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Carmen Sevilla, con bata de cola, pero cristiana y decente

La coplera virginal

En el ámbito de la copla el exponente de mocita, de virgen en la tierra, estaba a cargo de la joven sevillana

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Carmen Sevilla en 'Camino del Rocío', 1966 / RTVA

Carmen Sevilla, muy grave a sus 92 años, ausente entre nosotros desde hace casi un decenio, tenía un gran atractivo, evidente. La hija del maestro (compositor) Padilla era indiscutiblemente virginal en sus años de popularidad juvenil. Había debutado en el cine con 17 años y su primera gran película, Jalisco canta en Sevilla, no llegaba a besarse con el intérprete más deseado del momento, el puro macho Jorge Negrete. Era muy macho pero no un asaltacunas. Le daba apuro incluso fingir los besos con su paternaire de 19 años. Hablamos de 1949, pura posguerra aún y con México y España dándose las espaldas diplomáticas.

Nuestras artistas eran las embajadoras de un país aislado. Es decir, nuestras folclóricas, españolas raciales de copla, mantoncillo y penar, ay pena penita pena Lola Flores hacía de avanzadilla de la mano de la mocita sevillana, casi surgida de una gubia cofrade, la virgen Carmen. Una actriz y cantante de belleza rotunda pero de sexualidad tangencial, de carácter sacro, en una España sometida a las represiones. Cuando en la época del destape, antes y después de la muerte de Franco, apareció semidesnuda en La cera virgen, Sex o no sex o Nosotros, los decentes era casi un ajuste de cuentas.

Llegó a ser la novia flamenca yeyé no sólo en los spots de Philips sino en películas inseparables de Cine de barrio como Camino del Rocío, cuando en 1966 se la disputaban Arturo Fernández y Paco Rabal. La chiquilla huérfana que ha salir adelante y elegir entre el canalla y el cabal, la disyuntiva ventajista de las muchachas con bridas. Era una chiquilla rociera en la pantalla cuando ya era madre de su único hijo, Augusto Algueró junior. Y siempre decente.

Carmen Sevilla y Vittorio De Sica en el largometraje 'Pan, Amor y Andalucía'. / D. S.

La copla de León, Quintero y Quiroga, amigos vía paterna, con Carmen de España parecían estar pensando en esta joven de Sevilla que no era la entrometida de Mérimée. "Carmen con bata de cola, pero cristiana y decente". Una mujer de rodillas al aire, salerosa pero manteniendo a los Escamillo, a los moscones, a distancia. Ella, Carmen Sevilla, la que iba siempre con carabina porque era objeto de deseo universal. En La fierecilla domada (1956), donde simulaba un desnudo en el technicolor cañí de fabricación nacional, emulaban la guerra de sexos de Shakespeare, de lo más atrevido entonces, con Alberto Closas. Fuera de programa citan las crónicas que fue el primer largometraje emitido en TVE, en 1958, cuando apenas era una cadena para Madrid y poco más.

Carmen Sevilla en 2006, en un acto en Huelva / EFE

Montando el cuento erótico de La fierecilla conoció a quien sería su marido, Augusto Algueró, forjador de la Carmen pop, de bata de cola y descaro picaruelo. La joven que guiña e ilusiona. El año de su boda, en 1961, era María Magdalena en Rey de reyes. Una mujer pública con candidez virginal, casi aupada en un paso de misterio.

El destape la encontró con cuarenta y tantos y sumó más de 70 películas donde su nombre se encendía como el icono sexy pero comedido de sus tiempos juveniles. Carmen Sevilla hacía honor a su apellido artístico y cuando regresó en los años 90, vía Valerio Lazarov, que había animado su estampa pop para los especiales de TVE, era la abuelita de Telecinco. Cándida y pizpireta, con los líos de Pepe Viyuela pero en lugar de sillas, con las palabras. Se convirtió en la vecina que se la quiere por encima de sus meteduras de pata. La sensualidad y picardía seguían latiendo para sus admiradores más veteranos. En tiempos analógicos, sin tanta competencia, el nombre de Carmen era todavía capaz de congregar a espectadores incondicionales que se sentían acunados por sus frases suspirantes.

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