cerrato tras trasladarse al Palacio que sí se vio en el bufé informal -con tortilla de patatas, arroz y tocinillos de cielo, entre otros platos- que se sirvió en Dueñas.

Cuatro años ha invertido esta "grande de España" en hacer su sueño realidad pero "todo lo que se persigue, se consigue". Este cuento "rosa" precisaba de un final feliz. Y así ha sido.

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